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lunes, 30 de noviembre de 2015
viernes, 27 de noviembre de 2015
ADVIENTO
El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.
El término "Adviento" viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado. Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.
Se puede hablar de dos partes del Adviento:
Primera Parte
Desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;
Segunda Parte
Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad.
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
Durante el tiempo de Adviento se puede escoger alguna de las opciones que presentamos a continuación para vivir cada día del Adviento y llegar a la Navidad con un corazón lleno de amor al niño Dios.
1. Pesebre y pajas:
En esta actividad se va a preparar un pesebre para el Niño Dios el día de su nacimiento. El pesebre se elaborará de paja para que al nacer el niño Dios no tenga frío y la paja le dé el calor que necesita. Con las obras buenas de cada uno de los niños, se va a ir preparando el pesebre. Por cada buena obra que hagan los niños, se pone una pajita en el pesebre hasta el día del nacimiento de Cristo.
2. Vitral del Nacimiento:
En algún dibujo en el que se represente el Nacimiento los niños podrán colorear algunas parte de éste cada vez que lleven a cabo una obra buena para irlo completando para la Navidad.
3. Calendario Tradicional de Adviento:
En esta actividad se trata de que los niños hagan ellos mismos un calendario de Adviento en donde marquen los días del Adviento y escriban sus propios propósitos a cumplir.
Pueden dibujar en la cartulina el día de Navidad con la escena del nacimiento de Jesús.
Los niños diario revisarán los propósitos para ir preparando su corazón a la Navidad. Este calendario lo podrán llevar a la Iglesia el día de Navidad si así lo desean.
Se sugieren los siguientes propósitos:
Ayudaré en casa en aquello que más me cueste trabajo.
Rezaré en familia por la paz del mundo.
Ofreceré mi día por los niños que no tienen papás ni una casa donde vivir.
Obedeceré a mis papás y maestros con alegría.
Compartiré mi almuerzo con una sonrisa a quien le haga falta.
Hoy cumpliré con toda mi tarea sin quejarme.
Ayudaré a mis hermanos en algo que necesiten.
Ofreceré un sacrificio por los sacerdotes.
Rezaré por el Papa.
Daré gracias a Dios por todo lo que me ha dado.
Llevaré a cabo un sacrificio.
Leeré algún pasaje del Evangelio.
Ofreceré una comunión espiritual a Jesús por los que no lo aman.
Daré un juguete o una ropa a un niño que no lo tenga.
No comeré entre comidas.
En lugar de ver la televisión ayudaré a mi mamá en lo que necesite.
Imitaré a Jesús en su perdón cuando alguien me moleste.
Pediré por los que tienen hambre y no comeré dulces.
Rezaré un Ave María para demostrarle a la Virgen cuanto la amo.
Hoy no pelearé con mis hermanos.
Saludaré con cariño a toda persona que me encuentre.
Hoy pediré a la Santísima virgen por mi país.
Leeré el nacimiento de Jesús en el Evangelio de S. Lucas 2, 1-20.
Abriré mi corazón a Jesús para que nazca en él.
4. Los que esperaban a Cristo:
En esta actividad se trata de lograr hacer una lista con 24 ó 28 nombres (dependiendo del número de días del Adviento) de personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que esperaban la venida del Mesías. Se buscarán en la Biblia, se dibujarán los personajes y se recortarán. Atrás, se les pondrá el nombre de quién es y qué dijo o hizo este personaje. Se puede utilizar como juego.
Algunos personajes que se pueden incluir:
Abraham: Dios le dijo a Abraham que su descendencia iba a ser numerosa como las estrella del cielo y lasa arenas del mar, y sí fue.
David: Dios le dijo al rey David que el Mesías iba a ser de su familia.
Isaías: Dios le dijo al profeta Isaías que el Mesías iba a nacer de la Virgen.
Jeremías: Dios le dijo al profeta Jeremías que cuando naciera el Mesías, Él iba a dar a los hombres un corazón nuevo para conocerlo y amarlo mucho.
Ezequiel: Dios le dijo al profeta Ezequiel que el Mesías iba a resucitar.
Miqueas: Dios le dijo al profeta Miqueas en Belén iba a nacer su Hijo.
Oseas: Dios le dijo al profeta Oseas que de Egipto iba a llamar a su Hijo.
Zacarías: Dios le dijo al profeta Zacarías que su hijo iba a entrar en Jerusalén montado en burro.
Hombres Sabios o Reyes Magos: esperaban la venida del Salvador de los hombres.
Los pastores: Fueron avisados por un ángel del gran acontecimiento
El término "Adviento" viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado. Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.
Se puede hablar de dos partes del Adviento:
Primera Parte
Desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;
Segunda Parte
Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad.
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
Durante el tiempo de Adviento se puede escoger alguna de las opciones que presentamos a continuación para vivir cada día del Adviento y llegar a la Navidad con un corazón lleno de amor al niño Dios.
1. Pesebre y pajas:
En esta actividad se va a preparar un pesebre para el Niño Dios el día de su nacimiento. El pesebre se elaborará de paja para que al nacer el niño Dios no tenga frío y la paja le dé el calor que necesita. Con las obras buenas de cada uno de los niños, se va a ir preparando el pesebre. Por cada buena obra que hagan los niños, se pone una pajita en el pesebre hasta el día del nacimiento de Cristo.
2. Vitral del Nacimiento:
En algún dibujo en el que se represente el Nacimiento los niños podrán colorear algunas parte de éste cada vez que lleven a cabo una obra buena para irlo completando para la Navidad.
3. Calendario Tradicional de Adviento:
En esta actividad se trata de que los niños hagan ellos mismos un calendario de Adviento en donde marquen los días del Adviento y escriban sus propios propósitos a cumplir.
Pueden dibujar en la cartulina el día de Navidad con la escena del nacimiento de Jesús.
Los niños diario revisarán los propósitos para ir preparando su corazón a la Navidad. Este calendario lo podrán llevar a la Iglesia el día de Navidad si así lo desean.
Se sugieren los siguientes propósitos:
Ayudaré en casa en aquello que más me cueste trabajo.
Rezaré en familia por la paz del mundo.
Ofreceré mi día por los niños que no tienen papás ni una casa donde vivir.
Obedeceré a mis papás y maestros con alegría.
Compartiré mi almuerzo con una sonrisa a quien le haga falta.
Hoy cumpliré con toda mi tarea sin quejarme.
Ayudaré a mis hermanos en algo que necesiten.
Ofreceré un sacrificio por los sacerdotes.
Rezaré por el Papa.
Daré gracias a Dios por todo lo que me ha dado.
Llevaré a cabo un sacrificio.
Leeré algún pasaje del Evangelio.
Ofreceré una comunión espiritual a Jesús por los que no lo aman.
Daré un juguete o una ropa a un niño que no lo tenga.
No comeré entre comidas.
En lugar de ver la televisión ayudaré a mi mamá en lo que necesite.
Imitaré a Jesús en su perdón cuando alguien me moleste.
Pediré por los que tienen hambre y no comeré dulces.
Rezaré un Ave María para demostrarle a la Virgen cuanto la amo.
Hoy no pelearé con mis hermanos.
Saludaré con cariño a toda persona que me encuentre.
Hoy pediré a la Santísima virgen por mi país.
Leeré el nacimiento de Jesús en el Evangelio de S. Lucas 2, 1-20.
Abriré mi corazón a Jesús para que nazca en él.
4. Los que esperaban a Cristo:
En esta actividad se trata de lograr hacer una lista con 24 ó 28 nombres (dependiendo del número de días del Adviento) de personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que esperaban la venida del Mesías. Se buscarán en la Biblia, se dibujarán los personajes y se recortarán. Atrás, se les pondrá el nombre de quién es y qué dijo o hizo este personaje. Se puede utilizar como juego.
Algunos personajes que se pueden incluir:
Abraham: Dios le dijo a Abraham que su descendencia iba a ser numerosa como las estrella del cielo y lasa arenas del mar, y sí fue.
David: Dios le dijo al rey David que el Mesías iba a ser de su familia.
Isaías: Dios le dijo al profeta Isaías que el Mesías iba a nacer de la Virgen.
Jeremías: Dios le dijo al profeta Jeremías que cuando naciera el Mesías, Él iba a dar a los hombres un corazón nuevo para conocerlo y amarlo mucho.
Ezequiel: Dios le dijo al profeta Ezequiel que el Mesías iba a resucitar.
