Sin importar si nosotros también estamos crucificados, somos los soldados, las mujeres o simples espectadores del drama de la cruz, él nos abre los brazos para mostrarnos cuán grande es el amor de Dios y el odio de los hombres.
Jesús, cargando sobre si la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo”, en hebreo, "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio". (Jn. 19, 17-18)
La palabra era la luz verdadera... vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de llegar a ser Hijos de Dios. (Jn. 1, 9. 11-12)
En este marco de dolor y marginación, Jesús pronuncia desde la cruz sus siete palabras, palabras que nacen del corazón mismo de Dios y del corazón mismo del hombre, corazón que herido pero compasivo, no quiere irse sin dejar su último testamento hasta que vuelva.
Dos de los evangelista, Marcos y Mateo, nos representan a Jesús recitando el salmo 22 antes de su muerte.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt. 27, 46; Mc.15, 34)
Esta "primera palabra" pronunciada por el Dios crucificado es, más que un reproche hacia Dios, la oración del justo que sufre y espera en Dios; Jesús, en lugar de desesperar y olvidarse de Dios, clama al Padre pues confía en que él lo escucha, pero Dios no responde, porque ha identificado a su hijo con el pecado por amor a nosotros, y este debe morir, Jesús, colgado en la cruz, es rechazado ahora por el cielo y por la tierra, porque el pecado no tiene lugar.
Cuantas veces en nuestras vidas hemos sentido el abandono de Dios. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice Señor? Preguntas y preguntas como la de Cristo que encuentran como respuesta el silencio de Dios. Por lo general, es la mejor respuesta que nos puede dar, pero no lo entenderemos hasta que sepamos que del silencio brota la resurrección.
Las tres palabras siguientes están narradas por el evangelista Lucas.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc. 23, 34)
Sin pensarlo casi, solemos pronunciar esta "segunda palabra" de Jesús con un tono soberbio, como quien nunca ha pecado ni necesita perdón, suele ser nuestra excusa para decir: "que Dios te perdone... yo no"; sin saber que por esta suplica de Dios a Dios, nuestros pecados fueron perdonados.
Nosotros somos los que crucificamos a Jesús y lo hacemos día a día, con nuestras mentiras, hipocresías, faltas de amor, miradas altaneras y mil cosas más. Esta oración al Padre, no es para mi vecino, o para aquel que no trago en la comunidad, es para mí... porque no sé lo que hago.
Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lc. 23, 43)
No es cualquiera quien pronuncia como "tercer palabra" esta promesa, es el mismo Camino hacia el paraíso y la Puerta a la vida nueva, con autoridad puede darnos este mensaje de esperanza. Hasta el último momento Jesús se preocupa por aquellos excluidos y marginados de la sociedad.
A nosotros no nos es debido contradecir la Palabra de Dios, debemos velar por darle cumplimiento, por allanarle el camino. Pero ¡NO! por lo general hacemos lo contrario, en lugar de abrir las puertas del paraíso, se las cerramos en la cara a aquellos a quienes Jesús mismo invitó y llamó. Condenamos a las prostitutas, a los presos, a los enfermos, y mucho más si son de SIDA, a los homosexuales, a los drogadictos; y más aún a los que no tienen el mismo color que yo, la misma ideología política, la misma condición social.
Nuestras comunidades no se salvan de esta acusación, porque muchas veces le cerramos la puerta a los demás tan solo por ser diferentes, o tantas otras veces que recibimos a alguien pero no le damos su lugar.
Ojalá seamos nosotros y nuestras comunidades los destinatarios de este mensaje esperanzador del Maestro, porque para la conversión, para volver la vista hacia Dios... nunca es tarde.
Padre, en tus manos pongo mi espíritu. (Lc. 23, 46)
Esta "cuarta palabra" del Emmanuel parece unir la encarnación con la pasión, parece repetir el "fiat" de María: "Hágase en mi según tu Palabra" (Cf. Lc. 1, 38) ¿Será porque en la Madre y en el Hijo hay un mismo sentimiento de entrega y confianza en Dios?
Nosotros debemos intentar que cada día de nuestras vidas esté en las manos del Padre.
