Buscar este blog

jueves, 3 de septiembre de 2015

CUANTO VALE UNA MISA?

Tiene por sí misma un valor tan grande que no hay nada en la creación que valga tanto.


Una sola gota de la Preciosa Sangre contenida en el cáliz podría bastar para salvar millones de mundos más culpables que el nuestro.

Esto es así porque siendo la Misa substancialmente el mismo sacrificio de la cruz, aunque incruento, es el mismo Jesucristo, Hijo de Dios, el que como Sacerdote eterno se inmola a sí mismo como Víctima inmaculada y santa a su Padre por la redención del mundo. Por lo tanto, el sacrificio del Calvario tiene un valor infinito en razón de la infinita dignidad de Jesucristo.

En el Sacrificio del Altar es donde, unidos a Cristo sacerdote y víctima, podemos cumplir nuestro deber de adoración y gratitud, donde ofrecemos un sacrificio expiatorio suficiente, donde podemos obtener las gracias que necesitamos.

Es el más perfecto acto de adoración. Nada puede glorificar a Dios tanto y de tan perfecta manera como la Misa.

Es también el más perfecto acto de reparación del pecado, de todos los pecados, la más perfecta expiación de las ofensas hechas a Dios.

Es más agradable a Dios que todo lo que le desagradan todos los pecados juntos.

La Pasión de Cristo es satisfacción suficiente por todos los pecados de todos los hombres, y si le amamos debemos procurar, en la medida de nuestra debilidad, buscar la expiación uniéndonos en la Santa Misa a Cristo, Sacerdote y Víctima: siempre será El quien cargue con el peso imponente de las infidelidades de las criaturas, ya que lo que nosotros hagamos es insuficiente.

Por la Misa no sólo podemos ofrecer a Dios un sacrificio digno de Él, sino además conseguir para nuestros humildes y pobres sacrificios una nueva calidad que los hace gratos y aceptables a Dios cuando se los ofrecemos - y a nosotros mismos con ellos - en unión a la Víctima que se ofrece en la Misa, ya que entonces quedan incorporados a su sacrificio.

De este modo quedamos incorporados a la Redención.

Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios.

La Misa tiene un valor de impetración, es decir, nos consigue de Dios tales gracias que sólo el desconocimiento de lo que se puede alcanzar con la Misa explica el poco empeño que tantos católicos ponemos en aprovecharnos de ellas.

En cuanto alabanza y acción de gracias tiene un valor infinito, pues tienen a Dios como referencia y ahí no hay límite para la acción de Cristo; pero no ocurre igual con la satisfacción y la impetración. Es cierto que Cristo no pone límites a su acción, pero el hombre si pone obstáculos que la impidan o la coarten

Puesto que en todo pecado hay culpa que merece una pena, la misa, en lo que tiene de sacrificio que satisface por el pecado, afecta en su aplicación a la culpa y a la pena, a saber, expiando la culpa y satisfaciendo por la pena, pero no absolutamente, sino en la medida que lo permite la capacidad de recepción que existe. Su efecto depende de la disposición que tenga el fiel.

Cuando participamos de la Eucaristía experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos conforta con Cristo, sino que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo.

Mientras que el Sacramento Eucarístico sólo aprovecha a quien lo recibe, pues un alimento (y la Eucaristía lo es para el alma) sólo aprovecha a quien lo toma, la Misa es un sacrificio, una Víctima que se ofrece a Dios, y que puede ofrecerse por otros para beneficio de otros.

La participación en la Misa nos obtiene las gracias espirituales y temporales que nos son necesarias, o simplemente convenientes, para nuestra salvación.

La Misa no es un acto puramente personal del sacerdote o de cada fiel, sino eminentemente social, pues es la Iglesia quien lo ofrece, y la Iglesia es un Cuerpo en el que todos sus miembros son solidarios, el cristiano que se beneficia de la Santa Misa no se debe beneficiar sólo para él, sino también para otros.

Debemos preguntarnos el lugar que ocupa la Santa Misa en nuestra vida.


Decía San Bernardo: «el que oye devotamente una Misa en gracia de Dios merece más que si diera de limosna todos sus bienes».

Oír una Misa en vida aprovecha más que las que digan por esa persona después de su muerte. Con cada Misa que oigas aumentas tus grados de gloria en el cielo.

La Eucaristía es un banquete para conmemorar la Última Cena. 

Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.

Para que la Misa te sirva basta con que asistas voluntariamente, aunque a veces no tengas ganas de ir.

La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.

El acto oficial de la Iglesia para dar culto a Dios colectivamente, es la Santa Misa. 

El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.

El cristianismo es una vida, no un mero culto externo. El culto a Dios es necesario, pero no basta para ser buen cristiano.

La asistencia a Misa es sobre todo un acto de amor de un hijo que va a visitar a su Padre: por eso el motivo de la asistencia a Misa debe ser el amor.

Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa. 

Le oí decir a un sacerdote, que hablaba del valor de la Misa, que si a él le ofrecieran un millón de euros para que un día no celebrara la Santa Misa, él, sin dudarlo, dejaría el millón, no la Misa. 

La Misa se celebra por cuatro fines:
  1. Para adorar a Dios dignamente. Todos los hombres estamos obligados a adorar a Dios por ser criaturas suyas. La mejor manera de adorarle es asistir debidamente al Santo Sacrificio de la Misa.
  2. Para satisfacer por los pecados nuestros y de todos los cristianos vivos y difuntos.
  3. Para dar gracias a Dios por los beneficios que nos hace: conocidos y desconocidos por nosotros.
  4. Para pedir nuevos favores del alma y del cuerpo, espirituales y materiales, personales y sociales.
Por lo tanto, nuestras peticiones, unidas a la Santa Misa tienen mayor eficacia. Pero la aplicación del valor infinito de la Misa depende de nuestra disposición interior.

La Misa se ofrece siempre solamente a Dios, pues sólo a Él debemos adoración, pero a veces se dice Misa en honor de la Virgen o de algún santo, para pedir la intercesión de ellos ante Dios60.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, ha recalcado la importancia de la Liturgia en la formación de los cristianos de hoy: «la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza»


“Cada Santa Misa tiene un valor infinito, inmenso, que nosotros no podemos comprender del todo: alegra a toda la corte celestial, alivia a las pobres almas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda clase de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los santos, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y todo lo que hagan hasta el fin de los siglos.”

San Juan María Vianney (Santo Cura de Ars)


El Valor de la Misa es infinito, no hay nada con que se pueda “pagar” La Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesús para salvarnos. En nosotros está el aprovechar cada Misa, cada Eucaristía que tomemos para ir abonando al encuentro con El.

Reflexionemos, cuál es tu experiencia personal al asistir a Misa?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario