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viernes, 30 de octubre de 2015

HALLOWEEN



1.- INTRODUCCION.

Preámbulo.-

¿Sabemos realmente que es lo que celebramos?, ¿Sabemos cual es el origen de la fiesta del Halloween?.

¿Sabías que en ella hay una invitación a dar reverencia a lo oculto?. Lo creas o no, Halloween está reconocido ritualmente como el día del demonio, y que sus seguidores y grupos de ocultismo, así lo reconocen.

Historia.-

El Halloween es una fiesta pagana, que tiene su origen trescientos años antes de Jesucristo en Europa, dentro de la civilización de los Celtas y más específicamente de los ritos de los sacerdotes Druidas, que invocaban Samán Dios de los muertos, y se invocaba e invitaba a los malos espíritus a reunirse para examinar los acontecimientos del futuro y además a visitar sus antiguos hogares en la tierra. esta fiesta era conocida como ‘el festival de la muerte”

En la religión de los Celtas se daba culto a numerosos Dioses, y sus sacerdotes (los Druidas) que eran adivinos, magos o brujos, acostumbraban prender grandes fogatas en Halloween, como culto a sus Dioses.

Gradualmente la fiesta del inicio del otoño adquirió un carácter siniestro, se creía que ese día, fantasmas, hadas, brujas, duendes y  demonios de todas clases, rondaban por ahí.
Fue a finales del siglo XIX (finales de 1800), cuando inmigrantes irlandeses introdujeron la fiesta de Halloween a E.U.

El pueblo mexicano había permanecido ajeno a esto, pero en los últimos años muchas costumbres norteamericanas nos han influenciado, entre ellas el Halloween, que ahora se ha difundido también con el nombre de Noche de Brujas.

Sobre éste nombre adoptado en México podemos decir que Doreen Irving, quien fue la más grande de las brujas en el oeste europeo, concubina del alto ministro de Satán en esa misma área, se convirtió al cristianismo, y decía que si los padres tuvieran alguna idea de lo que realmente es Halloween, ni siquiera mencionarían esa palabra frente a sus hijos. 

1ª. Pedro 5;8  ...el diablo, ronda como león rugiente...

En la actualidad.-

Actualmente estas “fiestas” se fueron incorporando poco a poco a nuestras festividades hasta convertirse en fiestas populares, teniendo su mayor auge en E.U. y de ahí a México y otros países, introduciendo de forma velada e inocente este día de ritos y costumbres derivadas del culto a Satanás.

En nuestros días se invita  a los niños a que se disfracen de diablos, brujas, muertos, vampiros y demás personajes relacionados con el mal, con el objeto de participar de esta “fiesta”. Y aún más no sólo los pequeños, sino también los jóvenes y adultos son atrapados por el atractivo de esta “fiesta”, que está muy lejos de ser una celebración que agrada a Dios.  

Deuteronomio 18;9-12  ...que no se halle a nadie que practique encantamientos o consulte los espíritus...

2.- SIGNIFICADO DEL RITUAL INFANTIL

a.- Una fiesta inocente

-Pero los niños son inocentes, no se dan cuenta

1)  Pero se están educando. En un futuro no nos extrañe que no le teman a lo macabro.
2)  Sin embargo, los padres de familia sí se dan cuenta ¿Y qué contestan ellos?... Es que es una actividad de la escuela. Es que ya tiene su disfraz. Es que pobrecito tiene mucha ilusión. Es que todos los de la calle van a ir. No pasa nada, los niños son inocentes, ellos no se dan cuenta... 
Efesios 5;10-11  No tomen parte en las obras de las tinieblas...

b.- Lo que significa en realidad

-Ponga por favor atención a esto:

Los sacerdotes Druidas iban de casa en casa, exigiendo toda clase de alimentos extraños para su propio consumo y para más tarde ofrecerlo a su dios Samán, en el festival de la muerte.
Si la gente del pueblo no les daba los alimentos que ellos exigían, éstos les echaban un hechizo diabólico sobre sus casas, y la historia cuenta que alguno de esa familia moría en el transcurso de un año.

- Y qué me dice de lo siguiente.

Los druidas llevaban consigo un nabo hueco por dentro y con una cara grabada en la parte frontal, que representaba a un espíritu diabólico.
El nabo estaba iluminado por una vela dentro de él, que era usado como linterna por los Druidas cuando iban de casa en casa por la noche. Cuando esta práctica llegó a América, los nabos no eran tan abundantes, pero si tuvieron un vegetal nativo que pronto lo sustituyó; (Adivinas ¿Cuál es?) “La calabaza”.

- La enciclopedia mundial define Halloween como el principio de todo lo frío, oscuro y muerto, así que cuando mandamos a nuestros hijos a celebrar Halloween lo envíamos a festejar todo esto.

3.- SIGNIFICADO DE LA FIESTA

- AQUELARRE.

Asamblea o fiesta nocturna de brujos y brujas que generalmente se reúnen en sábado con el objeto de practicar sus artes ocultas. Consiste de 13 brujos y se cree que acuden demonios y aun en mismo Satanás. Celebran ritos que incluyen el sacrificio de animales y perversiones sexuales. Se dice que a veces practican el abuso sexual de niños y, en casos extremos, el sacrificio de ellos.

Entendiendo el Ocultismo. Jack Matlick

c.- Datos importantes

Es un hecho comprobado que la noche del 31 de Octubre, en E.U., Francia, Irlanda, México y en muchos otros países se realizan misas negras con sacrificios humanos y aún de bebes, todo tipo de cultos espiritistas y otras reuniones relacionadas con el mal. Es también un dato conocido que el 31 de octubre es la fecha más importante del calendario satanista.

Hoy la noche de Halloween es reconocida por todos los satánicos, ocultistas y seguidores del diablo como la noche del año nuevo para los brujos y brujas.

- Anton Lavey, autor de la Biblia Satánica, ministro de la Iglesia de Satán dice de los días importantes para los satánicos son: 1) el día de su cumpleaños, 2) el 30 de abril, 3) y el más importante Halloween.  

Colosenses 2;8  Cuídense que nadie los engañe...  


Pregunta para la reflexión
- Si tú pones tu casa para la fiesta de Halloween, ¿a quién estas realmente invitando a entrar en ella?. Así sea involuntariamente.


4.-  CONSIDERACIONES

d.- Tiempo de prueba para el cristiano.

- Tiempo de Halloween, tiempo de prueba para el cristiano. En Semana Santa es fácil serlo, hasta el católico más frío se calienta un poco en la Semana Mayor.

- ¿Con quién te interesa más quedar bien?, ¿Con Cristo o con el mundo?.

- ¿Eres cristiano o eres del mundo?, ¿Eres un cristiano pasando por este mundo o eres del mundo pasando de vez en cuando como cristiano?.

- Según la presión, según las dificultades o las críticas te haces para hallá o para acá.

- Como padre de familia ¿te ha tocado participar por ejemplo, en las discusiones en la escuela de tus niños, en las que se decide si debe, o no, realizarse una fiesta de disfraces ese día?.  

Te dices católico, púes en situaciones como estas es cuando debemos dar testimonio de ello.


5.-  CONCLUSIONES

- Si tú participaste alguna vez, incluso el año pasado y ahora recapacitas, que no cierre tu boca la vergüenza.

- No importa si fuiste tú el que organizó la fiesta anteriormente. Haz como los alcohólicos y drogadictos, una vez sanos, tratan de ayudar a otros que aún están en el error.  

Efesios 2;3-5  Estábamos muertos por nuestras faltas...

- Y para el futuro: ¿vas a educar a tus hijos en la cultura de Halloween?

- Ya tenemos la información, ahora pidámosle a Dios, que envíe su Espíritu Santo, para que nos diga que es lo que cada uno de nosotros debe hacer con ella.

José Luis Contreras S.

jueves, 29 de octubre de 2015

LA CONCIENCIA

Puesto que la conciencia es centro de la persona y guía de su obrar natural, esfuércense activamente por formarla recta y madura, temerosa de Dios, abierta siempre al bien y a las inspiraciones del Espíritu Santo, capaz de discernir lo bueno de lo malo y de la mentira, y eviten la insinceridad y la inautenticidad, tan contrarias al espíritu de Cristo.

Pero, ¿Qué es la conciencia? ¿Cómo se forma? ¿Cómo saber qué tipo de conciencia tiene la persona a quien dirijo y cómo influyen ciertas corrientes de pensamiento del mundo actual en la formación de su conciencia? Son temas tan esenciales para una orientadora espiritual que requerirían todo un libro. Haremos un resumen ilustrativo y práctico a la vez.



1) ¿Qué es la conciencia?

Veamos algunas definiciones tratando de comprender su contenido:

 “Es un juicio de la razón mediante el cual la persona examina la bondad o malicia de una acción en razón de la relación de ésta con la norma moral universal, de suerte que todo hombre esté en situación de realizar en el modo singular e irrepetible que le es propio, las exigencias de la verdad objetiva de su ser personal como tal” (C. Caffarra en Vida en Cristo. EUNSA. Pamplona. 1988 p. 114).

 “Es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (Documentos del Vaticano II, Const. Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, GS, n. 16).

 “Es la capacidad de percibir el bien y el mal y de inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y evitar el mal”.

 “Es la “anamnesis” (memoria) del Creador (Card. J. Ratzinger, Verdad, valores, poder. Rialp. 2ª ed. Madrid 1998. Págs 64-71).
 “La conciencia es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho”) (Catecismo de la Iglesia Católica, Asc. Editores del Catecismo, España, 1992, n. 1778, p. 404).
La conciencia formada rectamente garantizará la realización personal. En cambio, una conciencia deformada donde se anidan la doblez, la insinceridad y la hipocresía, se convertirá en fuente de división interior, de tinieblas, de zozobra y de fracaso.

2) Funciones de la conciencia.

a) Percibir el bien y el mal como algo por hacerse o evitarse. Por ejemplo, un joven invitado a ver una película pornográfica, si tiene una conciencia formada se dará cuenta que “no está bien hacerlo”; pero si no la tiene formada dirá “no hay nada de malo, todo el mundo las ve”.

b) Impeler a hacer el bien y evitar el mal (fuerza que lleva a la acción). En el primer caso sentirá la fuerza para elegir «no voy», mientras que en el segundo dirá «voy»; y

c) Emitir juicios sobre la bondad o maldad de lo hecho; en la conciencia bien formada habrá aprobación y paz subsecuentes al hecho de haber elegido objetivamente el bien, o sobrevendrá el remordimiento y la desaprobación si no eligió conforme al juicio de su conciencia.

En la conciencia se dan dos tipos de juicios: el juicio de discernimiento (juzgo la bondad o malicia del acto: «ver una película pornográfica está mal porque no presenta la verdad sobre la sexualidad humana rebajándola y fomentando en mí la impureza») y el juicio de elección (puesto que está mal, opto: «no veré la película pornográfica aunque mis amigos me ridiculicen»). En el juicio de discernimiento interviene y se pone en juego la razón iluminada por principios de la ley natural o de la ley positiva; en el juicio de elección, la voluntad movida por valores, ideales. La razón queda iluminada por la virtud de la fe; la voluntad se mueve por la virtud de la caridad: el amor.

3) ¿Cómo se forma?

Como hemos podido constatar, la conciencia no es una facultad diversa de la razón y la voluntad; por lo tanto, formando éstas como indicábamos en el apartado correspondiente, formaremos la conciencia. Resumiendo, diríamos:

a) Buscar que la fe y la verdad objetiva guíen la razón: verdad del ser, del pensar, del actuar.

b) Formar la voluntad en el amor al bien objetivo por encima del bien egoísta; el bien moral por encima del bien útil o placentero de las pasiones, de los sentimientos y de los afectos desordenados.

c) Hacer de Jesucristo el criterio, centro y motor de la conciencia.

d) Atender a las inspiraciones del Espíritu Santo.

e) Y puesto que la vocación a la vida religiosa es un llamado para una misión, aquí entra de lleno, como preocupación esencial en la formación de la conciencia, el cumplimiento de la misión. "Es bueno cuanto me ayuda a cumplir la misión y es malo cuanto me aparta de ella”.

Como algo más práctico, podemos enseñar a hacer bien los exámenes de conciencia, preparar bien las direcciones espirituales, hacer buenas confesiones, seguir los programas de vida y ayudar siempre a tener presente la invitación de Jesucristo: “vigilad y orad”.

4) ¿Por qué es importante formar la conciencia?

Porque Dios la ha dado al hombre como medio para conocer y realizar su voluntad santísima, alcanzando así su último fin. Porque, como decíamos en la definición, en la conciencia el hombre escucha la voz de Dios y se abre a ella o se cierra. Por tanto, la conciencia diferencia al hombre de los seres inferiores, y lo constituye en persona humana libre y responsable de sus actos. En consecuencia, alcanza una importancia vital el formarla recta, delicada e insobornable.

"Cuando un hombre forma una conciencia recta y alcanza un buen grado de madurez, automáticamente tenemos al hombre justo, responsable, trabajador, exigente consigo mismo. Podrá tener, como creatura débil que es por naturaleza, caídas y momentos de debilidad, pero su misma conciencia le ayudará a rectificar rápidamente y a seguir su camino con nuevos bríos. No permite la corrupción del principio, señal inequívoca de la corrupción de la conciencia, ni se hace su ascética y su moral personal. El hombre recto sabe dar a Dios lo que es de Dios y al prójimo lo que es del prójimo, ama la verdad y vive en ella; ama la justicia y detesta la iniquidad; es fiel en sus compromisos con Dios y con los hombres; guarda y mantiene la palabra dada; es auténtico y vive la propia identidad...