Miqueas: Dios le dijo al profeta Miqueas en Belén iba a nacer su Hijo.
Oseas: Dios le dijo al profeta Oseas que de Egipto iba a llamar a su Hijo.
Zacarías: Dios le dijo al profeta Zacarías que su hijo iba a entrar en Jerusalén montado en burro.
Hombres Sabios o Reyes Magos: esperaban la venida del Salvador de los hombres.
Los pastores: Fueron avisados por un ángel del gran acontecimiento
jueves, 26 de noviembre de 2015
QUE SON LOS MILAGROS?
JESUCRISTO HIZO ABUNDANTES MILAGROS
La vida de Jesucristo la resume el Apóstol San Pedro diciendo: «Pasó haciendo el bien» (Hch. 10, 38) Este bien no se limitó a la predicación de una doctrina sublime y llena de luz, ni a la salvación de las almas, sino que hizo abundantes milagros curando enfermos, resucitando muertos, multiplicando panes, procurando pesca abundante, convirtiendo el agua en vino, etc. Aunque Cristo no vino a quitar el dolor y la muerte del mundo; sin embargo, estas curaciones prodigiosas y los milagros sobre la naturaleza los realizó como muestra de su inmenso amor a los hombres y con un significado más alto que debemos estudiar.
En efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es Él, como de cuál es la misión que ha recibido de Dios.
LOS MILAGROS SON SIGNOS 0 SEÑALES
No son hechos solamente portentosos de un ser superior: Son manifestaciones de una realidad salvadera sobrenatural. Son las señales de que ha llegado el Reino de los Cielos y de que Dios está con el que los hace. Son también señales de la transformación interior que se va a obrar en los espíritus; de la conversión y del cambio de mente. A la vez, son señales del amor misericordioso de Dios por los hombres.
¿QUE ES UN MILAGRO?
El milagro es «un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin espiritual» Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes naturales creadas por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios no puede hacer que un círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente. Pero puede hacer que lo frío se haga repentinamente caliente o que se suspenda por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien, para realizar esa acción extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo.
El milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres. Los motivos por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son dos:
1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la capacidad humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan serio con argumentos del poder divino.
2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que ese hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.
HISTORICIDAD DE LOS MILAGROS
Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los propios evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva anunciada por los evangelistas.
Ha habido quienes negaron la autenticidad de los milagros basándose en que es imposible que puedan realizarse hechos en contra o por encima de las leyes naturales. Esta afirmación parte de un prejuicio cerrado, que impide toda objetividad, y que consiste en negar o bien que Dios existe, o bien que pueda actuar en la tierra. Es claro que el Creador puede actuar por encima de las leyes naturales que El ha hecho cuando tiene un motivo importante. Este es el caso de los milagros evangélicos, que pretenden mostrar la divinidad de Cristo, y mover a la fe y a la confianza.
La vida de Jesucristo la resume el Apóstol San Pedro diciendo: «Pasó haciendo el bien» (Hch. 10, 38) Este bien no se limitó a la predicación de una doctrina sublime y llena de luz, ni a la salvación de las almas, sino que hizo abundantes milagros curando enfermos, resucitando muertos, multiplicando panes, procurando pesca abundante, convirtiendo el agua en vino, etc. Aunque Cristo no vino a quitar el dolor y la muerte del mundo; sin embargo, estas curaciones prodigiosas y los milagros sobre la naturaleza los realizó como muestra de su inmenso amor a los hombres y con un significado más alto que debemos estudiar.
En efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es Él, como de cuál es la misión que ha recibido de Dios.
LOS MILAGROS SON SIGNOS 0 SEÑALES
No son hechos solamente portentosos de un ser superior: Son manifestaciones de una realidad salvadera sobrenatural. Son las señales de que ha llegado el Reino de los Cielos y de que Dios está con el que los hace. Son también señales de la transformación interior que se va a obrar en los espíritus; de la conversión y del cambio de mente. A la vez, son señales del amor misericordioso de Dios por los hombres.
¿QUE ES UN MILAGRO?
El milagro es «un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin espiritual» Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes naturales creadas por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios no puede hacer que un círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente. Pero puede hacer que lo frío se haga repentinamente caliente o que se suspenda por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien, para realizar esa acción extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo.
El milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres. Los motivos por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son dos:
1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la capacidad humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan serio con argumentos del poder divino.
2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que ese hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.
HISTORICIDAD DE LOS MILAGROS
Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los propios evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva anunciada por los evangelistas.
Ha habido quienes negaron la autenticidad de los milagros basándose en que es imposible que puedan realizarse hechos en contra o por encima de las leyes naturales. Esta afirmación parte de un prejuicio cerrado, que impide toda objetividad, y que consiste en negar o bien que Dios existe, o bien que pueda actuar en la tierra. Es claro que el Creador puede actuar por encima de las leyes naturales que El ha hecho cuando tiene un motivo importante. Este es el caso de los milagros evangélicos, que pretenden mostrar la divinidad de Cristo, y mover a la fe y a la confianza.
www.catholic.net
miércoles, 25 de noviembre de 2015
A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS
Una vez que había creado las infinitas estrellas, la tierra con sus montañas, mares, bosques y todo tipo de animales, Dios, según la Sagrada Escritura, formó su obra culmen diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se muevan sobre ella.” (Gen 1,27)
A imagen de Dios no quiere decir que Dios tiene semejanza física con el hombre. Dios no tiene piernas, manos canas ni una barba blanca. Cuando la Biblia habla del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la tierra. El hombre no es una cosa, sino una persona. El Hombre, por tanto, puede pensar; puede amar a otras personas; puede componer una sinfonía; puede escoger el bien; todas las cosas que ni un perro, ni una lagartija ni ningún otro animal puede hacer. Pero, aunque podamos hacer todas estas cosas, debemos preguntarnos ¿por qué Dios nos hizo así?
Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros pensemos, ni que le toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. La razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es “capaz de Dios.” De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a vivir con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con Dios, es decir, a cada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.
Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la creación del hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno.” Cada uno de nosotros debe llegar a la misma conclusión y decir a Dios: “Por amor me creaste a tu imagen para que yo sea capaz de gustarte para siempre en el cielo.”
La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios. A la petición que Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos al Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre? (Jn 14,8-11).
Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común y es el conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma del hombre es lo que lo hace semejante a Dios.
Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, al redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento de la crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce mejor a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el sufrimiento humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se encarnó, nos redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del evangelio Jesús ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen en nombre de la Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt 28, 19 y ss).
Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor, de toda donación, de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste precisamente en el hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió que las cosas existiesen. "Y vio Dios que era bueno", como se repite 6 veces en Gn 1.
Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es "amigo de la vida" (Sb 11,26).
No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de Dios, pues no existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de su "rostro" al ver a cada hombre, pues, desde que Cristo vino al mundo, todo gesto de amor que hagamos al otro está hecho a Él ("a mí me lo hicisteis", Mt 25,40).
Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros pensemos, ni que le toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. La razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es “capaz de Dios.” De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a vivir con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con Dios, es decir, a cada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.
Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la creación del hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno.” Cada uno de nosotros debe llegar a la misma conclusión y decir a Dios: “Por amor me creaste a tu imagen para que yo sea capaz de gustarte para siempre en el cielo.”
La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios. A la petición que Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos al Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre? (Jn 14,8-11).
Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común y es el conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma del hombre es lo que lo hace semejante a Dios.
Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, al redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento de la crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce mejor a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el sufrimiento humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se encarnó, nos redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del evangelio Jesús ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen en nombre de la Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt 28, 19 y ss).
Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor, de toda donación, de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste precisamente en el hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió que las cosas existiesen. "Y vio Dios que era bueno", como se repite 6 veces en Gn 1.
Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es "amigo de la vida" (Sb 11,26).
No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de Dios, pues no existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de su "rostro" al ver a cada hombre, pues, desde que Cristo vino al mundo, todo gesto de amor que hagamos al otro está hecho a Él ("a mí me lo hicisteis", Mt 25,40).
martes, 24 de noviembre de 2015
LOS 12 APOSTOLES
Jesucristo eligió a doce hombres que le acompañarían en Su ministerio para llevar Su testimonio de Salvación al mundo, los doce apóstoles. Antes de la elección pasó una noche de oración con el Padre, ante tan importante decisión. La palabra apóstol viene del griego "apostolos" - enviados en nombre de - el equivalente a embajador, lo que equivaldría a la palabra usada en el Antiguo Testamento para un profeta, o emisario del Señor o discípulo, en hebreo era "shelihim". Ninguno de ellos era sacerdote, ni escriba o anciano de los fariseos o saduceos. Llama la atención que el Señor no eligiese a ningún Judío vinculado al liderazgo religioso de Israel, aunque Juan era conocido del sumo sacerdote, sería el más feroz seguidor del Maestro y Mesías.
¿Por qué a 12? La respuesta es por las 12 tribus de Israel, las cuales son las bases generacionales de los Judíos solamente, pero el ministerio de Jesucristo era primeramente una vuelta de su pueblo a Dios, para poder también llevar el verdadero mensaje a todas las naciones. Sin este paso previo que bien podríamos considerar como reforma, hubiera sido imposible. En tiempos de Jesús, Israel estaba lejos del Señor y además rechazaron al Mesías, y los Judíos sin el Mesías no pueden dar testimonio a las demás naciones. Su separación del Mesías Yahshua se refleja en la historia de las profecías sobre Israel. El Señor tenía que comenzar una nueva etapa con 12 nuevos patriarcas espirituales, como Abraham, basados en la fe.
Los doce apóstoles cumplirían el propósito del Señor y en efecto llevarían el Evangelio del Reino de Dios a todas las naciones, obra que perdura hasta hoy y que sigue expandiéndose a todos los rincones de la tierra. La Biblia está traducida ya a más de 200 idiomas, y cada año es el "best seller mundial".
Mientras los siglos han pasado y la Iglesia en el mundo se ha ido dividiendo cada vez más en distintas denominaciones, la fe una vez dada por el Señor sigue vigente, Su Evangelio sigue transformado las vidas de los que Le reciben y llenando de esperanza y de fe en la venida de Su Reino, no solamente del eterno, sino del que hay entre hermanos de un mismo sentir en la Iglesia en todo el mundo.
Los 12 apóstoles fueron un ejemplo, con sus virtudes y defectos, del mismo modo que nosotros hoy tenemos los nuestros, pero es en el carácter e historia de ellos que centraré un acercamiento para aprender espiritualmente el significado de unas vidas consagradas al Hijo de Dios y, por ende, al Padre en el Espíritu Santo, que recibieron en Pentecostés; la promesa del Padre, como dijo Jesucristo, unas vidas elegidas por Dios mismo.
LA HISTORIA Y EL CARÁCTER DE LOS 12 APÓSTOLES
Nosotros, como Cristianos que leemos la Biblia durante nuestras vidas, por estar Ésta viva, y por ser El Verbo de Dios, nuestra guía de conducta moral y la base de nuestra relación personal con Dios a través de Jesucristo, en Espíritu, y con nuestro prójimo, podemos ver en el carácter de los 12 apóstoles, mostrado en la Biblia, un ejemplo de vidas y compararlos con nuestras reacciones y comportamientos, como lo hacemos con otros personajes de la Biblia y la historia de la Iglesia. Veremos que estos 12 hombres eran normales y corrientes, como cualquiera de nosotros, pero creyeron al Señor y le siguieron durante sus vidas.
Para ver sus vidas, recordemos un momento los nombres de los 12:
Pedro
Andrés
Juan
Jacobo
Felipe
Bartolomé
Mateo
Tomás
Santiago
Simón
Judas Tadeo
Judas Iscariote
Estos fueron los primeros líderes de la Iglesia, a quienes sucederían los primeros padres de la Iglesia. Hay más apóstoles de entre los discípulos de Jesús pero en principio veremos a los 12. Además para profundizar más sobre los primeros padres de la Iglesia existen varios trabajos sobre patrística.
De ellos, todos menos uno, vivían en Galilea de los Gentiles, Mateo 4:15, la tierra que había pertenecido a la tribu de Zabulón, "morada" y a la tierra de Neftalí "mi combate", ...Camino del mar, al otro lado del Jordán..., y solo uno, precisamente de la tierra de Judá, Judas Iscariote, "de kiriot" cerca de Jerusalén fue quien le traicionó; un hecho que no podría ser más significativo. Y esta profecía narrada en Mateo sobre la tierra de Galilea está en Isaías 9:1-2, donde nos dice el Señor que sería la tierra que tendría el gran privilegio de tener al Mesías, pues era ...el pueblo asentado en tinieblas que vio gran luz, y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. En Galilea estaban las poblaciones de origen de los apóstoles como Capernaum, Corazín o Tiberias. Luego la narración sigue mostrándonos cómo andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos:
Pedro y Andrés, dos hermanos, los dos eran pescadores; a uno de ellos, el Padre le revela que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y por ello sería llamado "Cefas o Petrus" piedra. Andrés, discípulo de Juan Bautista recibió la fe primero. Ellos son dos formas de ver a Cristo en un pescador de hombres. Pedro estaba casado, sabemos de la sanidad de su suegra, seguramente tendría hijos y llevaba una vida normal y humilde. Andrés recibe la fe pero Pedro recibe además la revelación. La Piedra de la fe es Cristo, como nos enseña el propio Pedro, a quien la iglesia de Roma convirtió en vicario o representante de Cristo en la tierra. El cristiano ha de discernir esto con claridad, pues como el propio Pedro explica en su epístola, no es él la piedra de la fe. La Iglesia se edifica sobre la fe en Cristo.
Pedro anda sobre el mar, y aunque se hunde es valiente, pero el Señor le mostrará que su fe es débil; sí, la fe de aquel que era el ejemplo de una fe revelada se hundía, porque dudó. Tendría que ir con los demás hermanos en la barca. Andrés también iba en la barca. Él estaba siempre pendiente de los discípulos y de las profecías sobre la venida del Señor; es quien le pregunta cuando sucederían, Su venida y la destrucción del templo. Cuando Jesucristo se mostraba en situaciones de mayor profundidad tenía a tres discípulos escogidos: a Pedro, Jacobo y Juan; y Andrés sería el que mantendría al Señor al corriente de la congregación de los Apóstoles, como refleja Juan 12:22. Andrés era discípulo de Juan Bautista, representa la experiencia espiritual, el conocimiento de las profecías, la ley y la religión, aunque deja todo y sigue al Mesías, no lo hace del modo que lo hace Juan.
Las tres veces que Pedro niega a Jesús, Marcos 14:26, serían confrontadas por las tres veces que Jesús le preguntaría: ...¿me amas más que éstos?... Juan 21. Su negación tres veces, vista en nosotros, nos advierte de situaciones de persecución, incluso de muerte en las que debemos ser valientes y orar por ello, similares a la que se enfrentó Pedro cuando fue reconocido como uno de los discípulos en el arresto del Señor. También se refleja su constante necesidad de confrontar tres veces las cosas cuando es invitado por el Señor a comer animales inmundos que él había santificado, en la visión del lienzo, en referencia a Cornelio el centurión. Hechos 10:16. El Señor usa de paciencia con Pedro, como un buen padre con un hijo a quien le cuesta cumplir las cosas, y difícil de convencer, pero que una vez que lo ve claro, las cumple y el resultado es firme y determinante. El Padre le dio la revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y estas circunstancias y características suyas no lo impidieron. Nosotros, del mismo modo somos bendecidos por Dios, aun con nuestras limitaciones y defectos, y hacemos y haremos cosas grandes de Dios, por nuestro corazón volcado hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia el prójimo y por nuestra fe. Para profundizar más puede leer Apacienta mis ovejas.
