Algunos científicos actuales afirman que la Iglesia Católica
se opone al desarrollo científico, pero hay muchos hechos que confirman lo
contrario.
Muchos de los grandes avances científicos que hoy
disfrutamos son fruto de los estudios que se realizan en las universidades.
¿Dónde surgieron las universidades? Basta dar una ojeada al pasado para
descubrir que el comienzo de las primeras universidades del mundo surgió bajo
el seno de la Iglesia. En ellas se estudiaba no sólo la filosofía y teología
sino muchas de las ciencias como la astronomía y las matemáticas. Más tarde se
desarrollarán los centros de estudios superiores en los campos laicos. La
Iglesia, desde el inicio, se ha preocupado por el desarrollo científico en
todos sus aspectos.
Pocas personas saben que la primera asociación científica
del mundo fue promovida por la Iglesia. La Pontificia Academia de las Ciencias
fue fundada en 1603 y en el 2003 cumple 400 años. Quizá muchos de nosotros no
sabíamos que Galileo Galilei (uno de los más grandes científicos que
revolucionaron la ciencia moderna con sus teorías heliocéntricas) fue miembro
de esta Academia de las Ciencias. Es más, gracias al apoyo que recibió de ella
pudo financiar la mayoría de sus obras científicas. Otro gran ejemplo es el
sacerdote católico belga, George Lemaître, que propuso la teoría del Big-Bang
(la gran explosión) como una posible explicación del origen temporal del
universo. Esta teoría, hoy en día, es examinada con gran interés por los
científicos por los recientes descubrimientos acerca de un eco en el universo
que podría ser el resultado de esta gran explosión.
Albert Einstein y George Lemaitre |
El interés que ha tenido la Iglesia por los avances
científicos se ha incrementado de manera notable desde el siglo pasado. La
ciencia está, cada vez más, al alcance de más personas y afecta diariamente
nuestras vidas. La Iglesia es consciente de ello y ha motivado a buscar el
mayor desarrollo científico para mejorar la vida de las personas. No se puede
oponer a la ciencia cuando ésta busca la verdad, pues el mismo Cristo nos ha
mandado que enseñemos la verdad al mundo entero. De esta necesidad de buscar la
verdad surge la Academia de las Ciencias. En ella trabajan conjuntamente
científicos de diversas naciones, sin distinciones de raza o religión, con el
único requisito de buscar la verdad. La ciencia se presenta como un valor para
la humanidad, que enriquece al hombre, cuando busca descubrir la verdad por los
medios lícitos y buenos.
La Pontificia Academia de las Ciencias ha afrontado muchos
de los problemas que afectan al mundo actual: el origen del universo, el
cáncer, el problema del agua, la ecología y el medio ambiente, el uso de los
recursos naturales, la energía, el problema del hambre en el mundo y las nuevas
técnicas para mejorar el cultivo de la tierra. También ha estudiado los grandes
interrogantes de la vida humana: investigaciones sobre el cerebro del hombre,
el problema de la muerte y los trasplantes de órganos, el genoma humano, etc.
Es interesante ver que los Papas, especialmente desde
Benedicto XV hasta Juan Pablo II, han apoyado mucho a la Academia de las
ciencias. Le han lanzado el desafío de dirigir, hoy más que nunca, todos sus
esfuerzos por crear una ciencia para la paz. La prioridad de una ciencia por la
paz se intensifica a partir de los descubrimientos del miembro de la Academia
de las Ciencias Max Planck (físico alemán que ha revolucionado la física
moderna que recibió el Premio Nobel de física en 1918) sobre la teoría
cuántica. Estos estudios se utilizaron para el desarrollo de la energía
atómica. Max Planck, amigo del Papa Pío XII, en 1943 mencionaba al Papa los
riesgos de la fusión atómica en la utilización de armas nucleares. Poco después
se verían los efectos devastadores de una ciencia utilizada para la guerra como
en el caso del uso de las bombas atómicas durante la segunda guerra mundial.
La Iglesia en la actualidad sigue promoviendo todos los
avances científicos que ayuden a promover la paz y a mejorar la condición de
vida de los hombres. La Pontificia Academia de las Ciencias sigue investigando
y promoviendo la ciencia en favor del hombre. La Iglesia no está, de ningún
modo, en contra de la ciencia que busca la verdad y respeta la dignidad de la
persona humana, sino que ve en ella un camino para un mejor desarrollo del
hombre y del mundo.
Discurso del Papa a
los participantes en el Simposio Internacional celebrado con ocasión del 350
aniversario de la publicación de los "Diálogos sobre los dos máximos
sistemas del mundo" de Galileo Galilei (Roma, 9 de mayo de 1983)
Al dirigirme a vosotros, que representáis con honor los
ricos horizontes de la ciencia moderna, deseo en primer lugar agradeceros
cordialmente vuestra visita y deciros que vuestra presencia aquí esta mañana
tiene para mí un alto valor simbólico, porque dais testimonio de que se está realizando
un fecundo y profundo diálogo entre la Iglesia y la ciencia.
No olvidamos una época en que se registraron graves incomprensiones
entre la ciencia y la Fe, resultados de malentendidos o de errores, que sólo
humildes y pacientes revisiones lograron progresivamente disipar. Tenemos que
alegrarnos conjuntamente de que el mundo de la ciencia y la Iglesia católica
hayan aprendido a superar estos momentos de conflictos, comprensibles sin duda,
pero ciertamente lamentables. Ha sido el resultado de una más exacta
apreciación de los métodos propios a los diversos órdenes de conocimiento y el
fruto de una más rigurosa actitud de espíritu aportada a la investigación.
La Iglesia y la misma ciencia han obtenido un gran provecho
descubriendo, mediante la reflexión y la experiencia a veces dolorosa, cuáles
son los caminos que conducen a la verdad y al conocimiento objetivo.
En opinión de la Iglesia Católica, el papa Juan Pablo II, dice
“hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la fe y el de
la razón”. Y llega a advertir que “no hay motivo de competitividad entre ambas
fuentes de conocimiento: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio
espacio de realización”. La doctrina de la Iglesia Católica sigue así el
diagnóstico libro de los Proverbios 25.2: “Es
gloria de Dios ocultar una cosa y gloria de los reyes escrutarla”. Es
decir, el ser humano entiende por naturaleza a medir incluso lo inmensurable, y
para ello utiliza la razón y la Fe a un tiempo.
Mientras que para la Iglesia Católica no existe motivo
alguno para un conflicto entre fe y ciencia, existen muchos científicos que se
han empeñado en señalar la imposibilidad de entablar un diálogo sano entre
ambas. Un estudio publicado en Estados Unidos mostraría que el problema no
sería por causa de la fe ni de la ciencia, sino más bien de algunos
científicos, quienes en su mayoría rechazan el dato revelado y se declaran
ateos, con sus consecuentes prejuicios y vicios metodológicos.
fuentes: www.catholic.net / www.aciprensa.com
Vemos en general que
la ciencia tiene conflicto con La Fe y la Iglesia, mientras que la Iglesia no
tiene ningún problema con la Ciencia ni con la Investigación.
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