Ocupando las veces del divino Maestro, el orientador moral nos escucha en un clima de fe: analiza junto con nosotros nuestra situación personal, con sus logros y proyectos, con sus conflictos y posibilidades; repasa con nosotros el plan de Dios, el Evangelio, colaborando con el Espíritu Santo a modelar nuestra conciencia. Supone, por parte nuestra, una actitud de fe sobrenatural, de madurez humana, de honestidad, de rectitud, sin buscar paliativos o sofismas - de edad, saber o santidad propias- de confianza, de claridad y de responsabilidad".

Pero para formar la conciencia en la dirección espiritual se considera como algo imprescindible la apertura y la sinceridad del dirigido. Ordinariamente existe una resistencia natural a manifestar la propia conciencia y el propio estado de ánimo. Con quien asiste a la dirección espiritual sólo por cumplir con un compromiso o buscando una compensación afectiva o sentimental, tendremos necesidad de mucha paciencia; deberemos tratarle con prudencia, sin presionarla, pero motivándola y haciéndole ver los beneficios de la dirección espiritual en su vida, dando el tiempo necesario para que logre formar su conciencia de acuerdo con las exigencias del Evangelio.

También deberemos evitar el infantilismo. Este consiste en actuar solamente bajo las indicaciones del orientador espiritual sin ninguna convicción personal. La orientadora espiritual ha de propiciar la madurez humana de su dirigida, de formar rectamente su conciencia y hacerle interiorizar los principios cristianos y de concretizados en las Constituciones y reglamentos; de que adquiera autonomía, seguridad personal e independencia frente a los ambientes favorables o adversos, y así puedan sacar de la propia interioridad el sentido, la motivación y la dirección de sus acciones y comportamientos.

5) ¿Cómo conocer el tipo de conciencia que tiene mi dirigida?

La conciencia debe formarse recta y cierta. Debe «amar hacer el bien y hacerlo bien». De aquí podemos partir para ver cómo es la conciencia de nuestros dirigidos y cómo ayudarles.

a) En relación a la razón. ¿Cómo son sus criterios? ¿Están iluminados con doctrina buena: Evangelio, Magisterio, mandamientos, ley natural? Tendrá conciencia recta. Por el contrario, ¿su razón ha sido oscurecida por la ignorancia, el relativismo moral, el utilitarismo, el hedonismo, los malos ejemplos, el permisivismo? Si es así, sus juicios le llevarán al error y sus elecciones equívocas no le conducirán a su realización humana y cristiana. Su conciencia será falsa, laxa o escrupulosa, legalista, liberal. Puede existir también la conciencia dudosa por no tener claros los principios, para actuar hay que salir de la duda.

b) En relación a la voluntad. Puede tener claros los principios y hacer juicios rectos, pero... ¿Los sigue? ¿Por qué no? ¿Dónde radica su falta de voluntad? ¿Orgullo y rebeldía? ¿Falta de abnegación y de amor? ¿Afectividad no formada? ¿Miedo al qué dirán o a ir contracorriente? De aquí brotan las conciencias deformadas, adormecidas, domesticadas, farisaicas. Si por el contrario permanece fiel a su conciencia, tendremos una conciencia madura, auténtica y delicada.

c) A nivel de «opción fundamental». ¿Qué ama con todo su corazón? ¿Ha optado por amar a Dios por encima de todo? ¿Está anclado y decidido a cumplir la voluntad de Dios en su vida? ¿Qué tipo de persona busca ser? Su amor constituirá el peso de la balanza que guíe sus decisiones.

La manifestación de la conciencia es la materia propia de la dirección espiritual: exponer el modo de proceder, los criterios, los deseos surgidos en el interior, las opciones hechas con la intención de ordenarlos a la luz de Dios. No a todas las personas les resulta fácil hablar de cuanto llevan dentro. A unos les da vergüenza y esquivan hablar de aspectos personales; otros se quedan en vaguedades; y no faltan quienes se sienten insatisfechos si no cuentan hasta los más mínimos detalles y circunstancias. Tarea propia de la orientadora espiritual será ayudar a unos y otros a abrirse con sencillez, claridad y equilibrio.

¿Cómo se puede ayudar a alguien en la manifestación de conciencia? En realidad, aunque parezca fácil decirlo, no hay recetas mágicas. Una técnica para ayudar a los tímidos, consiste en crearles, sobretodo en las primeras citas, un ambiente de amistad y de interés por sus personas, familia, ocupaciones, vida pasada. El dirigido, al hablar de tales cosas, dejará salir cuanto lleva en su corazón. A los que son prolijos, detallistas y quieren contar hasta el mínimo detalle, les dejaremos explayarse en la primera cita, pero luego, poco a poco, se les ayudará a discernir lo importante y a ser breves.

También hay que considerar el caso de quienes eluden sus verdaderos problemas por vergüenza. Necesitan sentir confianza en la orientadora espiritual, pues de lo contrario nunca se abrirán; incluso a veces esperarán la intuición de la orientadora espiritual sobre su situación y querrán que ella dé el primer paso, deberá hacerlo con delicadeza, indirectamente, hasta provocar en la dirigida el valor necesario para decir lo que tanto le cuesta.

En ocasiones las cosas no se dicen directamente, debemos aprender a captar esto. Implica advertir entre la narración de los hechos, algunos referidos sin ningún énfasis pero que manifiestan aspectos relevantes de la situación. ¿Qué hacer en esos casos? La orientadora tiene necesidad de dar un nuevo enfoque al análisis de la situación; debe proceder suavemente hacia ese nuevo enfoque con alguna pregunta oportuna que esclarezca tales aspectos.

En este punto surge una duda: ¿Conviene hacer preguntas o basta atenerse a lo manifestado? Cuando la orientadora espiritual no le consta la certeza de obtener una buena interpretación de su pregunta, o cuando exista el riesgo de escandalizar con la misma, debe abstenerse en ese momento. Pero, por el contrario, si ya se tiene confianza, puede preguntar con tranquilidad, pero siempre con delicadeza y respeto.

Debemos ver el valor real de lo que se dice. A veces la orientadora deberá recordar que muchas veces las palabras usadas por la dirigida no son un reflejo exacto de la situación real. Por ejemplo, en los casos de mucho dolor y emotividad, en los casos donde hay pasión, rencor, ira, las expresiones usadas por la dirigida pueden ser extremas, expresión más del estado anímico que de la situación real. De ahí la necesidad de la orientadora espiritual de saber interpretar el lenguaje, mejor dicho, de interpretar el género del lenguaje, el estilo del lenguaje. La orientadora tratará de entender el contexto del estado de ánimo actual de su dirigida, porque seguramente a medio día ya habrán cambiado las cosas. La orientadora espiritual debe exigirse a sí misma este esfuerzo de interpretación.

6) Influencia de ciertas corrientes del pensamiento actual sobre la formación de la conciencia.

La contradicción entre lo que se cree y lo que se vive resulta cada vez más frecuente en la vida de numerosos personas. Pero, además de esta incoherencia arrastrada por las personas a través de los siglos, hoy se dan fenómenos muy preocupantes, como el relativismo moral y doctrinal causadas por el utilitarismo, el hedonismo o por determinadas corrientes de pensamiento liberal y de esto tampoco están exentas las mujeres consagradas.

