La Fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a
la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie
puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí
mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe
de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos
impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la
gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de
los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.
Catecismo de la Iglesia
Católica
Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad, y
su fin es conducirnos a Dios. Son virtudes infusas, recibidas directamente de
Dios en el Bautismo y nos acercan a Él. Su objetivo es unirnos íntimamente a
Dios, llevarnos hacia Él, de ahí su excelencia. La fe es “una virtud teologal
infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las
verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que
revela.
Dicho de otra manera, es la “adhesión de la inteligencia a
la verdad revelada por Dios”. Es una luz y conocimiento sobrenatural por medio
del cual, sin ver, podemos creer, lo que Dios nos dice y la Iglesia nos enseña.
“Dios nos hace ver las cosas, por decirlo así, desde su punto de vista divino,
tal como las ve Él.
Humanamente, sin ayuda sobrenatural, no podremos
adquirirlas, de ahí la importancia del Bautismo donde se nos infunden. Es por
eso que una persona no bautizada tendrá más dificultad en acceder a las
verdades sobrenaturales que una que lo está.
La Fe es un don gratuito. Creemos en una verdad que nos
llega de afuera y que no nace de nuestra alma. La fe nos viene desde el
exterior y Dios nos invita a someternos libremente a ella para salvarnos.
Algunos la tendremos desarrollada desde niños (debido a una sólida formación
cristiana) otros la perderemos y la recuperaremos a través de nuestra vida y
otros la invocaremos en el último instante de la muerte. Hoy se sabe que el
oído es el último sentido que se pierde, de ahí la importancia de rezarle a los
moribundos el acto de contrición al oído, ya que no sabemos con exactitud en el
instante preciso en que el alma abandona el cuerpo. Dios puede, si quiere,
detener el juicio de un alma hasta que ella acepte sus pecados y haga un acto
de fe y de contrición, pero este es un secreto que quedará siempre en la
intimidad de Dios y el alma. Lo que sí sabemos, porque la Iglesia nos lo
enseña, es que es necesario este acto de fe interior para salvarse. “Quien
creyere y fuere bautizado será salvo, más quien no creyere, será condenado” (Mc
XVI, 16) afirmó Nuestro Señor en el Evangelio. El acto de fe interior a veces
(para la tranquilidad de los que creemos y nos preocupamos del alma ajena) será
público, otras veces no. Dios no hará responsables de no haberlo aceptado a
quienes no lo hayan conocido (por ej: las tribus salvajes del África que tanto
decimos que nos preocupan) precisamente porque para rechazar a alguien,
primero, hay que reconocer que existe, y ellos no lo conocen. Tampoco lo
conocen todos los pueblos a quienes la Verdad no les ha sido presentada. A
ellos Dios no les pedirá cuentas, pero a nosotros sí, porque conociéndola, no
hemos trabajado para difundirla y enseñarla.
A cada uno nos juzgará con infinita justicia, en la exacta
proporción de la formación que hayamos tenido, de las gracias que habremos
recibido y de las que habremos rechazado. De ahí la importancia de enseñarles a
los niños desde la más tierna infancia, a conocer a Dios para luego poder creer
en Él, ya que, de las tres virtudes teologales infusas en el Bautismo, la fe es
la fundamental.
“Mejor tarde que
nunca”, dice el refrán, pero es mejor temprano que tarde para conocer a Dios.
Es por eso que la niñez es la etapa ideal, donde el aprendizaje es fácil,
sencillo, y la inocencia acepta con docilidad lo que es simple, como que Dios
es el Creador del Universo, que premia a los buenos y que castiga a los malos.
Millones de religiosos y de laicos piadosos lo entendieron así durante veinte
siglos, y muchos de ellos aceptaron hasta el martirio físico y espiritual para
difundirla, lo que pertenece al capital de gloria de la Iglesia. Creer
significa admitir algo como verdadero Creemos cuando damos fe a la autoridad
del otro. En cambio, cuando decimos “creo que va a llover” o “creo que ha sido
el día más agradable del verano” o “creo que merece la pena conocer el norte”
expresamos simplemente una opinión. Suponemos que lloverá; tenemos la impresión
de que hoy ha sido el día más agradable del verano, pensamos que vale la pena
conocer el norte. Este punto es importante: una opinión no es una creencia. La
fe implica certeza.
Pero no toda certeza es fe. Cuando veo y comprendo
claramente algo no es un acto de fe. No creo que dos más dos son cuatro porque
es evidente, puedo comprenderlo y comprobarlo. Esto es comprensión y no
creencia.
www.catholic.net
"Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo,
Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar
hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este
amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la
muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud,
brindando la posibilidad de la salvación".
Benedicto XVI
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