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jueves, 8 de octubre de 2015

LOS MÁRTIRES

Los mártires son los cristianos que dan testimonio de la verdad en las enseñanzas de Cristo, prefiriendo la muerte y el sufrimiento a la renuncia de la fe   
        
A menudo, cuando se está en medio de una tarea desagradable, la gente suele decir: Esto es un martirio. Pareciera que las imágenes de los primeros cristianos que son decapitados o colgados por prevalecer en su fe muestran el martirio como sólo sufrimiento. Sin embargo, martirio no sólo implica sufrimiento, sino virtud y alegría, pues es un testimonio de fidelidad en la vida y acciones de Cristo.

El sentido substancial de la palabra “mártir” se aclara si lo analizamos desde una postura etimológica. En lengua griega, “mártyras” significa testigo. Es así que quien muere martirizado es un testigo de la fe puesta en las enseñanzas de Cristo. El mártir da testimonio de Cristo, de su vida, de sus acciones y del valor del seguimiento de sus enseñanzas, pues ha preferido la muerte a renunciar a ellas. Podríamos decir que el mártir sella su testimonio con su sangre, tal como lo hizo Cristo. En este sentido, el mártir está unido con Cristo en la caridad.

El Catecismo de la Iglesia Católica ( No. 2473) indica que el martirio es el supremo testimonio de la verdad en la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana.

¿Qué finalidad persigue el mártir?

Los mártires pretenden mostrar que las enseñanzas de Cristo son verdaderas y valiosas, para lo cual testifican con su vida. También pretenden unirse, en caridad, a la verdad de Cristo.

Testigos de la verdad

Los mártires prefieren dar su vida que renegar de la fe. Con esto, muestran su compromiso de fe con la verdad. Ante el hecho de que los mártires den su vida por permanecer firmes en su fe, puede surgir la siguiente pregunta: ¿dando la vida se demuestra suficientemente la verdad de las creencias?

Podríamos pensar que aceptar la muerte a cambio de no abandonar una creencia es un acto heroico, pero no necesariamente una prueba de la verdad. Sin embargo, los mártires no sólo prueban el gran valor de sus creencias, sino también su verdad a través de la conservación de la fe. Pues difícilmente se daría la vida por mantenerse en una creencia falsa. Los mártires conservan firme su fe, la cual sólo se preserva como tal si se fundamenta en la verdad.


Es evidente que los mártires mueren con una firme certeza en Cristo. Pero antes debemos considerar que el estado subjetivo de la certeza adquiere su máxima firmeza en la verdad misma. Es así que los mártires mueren con una máxima certeza, por lo tanto, son testigos de la verdad. Pero debemos señalar que no de cualquier verdad, como la propia de las matemáticas o las ciencias, sino la verdad de la fe que ha sido tomada de la autoridad de Cristo. Santo Tomás de Aquino (Summa Theologiae II-II q. 124, a. 5) puntualiza que los mártires son testigos de la verdad que se ajusta a la piedad (Tit 1,1), que se nos manifiesta por Cristo. De ahí que los mártires de Cristo son como testigos de su verdad. Pero a la verdad de la fe pertenece no sólo la creencia del corazón, sino también la confesión externa, la cual se manifiesta no sólo con palabras por las que se confiesa la fe, sino también con obras por las que se demuestra la posesión de esa fe.

Unidos a Cristo en la caridad

Los mártires desean estar en comunión con la verdad, esto lo han mostrado con su sacrificio. Con su muerte, los mártires se unen a Cristo, quien también dio la vida como testimonio de la verdad. Antes de su muerte, Jesús anticipó que muchos de sus discípulos perderían la vida por dar testimonio de Él. Sin embargo, los instó a tener valentía para defender dignamente la verdad, diciéndoles que encontrarían el sentido de su muerte en el hallazgo de una vida renovada y plenificada. Incluso les dio fortaleza al declarar que, quien perdiera la vida por Él, no la perdería del todo, sino que la salvaría y la haría plena: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.” (Lc 9, 23-24)

Los cristianos saben que la vida óptima sólo se da permaneciendo en Cristo. El martirio implica un seguimiento de las enseñanzas cristianas hasta el punto de la muerte. Por lo que el mártir participa de la vida y de la muerte de Cristo. Así como Cristo se entregó como testimonio del amor del Padre, el mártir imita a Cristo y se entrega, en caridad, como testigo de Cristo. En esta participación del testimonio y del sufrimiento, el cristiano se une de una manera óptima a Cristo. Naturalmente, todos los hombres están llamados a ser óptimos en Cristo, sin embargo, el mártir goza más directamente de esta participación.
Vemos, entonces, que el mártir está unido a Cristo en la caridad. Pues, como Jesús dio su vida por voluntad libre y por amor de los hombres, el mártir da la vida por amor de Él y para confirmar la fe de sus hermanos.

El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epístola ad Romanos, 4, 1). (CEC 2473)

El martirio se obtiene por la virtud de la fortaleza

Podemos pensar que el martirio es un don e incluso un privilegio, pues es unión íntima con Cristo en la imitación de su muerte. Pero el martirio no es sólo un don, sino un acto de la voluntad conseguido por la virtud de la fortaleza. El mártir muere libre, pues ha tenido la opción de elegir entre la muerte y la renuncia a la fe. Una vez que ha elegido guardar la fe y dar testimonio de ella como verdad, necesita de una virtud que haga óptima a su voluntad, a fin de perseverar firme en su decisión hasta la muerte. La virtud de la que hablamos es la fortaleza. Ella nos insta a perseverar para obtener un bien, y por lo tanto, es una virtud ya que las virtudes perfeccionan al hombre.

El martirio no sólo da gloria a Dios y une al mártir a la verdad y vida inmortal de Cristo, sino que tiene un amplio sentido de proselitismo. Los mártires reafirman a sus hermanos en la fe, pues con su testimonio dan muestra de que las enseñanzas recibidas son verdaderas y valiosas. En breve, digamos que los mártires invitan a sus hermanos a conservar sus creencias, y llegada la ocasión, a dar la vida por ellas. Tertuliano, un padre de la Iglesia decía: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. El martirio es un medio de expansión de la fe, pues es ejemplo de fortaleza y compromiso.

Gabriel González Nares | Fuente: encuentra.com


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