Penetremos un poco en el relativismo moral dada su actualidad en la vida de muchas personas, y su presencia destructora, aún en ambientes y grupos que se denominan «católicos». Un cristiano auténtico y coherente con su fe, debe tener una actitud de comprensión ante los hechos negativos de la vida de quienes le rodean, pero nunca debe justificar el mal. No debe condenar al pecador, pero sí el pecado y las estructuras de pecado.

Para un buen número de personas la verdad moral es relativa. No creen en la existencia de normas morales universales, cada uno se forma su propia opinión o se guía por el pensar de la mayoría. Se ve la conciencia como «creadora» de la verdad y no como «servidora» de la verdad inscrita en lo más íntimo del ser del hombre por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Esta ruptura entre libertad y verdad, entre el juicio moral subjetivo y la bondad o maldad objetiva de las cosas, hace al hombre esclavo de sus pasiones, de sus opiniones y crea una sociedad caótica. Por eso se ha llegado a justificar o a legalizar lo que es intrínsecamente malo, por ejemplo el aborto, la eutanasia, las relaciones sexuales prematrimoniales, los matrimonios entre homosexuales, etc. “Se hace un derecho lo que es un delito” ha dicho Juan Pablo II en relación al aborto. (Se recomienda leer los documentos “Evangelium vitae” y “Veritatis Splendor” de S.S. Juan Pablo).

El lenguaje se pervierte y se manipula, se le vacía de significado real. Por ejemplo, si preguntamos a una pareja si se aman, aparece la duda sobre la interpretación que darán al «amor». ¿Qué significado se da a esta palabra? Desgraciadamente las respuestas pueden ser totalmente contradictorias.

Nos encontramos envueltos en una gran confusión de valores sobre la educación, la vida conyugal y familiar y en la vida religiosa estos gérmenes tratan de introducirse y contaminar a las almas consagradas en una exaltación de la libertad como ausencia de normas y de referencia al absoluto y trascendente. Se llega a proclamar el derecho de cada quien a construir su vida en conformidad con su propia verdad, llegando hasta matar al inocente o ir en contra de las leyes naturales. El Papa Juan Pablo II, gran defensor de la dignidad y de la verdad del hombre, denuncia al siglo XX como una nueva época de la Torre de Babel; una época en la cual la sociedad no se entiende, precisamente porque cada hombre tiene el lenguaje que le interesa.

¿Cómo le haremos ver a una persona cuando sus valores, ideas y comportamientos se han apartado de un esquema moral objetivo, si esta persona percibe su alrededor repleto de opiniones distintas a cuantas se le proponen? Recurriendo a las fuentes de la verdad ya mencionadas. En este sentido, debemos agradecer a Dios por la Iglesia y su Magisterio auténtico. Defensora y servidora de la verdad, la Iglesia no «impone», más bien defiende la dignidad de la persona humana y el bien de la sociedad.

www.catholic.net

miércoles, 28 de octubre de 2015

LAS 7 PALABRAS

Las Sagradas Escrituras nos traen muy pocos datos sobre Jesús en la cruz pero los datos que tenemos son bastante claros y fuertes para nuestra vida cristiana. Frente al Cristo crucificado no podemos quedarnos indiferentes... desde la cruz, el Dios desnudo sigue llamándonos al encuentro con el Padre... y este encuentro es en el amor.

Sin importar si nosotros también estamos crucificados, somos los soldados, las mujeres o simples espectadores del drama de la cruz, él nos abre los brazos para mostrarnos cuán grande es el amor de Dios y el odio de los hombres.

Jesús, cargando sobre si la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo”, en hebreo, "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio". (Jn. 19, 17-18)

La palabra era la luz verdadera... vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de llegar a ser Hijos de Dios. (Jn. 1, 9. 11-12)

En este marco de dolor y marginación, Jesús pronuncia desde la cruz sus siete palabras, palabras que nacen del corazón mismo de Dios y del corazón mismo del hombre, corazón que herido pero compasivo, no quiere irse sin dejar su último testamento hasta que vuelva.

Dos de los evangelista, Marcos y Mateo, nos representan a Jesús recitando el salmo 22 antes de su muerte.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt. 27, 46; Mc.15, 34)

Esta "primera palabra" pronunciada por el Dios crucificado es, más que un reproche hacia Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y olvidarse de Dios, clama al Padre pues confía en que él lo escucha, pero Dios no responde, porque ha identificado a su hijo con el pecado por amor a nosotros, y este debe morir, Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el cielo y por la tierra, porque el pecado no tiene lugar.

Cuantas veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo que encuentran como respuesta el silencio de Dios. Por lo general, es la mejor respuesta que nos puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que del silencio brota la resurrección.

Las tres palabras siguientes están narradas por el evangelista Lucas.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc. 23, 34)

Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta "segunda palabra" de Jesús con un tono soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que Dios te perdone... yo no"; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados.
Nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y mil cosas más. Esta oración al Padre, no es para mi vecino, o para aquel que no trago en la comunidad, es para mí... porque no sé lo que hago.

Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lc. 23, 43)

 No es cualquiera quien pronuncia como "tercer palabra" esta promesa, es el mismo Camino hacia el paraíso y la Puerta a la vida nueva, con autoridad puede darnos este mensaje de esperanza. Hasta el último momento Jesús se preocupa por aquellos excluidos y marginados de la sociedad.

A nosotros no nos es debido contradecir la Palabra de Dios, debemos velar por darle cumplimiento, por allanarle el camino. Pero ¡NO! por lo general hacemos lo contrario, en lugar de abrir las puertas del paraíso, se las cerramos en la cara a aquellos a quienes Jesús mismo invitó y llamó. Condenamos a las prostitutas, a los presos, a los enfermos, y mucho más si son de SIDA, a los homosexuales, a los drogadictos; y más aún a los que no tienen el mismo color que yo, la misma ideología política, la misma condición social.

Nuestras comunidades no se salvan de esta acusación, porque muchas veces le cerramos la puerta a los demás tan solo por ser diferentes, o tantas otras veces que recibimos a alguien pero no le damos su lugar.

Ojalá seamos nosotros y nuestras comunidades los destinatarios de este mensaje esperanzador del Maestro, porque para la conversión, para volver la vista hacia Dios... nunca es tarde.

Padre, en tus manos pongo mi espíritu. (Lc. 23, 46)

Esta "cuarta palabra" del Emmanuel parece unir la encarnación con la pasión, parece repetir el "fiat" de María: "Hágase en mi según tu Palabra" (Cf. Lc. 1, 38) ¿Será porque en la Madre y en el Hijo hay un mismo sentimiento de entrega y confianza en Dios?

Nosotros debemos intentar que cada día de nuestras vidas esté en las manos del Padre. 