Juan y Jacobo o Santiago, otros dos hermanos, hijos de Zebedeo; otros dos pescadores de hombres. Llamados por Jesucristo los Boanerges, -hijos del trueno- seguramente por su carácter. Curiosamente el carácter de estos dos hermanos en su fuerza se convierte en el amor y en la piedad, las cuales han de ser en nosotros dos truenos. Otras dos experiencias de una misma procedencia, en nosotros mismos. Juan es el discípulo amado, el que recibe la cercanía de la mayor revelación del corazón de Cristo. Él estaba con Jesús cuando fue arrestado, no se apartó de Él, fue el único que se mantuvo a su lado, aquí y en la Cruz, y era conocido del sumo sacerdote, lo vemos en la narración del interrogatorio en el patio de Anás, Juan 18:15. Además era el más joven, el más niño, y por ello el que más recibe del Reino de Dios. ¡Hagámonos como niños!. La madre quería que estuviesen en eminencia Mateo 20:20-21, y era parienta de María la madre de Jesús. No debemos ponernos en primer lugar. Juan estaría junto al Señor ante la Cruz, y cuidaría de María, y a ella le dejaría su hijo Jesús a Juan en su lugar, para consolarla. Juan, el discípulo amado tenía un corazón más dispuesto al Señor, y es por ello que recibe las más increíbles y profundas revelaciones y enseñanzas del Señor. Ningún otro autor inspirado por el Espíritu Santo recibió tanto en dos campos tan distantes como el espiritual y el profético. Su evangelio, el más profundo y directo al corazón, y Apocalipsis, la mayor revelación profética, digna de un hijo del trueno. Esta sea nuestra actitud ante Dios. Seamos pues hijos del trueno y de la alabanza, una alegoría del bautismo en Espíritu Santo y fuego, Mateo 3:11. Su hermano Santiago o Jacobo, es uno de los tres privilegiados que estaban en los acontecimientos más relevantes del Señor. Sufriría el martirio a espada por orden del rey Herodes. Hechos 12:2, fue así el primero de los apóstoles en sufrir el martirio. Su carácter piadoso a la vez que impetuoso como su hermano Juan les haría discípulos transformados por el Espíritu.
Felipe le pide a Jesús: ...muéstranos al Padre y nos basta, Juan 14:8... Aunque parezca contradictorio y una muestra de impaciencia, Felipe en el desconocimiento, falta de visión o revelación en el momento que le pregunta a Jesús sobre el Padre, nos muestra su paciencia en la profundización de la enseñanza de Jesús. Él espera a ser enseñado, es paciente para con el Señor. Esta ha de ser una de nuestras cualidades del carácter, la paciencia, aunque no comprendamos muchas cosas, debemos esperar en el Señor a ser enseñados por Él, el verdadero Maestro, a través del Espíritu Santo.
Bartolomé es vinculado por muchas fuentes con Natanael de quien el Señor dijo: ...he aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño... Si bien la capital espiritual de Israel es Jerusalem, sabemos que salem es paz. Salem es el nombre antiguo y lugar del encuentro entre Abraham y Melquisedec "Cristo" Génesis 14:8. Un verdadero israelita es portador de paz, carácter que nos muestra este apóstol.
Mateo o Leví, el publicano o recaudador de impuestos de Roma, autor del evangelio que lleva su nombre. Leví deja su oficio en el acto y sigue al Maestro y le invita a su casa a comer. Desde luego no se puede pedir mayor determinación a un hombre, cambio y rapidez. La buena voluntad de Mateo procede de la virtud, cualidad ésta que en nuestro carácter hará que nos determinemos con firmeza en el Camino del Señor y en nuestra función en Su Iglesia.
Tomás, o Dídimo, mellizo, famoso por su incredulidad; las dudas del cristiano, la falta de fe en muchos momentos de la vida. Pero sería su bondad la que haría que su entrega a Jesús fuera definitiva. Estaba dispuesto a morir con Jesús cuando el Señor quería regresar a Judea, Juan 11:7. La bondad supera a la incredulidad, pues la fe es un don de Dios, pero la bondad procede del corazón, y el corazón bueno gana la bendición de Dios. Dios da fe a los de buen corazón, pues Él pesa los corazones. Lo malo es aquel que es incrédulo y de corazón malo, aquellos que maquinan el mal en su corazón, esos son desechados por Dios. Su confesión al ver a Jesús resucitado y poner su mano en su yaga y en sus manos, es famosa: ...Señor mío y Dios mío... Juan 20:28.
Jacobo o Santiago hijo de Alfeo llamado el menor, para diferenciarlo del hermano de Juan. Alfeo en griego y una traducción del arameo Cleofás, Lucas 24:18, también posible padre de Mateo, Leví, Mateo 2:14, aunque no se les menciona como hermanos a Mateo y Jacobo en los Evangelios expresamente. Cleofás era esposo de María, madre de Jacobo, además de José y Salomé, Marcos 15:40. No sabemos con certeza sobre la obra de Santiago, pero la fuentes indican que sería el que menciona Pablo como hermano del Señor, Gálatas 1:19, sea hermano o primo, es desde luego una familia en la que sin duda abunda la mansedumbre. La tradición le hace el Santiago que escribiría la carta que lleva su nombre y el primer anciano, obispo o patriarca de Jerusalén, aunque otros dicen que no sería posible por oponerse a Jesús al principio y porque no creyó en Él hasta Su resurrección. Santiago fue quien concluyó con las normas morales para la gentilidad en el primer concilio de Jerusalén, Hechos 15: 19. En dos ocasiones nos habla en su carta de la mansedumbre, 1:21 y 3:13, y usa el método de enseñanza de las bienaventuranzas de Jesús en 1:12 sobre. Sean pues ...Bienaventurados los mansos... Mansos como un cordero.
Simón el cananista o el zelote. Los zelotes son un partido patriota que hoy podría identificarse con algún partido político en defensa de la tierra prometida de Canaan por Dios al pueblo de Israel. Siendo seguramente también de Caná, no es de extrañar que pudiera ser de familia o influencia de los defensores Judíos en contra de la ocupación romana, un movimiento prácticamente extinguido en tiempo de Jesús. Su conversión sería para él una prueba de su cambio profundo de pensamiento por el Espíritu. El dominio propio o templanza.
Judas Lebeo o Tadeo. Leb es la raíz hebrea de corazón, seguramente por su buen corazón y Tadeo es una derivación de todah, alabanza. Sin duda es el gozo el carácter que vemos en este Judas.
Judas Iscariote, de Judá, el traidor asociado a los miembros del sanedrín, y los sacerdotes de la Ley. Judas Iscariote es la religión, la tradición, la tribu de Judá la cual traiciona a su propio Mesías. El tesorero, que amaba el dinero y robaba de la bolsa del Señor hasta tal punto llego su codicia que fue cegado por el diablo, se enojó cuando María ungió al Señor con el perfume de gran precio, hasta llegar a entregar al Señor por dinero. ...raíz de todos los males es el amor al dinero... el cual codiciando algunos se apartaron de la fe. 1Timoteo 6:10. Judas es de Judea, de tierra de Judá, los demás son de Galilea. Jesús es de la tribu de Judá. Al salir Judas del aposento alto quedan los verdaderos discípulos apóstoles. No tomaré de él ninguna cualidad de carácter como es lógico, pues vivió en la avaricia, el robo y la traición. Su soberbia le impidió pedir la misericordia divina.
Pablo no está en los 12 apóstoles del principio que vivieron con Jesús Su ministerio, pero es el apóstol que llamó directamente el Señor tras Su ascensión. Sería un pilar clave en el proyecto del Señor para llevar el Evangelio al mundo entero, y por lo tanto, y aunque Judas es sustituido por Matías, sería Pablo el que tendría una relevancia fundamental en las 12 columnas de la fe y el carácter que el Señor imprimió en sus espíritus. Pablo sufre una radical transformación de activo enemigo y perseguidor de la Iglesia, por su celo de Dios y de la Ley, al más feroz predicador de Cristo con riesgo de su vida en muchas ocasiones, dispuesto a convertir al mundo, como así lo hizo en su tiempo y cuyo legado hoy permanece tras 2000 años, como el de todo el Nuevo Testamento del Señor Jesucristo. El Señor sabía muy bien a quien escogía, como lo sabe hoy. Tomaremos pues a Pablo como el apóstol número 12 para la lista de caracteres apostólicos que el cristiano puede aprender para formar el suyo.
Pablo será el apóstol del conocimiento del Señor, como queda patente en sus enseñanzas. Educado en la más estricta cátedra de la Torá, en la escuela de Gamaliel, prestigioso maestro y doctor de la Ley de Dios, de fe fariseo, la que cree en la resurrección dentro del judaísmo. Todo este conocimiento, sería a priori dejado de lado para predicar a los gentiles que no saben nada de la Torá, viviendo Pablo entre culturas helenísticas y otras diversas con deidades y costumbres paganas. Pareciera que el Señor no hacía uso de su conocimiento, pero sería en su enseñanza a los Judíos que crearía un vínculo entre Judíos y Gentiles, al ser el que el Señor preparó para enseñar en la misma línea del propio Jesucristo, que el Evangelio no es solo para Judíos, sino para todas las naciones de la tierra. Que la Palabra de Dios tiene un significado espiritual transformador y que aquel que viene a la Biblia con los ojos del Espíritu encuentra la Vida espiritual. Sería el reformador de entre los apóstoles, como el propio Señor lo fue a Su propio pueblo.