Lamentablemente en nuestro tiempo esto parece volverse imposible, nuestra cultura no entiende que los tiempos de Dios no son los nuestros y en cada momento confía más en sus fuerzas que en las de Dios. Hoy parece que vivimos como si Dios no existiera, o por lo menos como si no tuviera influencia en nuestras vidas, hemos tomado solos las riendas de nuestras vidas y nos ha ido bastante mal pues no hemos puesto nuestro espíritu en las manos del Padre.
¿Cuántas veces he empezado algo sin rezar antes? ¡Y después me quejo de cómo me va! Todas esas veces fui crucificado, pero sin esperanzas de resurrección... pues ¿quién nos da la vida?
Las tres palabras siguientes, las últimas, fueron tomadas por Juan, el menor de los discípulos, pero con el mayor de los corazones, pues fue el único capaz de quedarse al pie de la cruz junto a María.
Mujer, ahí tienes a tu hijo... ahí tienes a tu Madre. (Jn. 19, 26-27)
El discípulo amado ya soportó la cruz, vio a su maestro y amigo sufriendo y muriendo, por eso Jesús lo recompensó tan pronto... le encomienda a María; pero ¿qué significa esto? Jesús no quiere dentro de su familia ningún excluido, y María, sin ningún varón cerca que daría fuera de la sociedad... ¿volvemos al mismo tema que antes? ¿los excluidos? Y es que la misión de Jesús se dirigía a ellos con especial predilección (Cf. Lc. 4, 16-19) El "hermano de todos" no quiere que nadie quede fuera del Reino y de la liberación definitiva.
Hace ya 2000 años que Jesús entregó a su madre a todos los hombres en la persona de Juan, y ella sigue acompañándonos, acompaña a los pueblos haciéndose uno de nosotros y viniendo a nuestra casa, Itatí, Guadalupe, Caá Cupe... solo algunos de los nombres que nuestro pueblo da a María cada vez que Jesús nos dice: "Pueblo, aquí tienes a tu madre".
Tengo sed. (Jn. 19, 28)
Esta "sexta palabra" es lo más pequeño que Jesús gritó desde la cruz, pero una de las cosas más humanas y más profundas.
La sed es algo profundamente humano y natural, tan necesario para conservar la vida tanto casi como la misma existencia de Dios que nos conserva; pero la sed de Cristo es mucho más profunda no puede ser calmada solo con agua, es la sed de que todos sus hermanos puedan tener agua y comida suficiente... es la sed de los pobres de ayer, de hoy y de siempre.
¿Nos preocupamos de calmar la sed de nuestro pueblo?
Nos decía Mons. Oscar Romero (Obispo de San Salvador) "El mundo al que debe servir la Iglesia es el mundo de los pobres, y los pobres son los únicos que deciden lo que significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo.
¿Qué estamos haciendo?
Todo está cumplido. (Jn. 19, 30)
La última palabra del Dios desnudo: "todo está cumplido" y murió... si hubiéramos seguido paso a paso el drama de la vida de Jesús como en una telenovela, en este momento deberíamos romper en llanto, porque el autor y actor principal ha muerto, para una película este no sería un buen final, pues muere el protagonista. Pero como esto no es ni una telenovela ni una película, tratándose de la vida real, o de "la mas real de las vidas", nos acongojamos y sufrimos por la muerte de nuestro redentor, pero por uno de esos misterios tan grandes de nuestro existir, la vida posee una ambigüedad tan grande que a la vez nos alegramos por la muerte, porque sabemos que luego viene la resurrección y la vida definitiva junto al Padre.
Jesús finaliza su misión entre nosotros... nos ha dado su mensaje, y algunos, aunque sin entenderlo mucho, han hecho caso al llamado y se han empapado del mensaje del Reino y de la misericordia del Padre... ahora nos toca a nosotros, somos los portadores de un mensaje que no es nuestro, el mensaje de que "todo se ha cumplido" y la redención fue consumada por Cristo desde la Cruz y la resurrección.
Siete palabras del Corazón de Cristo, siete palabras que nosotros estamos llamados a pronunciar desde nuestra aflicción y nuestra cruz, porque son el camino hacia la Vida Nueva... porque son el camino hacia la Pascua.
Martín Daniel González
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