1. Si miramos al hombre moderno, vemos que trabaja, se
afana, se ocupa. Y no tiene tiempo para Dios, para escucharlo, para conversar
con Él, para hablarle, para rezar. ¡Qué poco tiempo dedicamos a la oración!
2. No se puede separar nuestro rezar de nuestra vida
cristiana; siempre van juntas. San Agustín expresa esta relación interior entre
vida de oración y vida cristiana de la siguiente manera: Quien reza bien, vive bien. Y
por el contrario se puede decir: quien reza mal, vine mal.
También Santa Teresa explica: Para
mí siempre es lo mismo: rezar y encontrar
el camino hacia Dios. Quien, por eso, no reza, no
encontrará nunca el camino hacia Dios. Así entendemos, por qué muchos de
nuestros contemporáneos no viven como cristianos, no
tienen una relación personal con Dios: ellos no se esfuerzan por orar.
A estos hombres San Alfonso les dice una palabra muy dura: Quien no reza, quien deja de rezar, no debe ser condenado,
porque ya está condenado. Aún cuando no perdamos nunca la esperanza de salvación para
estos hombres, sin embargo sentimos que la oración es absolutamente necesaria
para un cristiano vital, para un hombre nuevo.
3. ¿Qué es, pues, rezar? Rezar, simplemente dicho, dialogar
personalmente con Dios, es hablar de persona a persona con Él.
Nuestra oración es impersonal, cuando sólo es una repetición
sin reflexión, cuando sólo es un mover de los labios, cuando no hay interés
interior en lo que decimos exteriormente. Es lo que dice Dios al pueblo judío,
por medio del profeta Isaías: Este pueblo
me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. (Is
29,13)
Rezar por el contrario, es tener un diálogo con Dios, una
intercomunicación vital entre Dios y yo. Hablo con Él como con una persona
humana muy querida; hablo sobre mis intereses personales y familiares, y
también sobre los intereses de Dios. Todo lo que personalmente experimento,
siento, deseo, sufro - todo se lo digo a É1.
De tal manera me uno a Dios en la oración con todo mi ser,
toda mi vida, toda mi alegría, todos mis problemas.
Así nuestro orar quiere ser un hablar con toda naturalidad,
o como nos enseña Santa Teresita - un charlar
espontáneo
con el Dios personal.
4. Rezar, en este sentido, toma el hombre entero, sobre todo
su corazón. Porque la oración verdadera se entiende también como un diálogo de
corazón, entre Dios y el hombre. Hay un proverbio que dice: Mejor es rezar con
mucho corazón y pocas palabras, que con muchas palabras y poco corazón.
Porque rezar con el corazón es signo de un amor maduro y de
una vinculación profunda a Dios. Y a medida que el amor se vuelva más profundo,
menos necesita de gestos y palabras, para expresarse.
Necesita cada vez más la
tranquilidad, para mirar simplemente, para amar en silencio.
5. Muchos cristianos creen que no tienen tiempo para orar.
Pero no falta el tiempo sino la valorización de Dios. Porque tenemos tiempo
para todo lo que nos parece importante y nos interesa: el diario, el deporte,
un paseo, una fiesta... No tenemos tiempo para Dios porque Él no es importante,
no tiene mucho valor para nosotros. O sea, es una cuestión de jerarquía, de
escala de valores.
Como cada amistad, también nuestra amistad con Dios exige un
poco de tiempo, un poco de atención, un poco de cuidado. Si amamos, hemos de
encontrar tiempo para amar.
Orar es detenerse, es darse tiempo para cultivar nuestra
amistad con Dios. Una amistad verdadera surge lentamente: hay que tener
paciencia pare amar, hay que saber hacer un alto.
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