INFLUENCIA DE LOS 12 APÓSTOLES EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
El legado de la fe de los apóstoles se resume en el famoso Credo de los Apóstoles, base de declaración de fe de toda la cristiandad que podría transmitirse de la siguiente forma:
Creemos en YHWH, Yahweh, Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creemos en Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, Nuestro Señor, quien fue concebido por el poder del Espíritu Santo, nació de María virgen. Sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó. Ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre, Todopoderoso. Regresará para juzgar a vivos y muertos. Creemos en el Espíritu Santo, la santa iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo, y la vida eterna. Amén.
CONCLUSIÓN
Los doce hombres que hemos visto eran hombres normales y corrientes, como cualquiera de nosotros, no superhéroes, pero bendecidos y escogidos, lo cual nos muestra lo que Dios puede hacer a través de la entrega a Él, pues es Él quien nos hace especiales, no nosotros por nuestras fuerzas o recursos propios, sino por Su Espíritu en nosotros.
En una segunda parte sobre los Apóstoles trataré la sucesión apostólica, tomando como base histórica de los comienzos del Cristianismo, la Biblia. Además abordaré la historia de la patrística y la controversia sobre los apóstoles hoy, no solo en el seno de las iglesias que se adjudican la sucesión, sino en las de nuevo corte neo pentecostal.
Mientras tanto y como el Espíritu Santo escoge a aquellos que están dispuestos a servirle, sin necesidad de autorización humana, jerárquica o de concilios, como demuestra la propia Biblia en Hechos de los Apóstoles, en la narración del comienzo de la iglesia en Antioquia por mano de apóstoles anónimos para nosotros, aunque no para Dios; Hechos 11:19 al 30, seamos embajadores de Cristo allí donde vayamos, en el día a día, con la gente a la que hablamos en la vida diaria, pues este es el verdadero apostolado, vivo. Si el Señor Jesucristo ha comprado con su Sangre una nación de reyes y sacerdotes, ¿cómo no irán éstos en Su nombre?, me refiero a todo Cristiano que en verdad lo sea.
Además del apostolado del cristiano, tengamos en mente la despedida de Santiago: ...Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados...
¿Eres embajador de Jesucristo? es tu responsabilidad como rey y sacerdote, en el nombre de Jesucristo. Amén.
¿Por qué a 12? La respuesta es por las 12 tribus de Israel, las cuales son las bases generacionales de los Judíos solamente, pero el ministerio de Jesucristo era primeramente una vuelta de su pueblo a Dios, para poder también llevar el verdadero mensaje a todas las naciones. Sin este paso previo que bien podríamos considerar como reforma, hubiera sido imposible. En tiempos de Jesús, Israel estaba lejos del Señor y además rechazaron al Mesías, y los Judíos sin el Mesías no pueden dar testimonio a las demás naciones. Su separación del Mesías Yahshua se refleja en la historia de las profecías sobre Israel. El Señor tenía que comenzar una nueva etapa con 12 nuevos patriarcas espirituales, como Abraham, basados en la fe.
Los doce apóstoles cumplirían el propósito del Señor y en efecto llevarían el Evangelio del Reino de Dios a todas las naciones, obra que perdura hasta hoy y que sigue expandiéndose a todos los rincones de la tierra. La Biblia está traducida ya a más de 200 idiomas, y cada año es el "best seller mundial".
Mientras los siglos han pasado y la Iglesia en el mundo se ha ido dividiendo cada vez más en distintas denominaciones, la fe una vez dada por el Señor sigue vigente, Su Evangelio sigue transformado las vidas de los que Le reciben y llenando de esperanza y de fe en la venida de Su Reino, no solamente del eterno, sino del que hay entre hermanos de un mismo sentir en la Iglesia en todo el mundo.
Los 12 apóstoles fueron un ejemplo, con sus virtudes y defectos, del mismo modo que nosotros hoy tenemos los nuestros, pero es en el carácter e historia de ellos que centraré un acercamiento para aprender espiritualmente el significado de unas vidas consagradas al Hijo de Dios y, por ende, al Padre en el Espíritu Santo, que recibieron en Pentecostés; la promesa del Padre, como dijo Jesucristo, unas vidas elegidas por Dios mismo.
LA HISTORIA Y EL CARÁCTER DE LOS 12 APÓSTOLES
Nosotros, como Cristianos que leemos la Biblia durante nuestras vidas, por estar Ésta viva, y por ser El Verbo de Dios, nuestra guía de conducta moral y la base de nuestra relación personal con Dios a través de Jesucristo, en Espíritu, y con nuestro prójimo, podemos ver en el carácter de los 12 apóstoles, mostrado en la Biblia, un ejemplo de vidas y compararlos con nuestras reacciones y comportamientos, como lo hacemos con otros personajes de la Biblia y la historia de la Iglesia. Veremos que estos 12 hombres eran normales y corrientes, como cualquiera de nosotros, pero creyeron al Señor y le siguieron durante sus vidas.
Para ver sus vidas, recordemos un momento los nombres de los 12:
Pedro
Andrés
Juan
Jacobo
Felipe
Bartolomé
Mateo
Tomás
Santiago
Simón
Judas Tadeo
Judas Iscariote
Estos fueron los primeros líderes de la Iglesia, a quienes sucederían los primeros padres de la Iglesia. Hay más apóstoles de entre los discípulos de Jesús pero en principio veremos a los 12. Además para profundizar más sobre los primeros padres de la Iglesia existen varios trabajos sobre patrística.
De ellos, todos menos uno, vivían en Galilea de los Gentiles, Mateo 4:15, la tierra que había pertenecido a la tribu de Zabulón, "morada" y a la tierra de Neftalí "mi combate", ...Camino del mar, al otro lado del Jordán..., y solo uno, precisamente de la tierra de Judá, Judas Iscariote, "de kiriot" cerca de Jerusalén fue quien le traicionó; un hecho que no podría ser más significativo. Y esta profecía narrada en Mateo sobre la tierra de Galilea está en Isaías 9:1-2, donde nos dice el Señor que sería la tierra que tendría el gran privilegio de tener al Mesías, pues era ...el pueblo asentado en tinieblas que vio gran luz, y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. En Galilea estaban las poblaciones de origen de los apóstoles como Capernaum, Corazín o Tiberias. Luego la narración sigue mostrándonos cómo andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos:
Pedro y Andrés, dos hermanos, los dos eran pescadores; a uno de ellos, el Padre le revela que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y por ello sería llamado "Cefas o Petrus" piedra. Andrés, discípulo de Juan Bautista recibió la fe primero. Ellos son dos formas de ver a Cristo en un pescador de hombres. Pedro estaba casado, sabemos de la sanidad de su suegra, seguramente tendría hijos y llevaba una vida normal y humilde. Andrés recibe la fe pero Pedro recibe además la revelación. La Piedra de la fe es Cristo, como nos enseña el propio Pedro, a quien la iglesia de Roma convirtió en vicario o representante de Cristo en la tierra. El cristiano ha de discernir esto con claridad, pues como el propio Pedro explica en su epístola, no es él la piedra de la fe. La Iglesia se edifica sobre la fe en Cristo.
Pedro anda sobre el mar, y aunque se hunde es valiente, pero el Señor le mostrará que su fe es débil; sí, la fe de aquel que era el ejemplo de una fe revelada se hundía, porque dudó. Tendría que ir con los demás hermanos en la barca. Andrés también iba en la barca. Él estaba siempre pendiente de los discípulos y de las profecías sobre la venida del Señor; es quien le pregunta cuando sucederían, Su venida y la destrucción del templo. Cuando Jesucristo se mostraba en situaciones de mayor profundidad tenía a tres discípulos escogidos: a Pedro, Jacobo y Juan; y Andrés sería el que mantendría al Señor al corriente de la congregación de los Apóstoles, como refleja Juan 12:22. Andrés era discípulo de Juan Bautista, representa la experiencia espiritual, el conocimiento de las profecías, la ley y la religión, aunque deja todo y sigue al Mesías, no lo hace del modo que lo hace Juan.