Lamentablemente en nuestro tiempo esto parece volverse imposible, nuestra cultura no entiende que los tiempos de Dios no son los nuestros y en cada momento confía más en sus fuerzas que en las de Dios. Hoy parece que vivimos como si Dios no existiera, o por lo menos como si no tuviera influencia en nuestras vidas, hemos tomado solos las riendas de nuestras vidas y nos ha ido bastante mal pues no hemos puesto nuestro espíritu en las manos del Padre.

¿Cuántas veces he empezado algo sin rezar antes? ¡Y después me quejo de cómo me va! Todas esas veces fui crucificado, pero sin esperanzas de resurrección... pues ¿quién nos da la vida?
Las tres palabras siguientes, las últimas, fueron tomadas por Juan, el menor de los discípulos, pero con el mayor de los corazones, pues fue el único capaz de quedarse al pie de la cruz junto a María.

Mujer, ahí tienes a tu hijo... ahí tienes a tu Madre. (Jn. 19, 26-27)

El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su maestro y amigo sufriendo y muriendo, por eso Jesús lo recompensó tan pronto... le encomienda a María; pero ¿qué significa esto? Jesús no quiere dentro de su familia ningún excluido, y María, sin ningún varón cerca que daría fuera de la sociedad... ¿volvemos al mismo tema que antes? ¿los excluidos? Y es que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial predilección (Cf. Lc. 4, 16-19) El "hermano de todos" no quiere que nadie quede fuera del Reino y de la liberación definitiva.

Hace ya 2000 años que Jesús entregó a su madre a todos los hombres en la persona de Juan, y ella sigue acompañándonos, acompaña a los pueblos haciéndose uno de nosotros y viniendo a nuestra casa, Itatí, Guadalupe, Caá Cupe... solo algunos de los nombres que nuestro pueblo da a María cada vez que Jesús nos dice: "Pueblo, aquí tienes a tu madre".

Tengo sed. (Jn. 19, 28)

Esta "sexta palabra" es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas más humanas y más profundas.

La sed es algo profundamente humano y natural, tan necesario para conservar la vida tanto casi como la misma existencia de Dios que nos conserva; pero la sed de Cristo es mucho más profunda no puede ser calmada solo con agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y comida suficiente... es la sed de los pobres de ayer, de hoy y de siempre.

¿Nos preocupamos de calmar la sed de nuestro pueblo?

Nos decía Mons. Oscar Romero (Obispo de San Salvador) "El mundo al que debe servir la Iglesia es el mundo de los pobres, y los pobres son los únicos que deciden lo que significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo.

¿Qué estamos haciendo?

Todo está cumplido. (Jn. 19, 30)

La última palabra del Dios desnudo: "todo está cumplido" y murió... si hubiéramos seguido paso a paso el drama de la vida de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque el autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere el protagonista. Pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la vida real, o de "la mas real de las vidas", nos acongojamos y sufrimos por la muerte de nuestro redentor, pero por uno de esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos alegramos por la muerte, porque sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al Padre.

Jesús finaliza su misión entre nosotros... nos ha dado su mensaje, y algunos, aunque sin entenderlo mucho, han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la misericordia del Padre... ahora nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es nuestro, el mensaje de que "todo se ha cumplido" y la redención fue consumada por Cristo desde la Cruz y la resurrección.

Siete palabras del Corazón de Cristo, siete palabras que nosotros estamos llamados a pronunciar desde nuestra aflicción y nuestra cruz, porque son el camino hacia la Vida Nueva... porque son el camino hacia la Pascua.

Martín Daniel González

martes, 27 de octubre de 2015

ADVOCACIONES MARIANAS

Las Advocaciones son un título, referencia o nombre aludido que se otorga a un lugar, figura, imagen o recuerdo. Literalmente indica el “modo de llamar” o designar.
Por ejemplo, los católicos solemos “apodar” a la Virgen María, Madre de Dios, de distintas maneras, según el lugar dónde se halla instalada la devoción, o según la circunstancia, si es una aparición o se la nombra Patrona, etc.
Esto no quiere decir que haya multitud de vírgenes. La Virgen es una sola.
En la Biblia, solemos encontrar distintas advocaciones para referirse por ejemplo a Jesús y no por ello significa que haya muchos y distintos Jesús. Veamos algunos ejemplos:
El buen pastor
Jn 10,11  »Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas.
Cristo – Hijo de Dios
Mt 16,16  Respondió Simón Pedro: -Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Principio y fin
Apo 2,8  Al ángel de la iglesia de Esmirna escríbele: «Esto dice el primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida:
Alfa y Omega
Apo 22,13  Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.
Cordero de Dios
Jn 1,29  Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dijo: -Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Rey de Reyes – Señor de Señores
Apo 19,16  En el manto y en el muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes y Señor de señores.

 Como vemos, la Escritura tiene muchas formar de designar a Jesús. De otorgarle diferentes títulos, pero no por ello debemos entender que hay diferentes Jesús.
Así también sucede con nuestra Madre, a pesar de ser una sola, se le otorgan distintos nombres y títulos de acuerdo al lugar de devoción, aparición o patronazgo.
Dentro de las advocaciones marianas, existen dos tipos: las de carácter místico, relativas a dones, misterios, actos sobrenaturales o fenómenos milagrosos de la Virgen, como Anunciación, Asunción, Presentación y las apariciones terrenales, que en muchos casos han dado lugar a la construcción de santuarios dedicados a la Virgen.
Entre las advocaciones marianas más conocidas podemos mencionar:

–          Virgen de Guadalupe
–          Nuestra Señora de Fátima
–          Nuestra Señora de Lourdes
–          Nuestra Señora del Carmen
–          La Virgen de la Medalla Milagrosa
–          María Auxiliadora
–          Nuestra Señora de Luján
–          Virgen del Rosario
–          Nuestra Señora de la Divina Providencia
–          Inmaculado Corazón de María
–          La Inmaculada Concepción
–          etc…


Las advocaciones son una piadosa costumbre cristiana, pero es necesario conocer el verdadero sentido de ellas evitando las supersticiones y sobre todo, la confusión de significados.

lunes, 26 de octubre de 2015

VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE

1. La Encarnación del Verbo

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» ( Gal 4, 4). Se cumple así la promesa de un Salvador que Dios hizo a Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tu su calcañar» ( Gn 3, 15). Este versículo del Génesis se conoce con el nombre de protoevangelio, porque constituye el primer anuncio de la buena nueva de la salvación. Tradicionalmente se ha interpretado que la mujer de que se habla es tanto Eva, en sentido directo, como María, en sentido pleno; y que el linaje de la mujer se refiere tanto a la humanidad como a Cristo.

Desde entonces hasta el momento en que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» ( Jn 1, 14), Dios fue preparando a la humanidad para que pudiera acoger fructuosamente a su Hijo Unigénito. 