Las tres veces que Pedro niega a Jesús, Marcos 14:26, serían confrontadas por las tres veces que Jesús le preguntaría: ...¿me amas más que éstos?... Juan 21. Su negación tres veces, vista en nosotros, nos advierte de situaciones de persecución, incluso de muerte en las que debemos ser valientes y orar por ello, similares a la que se enfrentó Pedro cuando fue reconocido como uno de los discípulos en el arresto del Señor. También se refleja su constante necesidad de confrontar tres veces las cosas cuando es invitado por el Señor a comer animales inmundos que él había santificado, en la visión del lienzo, en referencia a Cornelio el centurión. Hechos 10:16. El Señor usa de paciencia con Pedro, como un buen padre con un hijo a quien le cuesta cumplir las cosas, y difícil de convencer, pero que una vez que lo ve claro, las cumple y el resultado es firme y determinante. El Padre le dio la revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y estas circunstancias y características suyas no lo impidieron. Nosotros, del mismo modo somos bendecidos por Dios, aun con nuestras limitaciones y defectos, y hacemos y haremos cosas grandes de Dios, por nuestro corazón volcado hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia el prójimo y por nuestra fe. Para profundizar más puede leer Apacienta mis ovejas.
Juan y Jacobo o Santiago, otros dos hermanos, hijos de Zebedeo; otros dos pescadores de hombres. Llamados por Jesucristo los Boanerges, -hijos del trueno- seguramente por su carácter. Curiosamente el carácter de estos dos hermanos en su fuerza se convierte en el amor y en la piedad, las cuales han de ser en nosotros dos truenos. Otras dos experiencias de una misma procedencia, en nosotros mismos. Juan es el discípulo amado, el que recibe la cercanía de la mayor revelación del corazón de Cristo. Él estaba con Jesús cuando fue arrestado, no se apartó de Él, fue el único que se mantuvo a su lado, aquí y en la Cruz, y era conocido del sumo sacerdote, lo vemos en la narración del interrogatorio en el patio de Anás, Juan 18:15. Además era el más joven, el más niño, y por ello el que más recibe del Reino de Dios. ¡Hagámonos como niños!. La madre quería que estuviesen en eminencia Mateo 20:20-21, y era parienta de María la madre de Jesús. No debemos ponernos en primer lugar. Juan estaría junto al Señor ante la Cruz, y cuidaría de María, y a ella le dejaría su hijo Jesús a Juan en su lugar, para consolarla. Juan, el discípulo amado tenía un corazón más dispuesto al Señor, y es por ello que recibe las más increíbles y profundas revelaciones y enseñanzas del Señor. Ningún otro autor inspirado por el Espíritu Santo recibió tanto en dos campos tan distantes como el espiritual y el profético. Su evangelio, el más profundo y directo al corazón, y Apocalipsis, la mayor revelación profética, digna de un hijo del trueno. Esta sea nuestra actitud ante Dios. Seamos pues hijos del trueno y de la alabanza, una alegoría del bautismo en Espíritu Santo y fuego, Mateo 3:11. Su hermano Santiago o Jacobo, es uno de los tres privilegiados que estaban en los acontecimientos más relevantes del Señor. Sufriría el martirio a espada por orden del rey Herodes. Hechos 12:2, fue así el primero de los apóstoles en sufrir el martirio. Su carácter piadoso a la vez que impetuoso como su hermano Juan les haría discípulos transformados por el Espíritu.
Felipe le pide a Jesús: ...muéstranos al Padre y nos basta, Juan 14:8... Aunque parezca contradictorio y una muestra de impaciencia, Felipe en el desconocimiento, falta de visión o revelación en el momento que le pregunta a Jesús sobre el Padre, nos muestra su paciencia en la profundización de la enseñanza de Jesús. Él espera a ser enseñado, es paciente para con el Señor. Esta ha de ser una de nuestras cualidades del carácter, la paciencia, aunque no comprendamos muchas cosas, debemos esperar en el Señor a ser enseñados por Él, el verdadero Maestro, a través del Espíritu Santo.
Bartolomé es vinculado por muchas fuentes con Natanael de quien el Señor dijo: ...he aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño... Si bien la capital espiritual de Israel es Jerusalem, sabemos que salem es paz. Salem es el nombre antiguo y lugar del encuentro entre Abraham y Melquisedec "Cristo" Génesis 14:8. Un verdadero israelita es portador de paz, carácter que nos muestra este apóstol.
Mateo o Leví, el publicano o recaudador de impuestos de Roma, autor del evangelio que lleva su nombre. Leví deja su oficio en el acto y sigue al Maestro y le invita a su casa a comer. Desde luego no se puede pedir mayor determinación a un hombre, cambio y rapidez. La buena voluntad de Mateo procede de la virtud, cualidad ésta que en nuestro carácter hará que nos determinemos con firmeza en el Camino del Señor y en nuestra función en Su Iglesia.
Tomás, o Dídimo, mellizo, famoso por su incredulidad; las dudas del cristiano, la falta de fe en muchos momentos de la vida. Pero sería su bondad la que haría que su entrega a Jesús fuera definitiva. Estaba dispuesto a morir con Jesús cuando el Señor quería regresar a Judea, Juan 11:7. La bondad supera a la incredulidad, pues la fe es un don de Dios, pero la bondad procede del corazón, y el corazón bueno gana la bendición de Dios. Dios da fe a los de buen corazón, pues Él pesa los corazones. Lo malo es aquel que es incrédulo y de corazón malo, aquellos que maquinan el mal en su corazón, esos son desechados por Dios. Su confesión al ver a Jesús resucitado y poner su mano en su yaga y en sus manos, es famosa: ...Señor mío y Dios mío... Juan 20:28.
Jacobo o Santiago hijo de Alfeo llamado el menor, para diferenciarlo del hermano de Juan. Alfeo en griego y una traducción del arameo Cleofás, Lucas 24:18, también posible padre de Mateo, Leví, Mateo 2:14, aunque no se les menciona como hermanos a Mateo y Jacobo en los Evangelios expresamente. Cleofás era esposo de María, madre de Jacobo, además de José y Salomé, Marcos 15:40. No sabemos con certeza sobre la obra de Santiago, pero la fuentes indican que sería el que menciona Pablo como hermano del Señor, Gálatas 1:19, sea hermano o primo, es desde luego una familia en la que sin duda abunda la mansedumbre. La tradición le hace el Santiago que escribiría la carta que lleva su nombre y el primer anciano, obispo o patriarca de Jerusalén, aunque otros dicen que no sería posible por oponerse a Jesús al principio y porque no creyó en Él hasta Su resurrección. Santiago fue quien concluyó con las normas morales para la gentilidad en el primer concilio de Jerusalén, Hechos 15: 19. En dos ocasiones nos habla en su carta de la mansedumbre, 1:21 y 3:13, y usa el método de enseñanza de las bienaventuranzas de Jesús en 1:12 sobre. Sean pues ...Bienaventurados los mansos... Mansos como un cordero.
Simón el cananista o el zelote. Los zelotes son un partido patriota que hoy podría identificarse con algún partido político en defensa de la tierra prometida de Canaan por Dios al pueblo de Israel. Siendo seguramente también de Caná, no es de extrañar que pudiera ser de familia o influencia de los defensores Judíos en contra de la ocupación romana, un movimiento prácticamente extinguido en tiempo de Jesús. Su conversión sería para él una prueba de su cambio profundo de pensamiento por el Espíritu. El dominio propio o templanza.
Judas Lebeo o Tadeo. Leb es la raíz hebrea de corazón, seguramente por su buen corazón y Tadeo es una derivación de todah, alabanza. Sin duda es el gozo el carácter que vemos en este Judas.
Judas Iscariote, de Judá, el traidor asociado a los miembros del sanedrín, y los sacerdotes de la Ley. Judas Iscariote es la religión, la tradición, la tribu de Judá la cual traiciona a su propio Mesías. El tesorero, que amaba el dinero y robaba de la bolsa del Señor hasta tal punto llego su codicia que fue cegado por el diablo, se enojó cuando María ungió al Señor con el perfume de gran precio, hasta llegar a entregar al Señor por dinero. ...raíz de todos los males es el amor al dinero... el cual codiciando algunos se apartaron de la fe. 1Timoteo 6:10. Judas es de Judea, de tierra de Judá, los demás son de Galilea. Jesús es de la tribu de Judá. Al salir Judas del aposento alto quedan los verdaderos discípulos apóstoles. No tomaré de él ninguna cualidad de carácter como es lógico, pues vivió en la avaricia, el robo y la traición. Su soberbia le impidió pedir la misericordia divina.
Pablo no está en los 12 apóstoles del principio que vivieron con Jesús Su ministerio, pero es el apóstol que llamó directamente el Señor tras Su ascensión. Sería un pilar clave en el proyecto del Señor para llevar el Evangelio al mundo entero, y por lo tanto, y aunque Judas es sustituido por Matías, sería Pablo el que tendría una relevancia fundamental en las 12 columnas de la fe y el carácter que el Señor imprimió en sus espíritus. Pablo sufre una radical transformación de activo enemigo y perseguidor de la Iglesia, por su celo de Dios y de la Ley, al más feroz predicador de Cristo con riesgo de su vida en muchas ocasiones, dispuesto a convertir al mundo, como así lo hizo en su tiempo y cuyo legado hoy permanece tras 2000 años, como el de todo el Nuevo Testamento del Señor Jesucristo. El Señor sabía muy bien a quien escogía, como lo sabe hoy. Tomaremos pues a Pablo como el apóstol número 12 para la lista de caracteres apostólicos que el cristiano puede aprender para formar el suyo.
Pablo será el apóstol del conocimiento del Señor, como queda patente en sus enseñanzas. Educado en la más estricta cátedra de la Torá, en la escuela de Gamaliel, prestigioso maestro y doctor de la Ley de Dios, de fe fariseo, la que cree en la resurrección dentro del judaísmo. Todo este conocimiento, sería a priori dejado de lado para predicar a los gentiles que no saben nada de la Torá, viviendo Pablo entre culturas helenísticas y otras diversas con deidades y costumbres paganas. Pareciera que el Señor no hacía uso de su conocimiento, pero sería en su enseñanza a los Judíos que crearía un vínculo entre Judíos y Gentiles, al ser el que el Señor preparó para enseñar en la misma línea del propio Jesucristo, que el Evangelio no es solo para Judíos, sino para todas las naciones de la tierra. Que la Palabra de Dios tiene un significado espiritual transformador y que aquel que viene a la Biblia con los ojos del Espíritu encuentra la Vida espiritual. Sería el reformador de entre los apóstoles, como el propio Señor lo fue a Su propio pueblo.
INFLUENCIA DE LOS 12 APÓSTOLES EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
El legado de la fe de los apóstoles se resume en el famoso Credo de los Apóstoles, base de declaración de fe de toda la cristiandad que podría transmitirse de la siguiente forma:
Creemos en YHWH, Yahweh, Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creemos en Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, Nuestro Señor, quien fue concebido por el poder del Espíritu Santo, nació de María virgen. Sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó. Ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre, Todopoderoso. Regresará para juzgar a vivos y muertos. Creemos en el Espíritu Santo, la santa iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo, y la vida eterna. Amén.
CONCLUSIÓN
Los doce hombres que hemos visto eran hombres normales y corrientes, como cualquiera de nosotros, no superhéroes, pero bendecidos y escogidos, lo cual nos muestra lo que Dios puede hacer a través de la entrega a Él, pues es Él quien nos hace especiales, no nosotros por nuestras fuerzas o recursos propios, sino por Su Espíritu en nosotros.
En una segunda parte sobre los Apóstoles trataré la sucesión apostólica, tomando como base histórica de los comienzos del Cristianismo, la Biblia. Además abordaré la historia de la patrística y la controversia sobre los apóstoles hoy, no solo en el seno de las iglesias que se adjudican la sucesión, sino en las de nuevo corte neo pentecostal.
Mientras tanto y como el Espíritu Santo escoge a aquellos que están dispuestos a servirle, sin necesidad de autorización humana, jerárquica o de concilios, como demuestra la propia Biblia en Hechos de los Apóstoles, en la narración del comienzo de la iglesia en Antioquia por mano de apóstoles anónimos para nosotros, aunque no para Dios; Hechos 11:19 al 30, seamos embajadores de Cristo allí donde vayamos, en el día a día, con la gente a la que hablamos en la vida diaria, pues este es el verdadero apostolado, vivo. Si el Señor Jesucristo ha comprado con su Sangre una nación de reyes y sacerdotes, ¿cómo no irán éstos en Su nombre?, me refiero a todo Cristiano que en verdad lo sea.
Además del apostolado del cristiano, tengamos en mente la despedida de Santiago: ...Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados...
¿Eres embajador de Jesucristo? es tu responsabilidad como rey y sacerdote, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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lunes, 23 de noviembre de 2015
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jueves, 19 de noviembre de 2015
AGNOSTICISMO
En Teología Natural se denomina agnosticismo a la teoría que, aun admitiendo la existencia de Dios, niega la posibilidad de que la razón humana llegue al conocimiento cierto de ella a base de una demostración. En eso radica su diferencia del ateísmo que, a priori, no admite la existencia de Dios, afirmando, por tanto, la invalidez de su demostración. El agnosticismo, en cambio, únicamente suspende el juicio porque ve la imposibilidad, no de su existencia, sino de su demostración. Este término de agnosticismo fue acuñado por T. H. Huxley con la significación de renuncia a saber, enfrentándolo a la tesis gnóstica de que, gracias al poder casi absoluto de la razón, podemos llegar a un conocimiento total de Dios. Actitud soberbia la de los gnósticos, como señala Huxley, que contrasta con la humilde epojé de lo absoluto, por parte de los agnósticos.
Concepto
En Teología Natural se denomina agnosticismo a la teoría que, aun admitiendo la existencia de Dios, niega la posibilidad de que la razón humana llegue al conocimiento cierto de ella a base de una demostración. En eso radica su diferencia del ateísmo que, a priori, no admite la existencia de Dios, afirmando, por tanto, la invalidez de su demostración. El agnosticismo, en cambio, únicamente suspende el juicio porque ve la imposibilidad, no de su existencia, sino de su demostración.
Este término de agnosticismo fue acuñado por T. H. Huxley con la significación de renuncia a saber, enfrentándolo a la tesis gnóstica de que, gracias al poder casi absoluto de la razón, podemos llegar a un conocimiento total de Dios. Actitud soberbia la de los gnósticos, como señala Huxley, que contrasta con la humilde epojé de lo absoluto, por parte de los agnósticos. Así, pues, en definitiva, la consideración de lo absoluto, del noúmeno, kantianamente hablando, sería poco menos que colocarse a nivel gnóstico y, precisamente, de ese noúmeno no tenemos ciencia cierta ya que permanece extraño a nuestro conocimiento, es algo trascendente y, por tanto, desconocido (agnostos).
Trayectoria histórica
Ya Nicolás de Cusa estableció que frente a Dios la única actitud posible era la de la doctaignorantia. A Dios, para el Cusano, sólo llegamos por la coincidentiaoppositorum y, precisamente, ese máximo y ese mínimo absolutos, aun perteneciendo al orden de la necesidad y de la plena actualidad, se hallan muy lejos del conocimiento humano, que se mueve en el ámbito de la potencialidad y de la posibilidad. Clara influencia, pues, del occamismo y la imposibilidad para el hombre del acceso a la realidad divina que, aun sabiendo su existencia, permanece como quid ignotum para el limitado entendimiento humano. Algo parecido encontramos en J. Reuchlin (1455-1522) que afirma que sólo podemos llegar a Dios a través de la cábala, pero no por la razón. Pero podríamos afirmar que el moderno agnosticismo viene dado por el acercamiento del hombre a la naturaleza y el planteamiento del problema de la causalidad, no como una necesaria relación trascendental del efecto a la causa, sino de una complicación de causa-efecto en un mundo fenoménico. Esto será el nudo gordiano del agnosticismo.
Kant parte de una afirmación: la metafísica no ha entrado por el camino seguro de la ciencia. Es decir, el objeto de la metafísica, en su acepción ontológica, no es el ente en cuanto ente, sino el ser en cuanto existente en la realidad, en tanto ser-en-el-mundo, realizado en un contexto. Consiguientemente, esto lleva consigo el que la ontología no se vea coronada por una teodicea, ya que el objeto de ésta, en cuanto trascendente y no trascendental, cae fuera del ámbito de la intuición sensible, punto capital del conocimiento. Cuanto más, sería objeto de una intuición intelectual, pero de ésta no podemos decir nada. Si queremos saber algo de ese objeto, hay que recurrir al campo de la razón práctica. En definitiva, el agnosticismo kantiano tiene su fundamento en la nueva teoría del conocimiento que el filósofo de Königsberg formula: todo conocimiento comienza en la experiencia; indudablemente, éste es el punto de partida y en esto concuerda con la filosofía tradicional: nada hay en el entendimiento que antes no haya pasado por los sentidos. Pero, ¿todos nuestros conocimientos proceden de ella? Kant afirma que no todos, dejando paso a la producción subjetiva, de ese «yo que debe acompañar todas mis representaciones». Y en esto se diferencia del empirismo prekantiano, que afirma la imposibilidad de plantearse el problema de la causalidad sin remitirlo a una mera sucesión y que apreciamos en la manifestación regular de los fenómenos, pero no en un orden de necesaria relación trascendental del efecto a la causa.