Dios escogió para sí al pueblo israelita, estableció con el una Alianza y lo formó progresivamente, interviniendo en su historia, manifestándole sus designios a través de los patriarcas y profetas y santificándolo para sí. Y todo esto, como preparación y figura de aquella nueva y perfecta Alianza que había de concluirse en Cristo y de aquella plena y definitiva revelación que debía ser efectuada por el mismo Verbo encarnado [1] . Aunque Dios preparó la venida del Salvador sobre todo mediante la elección del pueblo de Israel, esto no significa que abandonase a los demás pueblos, a “los gentiles”, pues nunca dejó de dar testimonio de sí mismo (cfr. Hch 14, 16-17). La Providencia divina hizo que los gentiles tuvieran una conciencia más o menos explícita de la necesidad de la salvación, y hasta en los últimos rincones de la tierra se conservaba el deseo de ser redimidos.

La Encarnación tiene su origen en el amor de Dios por los hombres: «en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El» (1 Jn 4, 9). La Encarnación es la demostración por excelencia del Amor de Dios hacia los hombres, ya que en ella es Dios mismo el que se entrega a los hombres haciéndose partícipe de la naturaleza humana en unidad de persona.

La Encarnación no sólo manifiesta el infinito amor de Dios a los hombres, su infinita misericordia, justicia y poder, sino también la coherencia del plan divino de salvación. La profunda sabiduría divina se manifiesta en cómo Dios ha decidido salvar al hombre, es decir del modo más conveniente a su naturaleza, que es precisamente mediante la Encarnación del Verbo.

Jesucristo, el Verbo encarnado, «no es ni un mito, ni una idea abstracta cualquiera; Es un hombre que vivió en un contexto concreto y que murió después de haber llevado su propia existencia dentro de la evolución de la historia. La investigación histórica sobre Él es, pues, una exigencia de la fe cristiana» [3] .

Que Cristo existió pertenece a la doctrina de la fe, como también que murió realmente por nosotros y que resucitó al tercer día (cfr. 1 Co 15, 3-11). La existencia de Jesús es un hecho probado por la ciencia histórica, sobre todo, mediante el análisis del Nuevo Testamento cuyo valor histórico está fuera de duda. Hay otros testimonios antiguos no cristianos, paganos y judíos, sobre la existencia de Jesús. Precisamente por esto, no son aceptables las posiciones de quienes contraponen un Jesús histórico al Cristo de la fe y defienden la suposición de que casi todo lo que el Nuevo Testamento dice acerca de Cristo sería una interpretación de fe que hicieron los discípulos de Jesús, pero no su auténtica figura histórica que aún permanecería oculta para nosotros. Estas posturas, que en muchas ocasiones encierran un fuerte prejuicio contra lo sobrenatural, no tienen en cuenta que la investigación histórica contemporánea coincide en afirmar que la presentación que hace el cristianismo primitivo de Jesús se basa en auténticos hechos sucedidos realmente.

2. Jesucristo, Dios y hombre verdadero

La Encarnación es «el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo» (Catecismo , 483). La Encarnación del Hijo de Dios «no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre» ( Catecismo , 464). La divinidad de Jesucristo, Verbo eterno de Dios, se ha estudiado al tratar sobre la Santísima Trinidad. Aquí nos fijaremos sobre todo en lo que hace referencia a su humanidad.

La Iglesia defendió y aclaró esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a las herejías que la falseaban. Ya en el siglo I algunos cristianos de origen judío, los ebionitas, consideraron a Cristo como un simple hombre, aunque muy santo. En el siglo II surge el adopcionismo, que sostenía que Jesús era hijo adoptivo de Dios; Jesús sólo sería un hombre en quien habita la fuerza de Dios; para ellos, Dios era una sola persona. Esta herejía, fue condenada en el 190 por el papa San Víctor, por el Concilio de Antioquía del 268, por el Concilio I de Constantinopla y por el Sínodo Romano del 382 [4] . La herejía arriana, al negar la divinidad del Verbo, negaba también que Jesucristo fuera Dios. Arrio fue condenado por el Concilio I de Nicea, en el año 325. También actualmente la Iglesia ha vuelto a recordar que Jesucristo es el Hijo de Dios subsistente desde la eternidad que en la Encarnación asumió la naturaleza humana en su única persona divina [5] .

La Iglesia también hizo frente a otros errores que negaban la realidad de la naturaleza humana de Cristo. Entre estos se encuadran aquellas herejías que rechazaban la realidad del cuerpo o del alma de Cristo. Entre las primeras se encuentra el docetismo, en sus diversas variantes, que tiene un trasfondo gnóstico y maniqueo. Algunos de sus seguidores afirmaban que Cristo tuvo un cuerpo celeste, o que su cuerpo era puramente aparente, o que apareció de repente en Judea sin haber tenido que nacer o crecer. Ya San Juan tuvo que combatir este tipo de errores: «muchos son los seductores que han aparecido en el mundo, que no confiesan que Jesús ha venido en carne» (2 Jn 7; cfr. 1 Jn 4, 1-2).

Arrio y Apolinar de Laodicea negaron que Cristo tuviera verdadera alma humana. El segundo ha tenido particular importancia en este campo y su influencia estuvo presente durante varios siglos en las controversias cristológicas posteriores. En un intento de defender la unidad de Cristo y su impecabilidad, Apolinar sostuvo que el Verbo desempeñaba las funciones del alma espiritual humana,. Esta doctrina, sin embargo, suponía negar la verdadera humanidad de Cristo, compuesta, como en todos los hombres, de cuerpo y alma espiritual (cfr. Catecismo , 471). Fue condenado en el Concilio I de Constantinopla y en el Sínodo Romano del 382 [6] .

3. La unión hipostática

Al principio del siglo quinto, tras las controversias precedentes, estaba clara la necesidad de sostener firmemente la integridad de las dos naturalezas humana y divina en la Persona del Verbo; de modo que la unidad personal de Cristo comienza a constituirse en el centro de atención de la cristología y de la soteriología patrística. A este nueva profundización contribuyeron nuevas discusiones.

La primera gran controversia tuvo su origen en algunas afirmaciones de Nestorio, patriarca de Constantinopla, que utilizaba un lenguaje en el que daba a entender que en Cristo hay dos sujetos: el sujeto divino y el sujeto humano, unidos entre sí por un vínculo moral, pero no físicamente. En este error cristológico tiene su origen su rechazo del título de Madre de Dios, Theotókos , aplicado a Santa María. María sería Madre de Cristo pero no Madre de Dios. Frente a esta herejía, San Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso del 431 recordaron que «la humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción… Por eso el Concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno» ( Catecismo , 466; cfr. DS 250 y 251).

Unos años más tarde surgió la herejía monofisita. Esta herejía tiene sus antecedentes en el apolinarismo y en una mala comprensión de la doctrina y del lenguaje empleado por San Cirilo por parte de Eutiques, anciano archimandrita de un monasterio de Constantinopla. Eutiques afirmaba, entre otras cosas, que Cristo es una Persona que subsiste en una sola naturaleza, pues la naturaleza humana habría sido absorbida en la divina. Este error fue condenado por el Papa San León Magno, en su Tomus ad Flavianum [7] , auténtica joya de la teología latina, y por el Concilio ecuménico de Calcedonia del año 451, punto de referencia obligado para la cristología. Así enseña: «hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad» [8] , y añade que la unión de las dos naturalezas es «sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación» [9] .

La doctrina calcedonense fue confirmada y aclarada por el II Concilio de Constantinopla del año 553, que ofrece una interpretación auténtica del Concilio anterior. Tras subrayar varias veces la unidad de Cristo [10] , afirma que la unión de las dos naturalezas de Cristo tiene lugar según la hipóstasis [11] , superando así la equivocidad de la formula ciriliana que hablaba de unidad según la “fisis”. En esta línea, el II Concilio de Costantinopla indicó también el sentido en que había de entenderse la conocida formula ciriliana de «una naturaleza del Verbo de Dios encarnada» [12] , frase que San Cirilo pensaba que era de San Atanasio pero que en realidad se trataba de una falsificación apolinarista.

En estas definiciones conciliares, que tenían como finalidad aclarar algunos errores concretos y no exponer el misterio de Cristo en su totalidad, los Padres conciliares utilizaron el lenguaje de su tiempo. Al igual que Nicea empleó el término consubstancial, Calcedonia utiliza términos como naturaleza, persona, hipóstasis, etc., según el significado habitual que tenían en el lenguaje común, y en la teología de su época. Esto no significa, como han afirmado algunos, que el mensaje evangélico se helenizara. En realidad, quienes se demostraron rígidamente helenizantes fueron precisamente los que proponían las doctrinas heréticas, como Arrio o Nestorio, que no supieron ver las limitaciones que tenía el lenguaje filosófico de su tiempo frente al misterio de Dios y de Cristo.

4. La Humanidad Santísima de Jesucristo

«En la Encarnación ‘la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida’ (GS 22, 2)» ( Catecismo , 470). Por eso la Iglesia ha enseñado «la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a “uno de la Trinidad”. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cfr. Jn 14, 9-10» ( Catecismo , 470).

El alma humana de Cristo está dotada de un verdadero conocimiento humano. La doctrina católica ha enseñado tradicionalmente que Cristo en cuanto hombre poseía un conocimiento adquirido, una ciencia infusa y la ciencia beata propia de los bienaventurados en el cielo. La ciencia adquirida de Cristo no podía ser de por sí ilimitada: «por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar “en sabiduría, en estatura y en gracia” ( Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cfr. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34)» ( Catecismo , 472). Cristo, en quien reposa la plenitud del Espíritu Santo con sus dones (cfr. Is 11, 1-3), poseyó también la ciencia infusa, es decir, aquel conocimiento que no se adquiere directamente por el trabajo de la razón, sino que es infundido directamente por Dios en la inteligencia humana. En efecto, «El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba también la penetración que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cfr. Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61» ( Catecismo , 473). Cristo poseía también la ciencia propia de los beatos: «Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cfr. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34; 14, 18-20.26-30» ( Catecismo , 474). Por todo esto debe afirmarse que Cristo en cuanto hombre es infalible: admitir el error en Él sería admitirlo en el Verbo, única persona existente en Cristo. Por lo que se refiere a una eventual ignorancia propiamente dicha, hay que tener presente que «lo que reconoce ignorar en este campo (cfr. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cfr. Hch 1, 7)» ( Catecismo , 474). Se entiende que Cristo fuera humanamente consciente de ser el Verbo y de su misión salvífica [13] . Por otra parte, la teología católica, al pensar que Cristo poseía ya en la tierra la visión inmediata de Dios, ha siempre negado la existencia en Cristo de la virtud de la fe [14] .

Frente a las herejías monoenergeta y monotelita que, en lógica continuidad con el monofisismo precedente, afirmaban que en Cristo hay una sola operación o una sola voluntad, la Iglesia confesó en el III Concilio ecuménico de Constantinopla, del año 681, que «Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cfr. DS 556-559). La voluntad humana de Cristo “sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente” (DS 556)» ( Catecismo , 475). Se trata de una cuestión fundamental pues está directamente relacionada con el ser de Cristo y con nuestra salvación. San Máximo el Confesor se distinguió en este esfuerzo doctrinal de clarificación y se sirvió con gran eficacia del conocido pasaje de la oración de Jesús en el Huerto, en el que aparece el acuerdo de la voluntad humana de Cristo con la voluntad del Padre (cfr. Mt 26, 39).

Consecuencia de la dualidad de naturalezas es también la dualidad de operaciones. En Cristo hay dos operaciones, las divinas, procedentes de su naturaleza divina, y las humanas, que proceden de la naturaleza humana. Se habla también de operaciones teándricas para referirse a aquéllas en las que la operación humana actúa como instrumento de la divina: es el caso de los milagros realizados por Cristo.

El realismo de la Encarnación del Verbo se manifestó también en la última gran controversia cristológica de la época patrística: la disputa sobre las imágenes. La costumbre de representar a Cristo, en frescos, iconos, bajorrelieves, etc., es antiquísima y existen testimonios que se remontan al menos al siglo segundo. La crisis iconoclasta se produjo en Constantinopla a comienzos del siglo VIII y tuvo su origen en una decisión del Emperador. Ya antes había habido teólogos que se habían mostrado a lo largo de los siglos partidarios o contrarios al uso de las imágenes, pero ambas tendencias habían coexistido pacíficamente. Quienes se oponían solían aducir que Dios no tiene límites y no puede por tanto encerrarse dentro de unas líneas, de unos trazos, no se puede circunscribir. Sin embargo, como señaló San Juan Damasceno es la misma Encarnación la que ha circunscrito al Verbo incircunscribible. «Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (…) Por eso se puede “pintar” la faz humana de Jesús ( Ga 3, 2)» ( Catecismo , 476). En el II Concilio ecuménico de Nicea, del año 787, «la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas» ( Catecismo , 476). En efecto, «las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. 

El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, venera a la persona representada en ella» [15] .

El alma de Cristo, al no ser divina por esencia sino humana, fue perfeccionada, como las almas de los demás hombres, mediante la gracia habitual, que es «un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor» (Catecismo , 2000). Cristo es santo, como anunció el arcángel Gabriel a Santa María en la Anunciación: Lc 1, 35. La humanidad de Cristo es radicalmente santa, fuente y paradigma de la santidad de todos los hombres. Por la Encarnación, la naturaleza humana de Cristo ha sido elevada a la mayor unión con la divinidad –con la Persona del Verbo- a que puede ser elevada criatura alguna. 

Desde el punto de vista de la humanidad del Señor, la unión hipostática es el mayor don que jamás se haya podido recibir, y suele conocerse con el nombre de gracia de unión. Por la gracia habitual el alma de Cristo fue divinizada con esa transformación que eleva la naturaleza y las operaciones del alma hasta el plano de la vida íntima de Dios, proporcionando a sus operaciones sobrenaturales una connaturalidad que de otro modo no tendría. Su plenitud de gracia implica también la existencia de las virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo. De este plenitud de gracia de Cristo, «recibimos todos, gracia sobre gracia» ( Jn 1, 16). La gracia y los dones han sido otorgados a Cristo no sólo en atención a su dignidad de Hijo, sino también en atención a su misión de nuevo Adán y Cabeza de la Iglesia. Por eso se habla de una gracia capital en Cristo, que no es una gracia distinta de la gracia personal del Señor, sino que es un aspecto de esa misma gracia que subraya su acción santificadora sobre los miembros de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, «es el Cuerpo de Cristo» ( Catecismo , 805), un Cuerpo «del que Cristo es la Cabeza: vive de Él, en Él y por Él; Él vive con ella y en ella» ( Catecismo , 807).

El Corazón del Verbo encarnado. «Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Nos ha amado a todos con un corazón humano» ( Catecismo , 478). Por este motivo, el Sagrado Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia del amor con que ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (cfr. ibidem ).

José Antonio Riestra


Jesucristo asumió la naturaleza humana sin dejar de ser Dios: es verdadero Dios y verdadero hombre.


viernes, 23 de octubre de 2015

QUE ES REZAR?


1. Si miramos al hombre moderno, vemos que trabaja, se afana, se ocupa. Y no tiene tiempo para Dios, para escucharlo, para conversar con Él, para hablarle, para rezar. ¡Qué poco tiempo dedicamos a la oración!

2. No se puede separar nuestro rezar de nuestra vida cristiana; siempre van juntas. San Agustín expresa esta relación interior entre vida de oración y vida cristiana de la siguiente manera: “Quien reza bien, vive bien”. Y por el contrario se puede decir: quien reza mal, vine mal.

También Santa Teresa explica: “Para mí siempre es lo mismo: rezar y encontrar el camino hacia Dios.” Quien, por eso, no reza, no encontrará nunca el camino hacia Dios. Así entendemos, por qué muchos de nuestros contemporáneos no viven como cristianos, no tienen una relación personal con Dios: ellos no se esfuerzan por orar.

A estos hombres San Alfonso les dice una palabra muy dura: “Quien no reza, quien deja de rezar, no debe ser condenado, porque ya está condenado”. Aún cuando no perdamos nunca la esperanza de salvación para estos hombres, sin embargo sentimos que la oración es absolutamente necesaria para un cristiano vital, para un hombre nuevo.

3. ¿Qué es, pues, rezar? Rezar, simplemente dicho, dialogar personalmente con Dios, es hablar de persona a persona con Él.

Nuestra oración es impersonal, cuando sólo es una repetición sin reflexión, cuando sólo es un mover de los labios, cuando no hay interés interior en lo que decimos exteriormente. Es lo que dice Dios al pueblo judío, por medio del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Is 29,13)

Rezar por el contrario, es tener un diálogo con Dios, una intercomunicación vital entre Dios y yo. Hablo con Él como con una persona humana muy querida; hablo sobre mis intereses personales y familiares, y también sobre los intereses de Dios. Todo lo que personalmente experimento, siento, deseo, sufro - todo se lo digo a É1.
De tal manera me uno a Dios en la oración con todo mi ser, toda mi vida, toda mi alegría, todos mis problemas.
Así nuestro orar quiere ser un hablar con toda naturalidad, o como nos enseña Santa Teresita - un “charlar espontáneo” con el Dios personal.

4. Rezar, en este sentido, toma el hombre entero, sobre todo su corazón. Porque la oración verdadera se entiende también como un diálogo de corazón, entre Dios y el hombre. Hay un proverbio que dice: Mejor es rezar con mucho corazón y pocas palabras, que con muchas palabras y poco corazón.

Porque rezar con el corazón es signo de un amor maduro y de una vinculación profunda a Dios. Y a medida que el amor se vuelva más profundo, menos necesita de gestos y palabras, para expresarse. 

Necesita cada vez más la tranquilidad, para mirar simplemente, para amar en silencio.

5. Muchos cristianos creen que no tienen tiempo para orar. Pero no falta el tiempo sino la valorización de Dios. Porque tenemos tiempo para todo lo que nos parece importante y nos interesa: el diario, el deporte, un paseo, una fiesta... No tenemos tiempo para Dios porque Él no es importante, no tiene mucho valor para nosotros. O sea, es una cuestión de jerarquía, de escala de valores.

Como cada amistad, también nuestra amistad con Dios exige un poco de tiempo, un poco de atención, un poco de cuidado. Si amamos, hemos de encontrar tiempo para amar.


Orar es detenerse, es darse tiempo para cultivar nuestra amistad con Dios. Una amistad verdadera surge lentamente: hay que tener paciencia pare amar, hay que saber hacer un alto.


jueves, 22 de octubre de 2015

APOSTOLADO

QUE ES EL APOSTOLADO?

Hacer apostolado significa compartir, significa guiar, significa iluminar a todos los que te rodean para que todos lleguen a su fin, que es Dios

A todos nos ha sucedido alguna vez que, al asistir a un espectáculo muy bueno o ir de viaje a un lugar hermoso —o al conocer y platicar con alguien famoso—, inmediatamente surgen en nosotros deseos de platicárselo a los amigos, de compartir esa experiencia con aquellos que queremos.

Cuando estás emocionado con algo, quieres hablar de ello todo el día y con todas las personas que te encuentres. En eso consiste el apostolado: hablar de ese tesoro que has encontrado, de ese camino a la verdadera felicidad que has descubierto.

El apostolado es una señal de amistad. Sería muy egoísta guardarte el secreto para ti solo dejando que tus amigos se vayan por rutas incorrectas. Hacer apostolado significa compartir, significa guiar, significa iluminar a todos los que te rodean para que todos lleguen a su fin, que es Dios.

Sin embargo, tal vez en este momento te hagas una pregunta: 

¿de qué manera puedo asumir mi llamado al apostolado?

Hay diversos tipos de apostolado

• El apostolado del testimonio: consiste en actuar siempre bien, en privado y en público; en convencer a los demás del camino a seguir, caminando tú primero. Que al verte feliz y realizado los demás deseen seguirte e imitarte.

• El apostolado de la palabra: consiste en hablar de lo que has descubierto. Puedes realizarlo escribiendo libros, dando conferencias o en pláticas informales, durante un rato de convivencia o en la comida, en donde compartas con los demás tus experiencias y tus conocimientos sobre el camino a la felicidad.

• El apostolado de la acción: consiste en organizar, dirigir o colaborar en alguna obra o acción específica de ayuda a los demás. Esto se puede realizar a través de la acción social, las misiones o cualquier otra acción que dé a conocer a Dios a los demás.

• El apostolado de la oración y el sacrificio: consiste en orar, rezar y sacrificarse por los demás. Muchas veces te encontrarás con personas a las que es imposible convencer mediante las palabras o el testimonio. Con ellas, necesitas más que nunca el poder de Dios, recurrir a Él y pedirle su ayuda.

En cierta ocasión los discípulos de Jesús llegaron con Él muy desanimados por no poder sacar un demonio, y Cristo les contestó: "Ese tipo de demonios sólo pueden expulsarse con la oración y el sacrificio".

(Mt. 17, 21)