Dentro del tema que tratamos, el pensamiento de Kant vendría a reducirse de la siguiente forma:
• Una concepción ontológica de la existencia: la existencia es la posición absoluta de una cosa. Es decir, existir es ser-en-el-mundo, estar implantado en un contexto de realidad. En el orden del conocimiento hemos de establecer una relación entre conceptos e intuiciones, ya que «pensamientos sin contenidos son vacíos, pero intuiciones sin conceptos son ciegas», es decir, Kant pretende con ello vincular bajo un punto de vista óntico la categoría de concepto, o sea, sensibilizar el concepto, desvinculándolo por tanto del carácter abstracto que poseía en la metafísica que intenta destruir.
• Una concepción noética de la existencia: A grandes rasgos vendría a reducirse a este esquema:
o Necesidad de una intuición empírica: «Nuestras representaciones, nos dice, son sólo representaciones de fenómenos. Para nosotros es completamente desconocido qué sea la cosa en sí independientemente de toda receptividad de nuestra sensibilidad... de las cosas en sí no conocemos más que la forma que tenemos de percibirlas... y, tiempo y espacio son las formas puras de esa percepción y la sensación en general, la materia» (Crítica de la razón pura, 192). Es decir, Dios no es un ser que se nos da en unas coordenadas espaciotemporales, luego es imposible la demostración racional de su existencia, tan sólo cabría una aceptación extrarracional, pero esto ya no es ciencia.
o Existir es estar relacionado con el sujeto, bien con la experiencia real o bien en la experiencia posible.
Así, pues, en Kant, hay una omisión de la absolutez del ser divino, por lo que una teodicea dentro de las coordenadas kantianas es poco menos que imposible e inútil. De Dios no podemos demostrar su existencia, puesto que no es objeto de intuición sensible y no es un ser espaciotemporal. Efectivamente, por ese camino es imposible el llegar a Dios, ya que Éste está absuelto, de ahí su carácter de Absoluto, de relaciones empíricas.
Por otro lado, ese esencial empirismo kantiano que le lleva a imponerse la regla de no traspasar los límites de la experiencia, es lo que le lleva a plantearse el problema de la causalidad a un nivel intramundano. Si existe un ser necesario, tiene que estar temporalizado. Es decir, la causalidad es causalidad fenoménica, no nos remite, por lo menos intencionalmente, a ningún punto trascendente. Pero este poner límites al conocimiento es ya trascenderlo, como afirma N. Hartmann. Así pues, tan sólo desde un punto de vista de una relación trascendental del efecto a la causa es posible plantearse, por lo menos a título de posibilidad, la apertura intencional al ser infinito desde nuestra radical finitud.
Gran influencia kantiana es la padecida por Spencer, quien nos dirá que nosotros, como seres finitos y, por tanto, limitados, no podemos ni afirmar ni negar la personalidad de Dios, sino sólo reducirnos con humildad a los límites de nuestro conocimiento. Spencer no negará a Dios, ya que admite la existencia de un absoluto, de un cierto ideal. Pero, como afirma, mientras nos mantengamos en un punto de vista lógico, si intentamos conocer ese absoluto tenemos que tener en cuenta que no podemos afirmar la existencia de noúmenos fuera de lo fenoménico.
El agnosticismo positivista negará el principio de causalidad, que quedará reducido a una pura costumbre. Antecedentes de este agnosticismo los encontramos en Hume, que, al criticar el principio de causalidad, le llevará a la negación del concepto de sustancia que permanecerá como algo desconocido y, por tanto, trascendente a nosotros.
Vamos a tomar un representante máximo de esta línea: Augusto Comte (1798-1857) y centraremos su estudio en su famosa teoría de los tres estadios. «Todas nuestras especulaciones, nos dice, tienen que pasar sucesiva e inevitablemente, lo mismo en el individuo que en la especie, por tres estadios teóricos diferentes: teológico, metafísico y positivo. El primero es concebido como puramente provisional y preparatorio, el segundo no tiene nunca más que un puro sentido transitorio. Es en el tercero donde radica el régimen definitivo de la razón humana» (Discurso sobre el Espíritu positivo, 1ª p. cap. 1, n° 2).
Comte atribuye importancia definitiva al estadio positivo que, dice, superando a los otros, marca la pauta a seguir en las investigaciones. Es el punto de contacto con la praxis, olvidando los sueños de las etapas teológica y metafísica. Cornelio Fabro dice que, tanto para Comte como para Kant, el entregarse a la investigación de las causas eficientes y finales es lo mismo que querer sacar agua con un cubo sin fondo. Comte nos seguirá diciendo: «El Espíritu humano, en el tercer estadio, renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas que no convenían más que a su infancia y circunscribe sus esfuerzos al dominio de la verdadera observación, única base posible de los conocimientos verdaderamente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras necesidades reales» (o. c. n° 12). Por lo cual, todo aquello que no concuerde con esas necesidades reales de las que habla Comte, deja de tener interés y, en la era positiva, Dios parece no cumplir esos requisitos para la ciencia, quedando relegado, por tanto, a puro sentimentalismo o a una tendencia volitiva, extraña a la concepción científica de los datos y las hipótesis contrastables con la realidad. Y, consiguientemente, es inútil cualquier intento de demostración racional de su existencia, ya que el entendimiento humano no puede traspasar el plano de la experiencia científica.
Otras formas de agnosticismo
Mencionemos en primer lugar el fideísmo, posición surgida en el siglo XIX que tiene en su base una doctrina noética consistente en la afirmación de que la fe es la primera y única fuente válida de conocimiento. Se trataría de un conocimiento vital. Representantes de esta corriente del pensamiento son Bonald y Lamennais. Las consecuencias de este agnosticismo será la imposibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios con anterioridad e independencia de la Revelación. La existencia de Dios es exclusivamente objeto de fe.
Es también agnóstico el modernismo teológico, movimiento filosófico-religioso de principios del siglo XX que tiene como principios fundamentales el agnosticismo y la inmanencia vital.
Esta corriente, con un inmoderado afán de progresismo, ha socavado las bases de la fe, habiendo sido condenada, en sus múltiples formas, por Pío X en el decreto Lamentabili y en la encíclica Pascendi. Se consideran modernistas aquellas teorías que defienden la consideración de que el dogma no es más que la expresión simbólica objetivada de una necesidad religiosa inmanente en el hombre, haciendo de la teología una cosa del sentimiento. En realidad, el modernismo no es más que un cierto positivismo aplicado al hecho religioso. Es decir, existe un hecho, el religioso, ya que no son sólo hechos únicamente aquellos que caen bajo las coordenadas de espacio-temporalidad. Resultado de todo esto es que la relación hombre-Dios es, para el modernista, una relación con un sentido eminentemente práctico y, por ende, se encuentra una radical negación de la teología especulativa. A Dios, para el modernismo, no podemos llegar por la razón.
Entre los modernistas más destacados se pueden señalar a Loisy, Tyrrell, Pogazzaro, Le Roy, etc., quienes aceptan, en general, el presupuesto kantiano de que Dios no puede ser objeto de ciencia especulativa pura.
Rozando estos puntos se encuentra Miguel de Unamuno, a quien no en vano se le ha llamado modernista (J. M. Cirarda, El modernismo en el pensamiento religioso de Unamuno), y en quien se aprecia, en torno al problema que estamos tratando, la gran influencia ejercida en él por el filósofo danés S. Kierkegaard. Unamuno comienza afirmando que «el Dios lógico, racional, el EnsSummum, el Ser Supremo de la filosofía teológica, no es más que una idea de Dios, algo muerto... El Dios lógico es un Dios sin pena ni gloria, inhumano, y su justicia una justicia racional y matemática, esto es, una injusticia» (Del sentimiento trágico de la vida, 150). Así, pues, en Unamuno, la única salida o la única vía para llegar al conocimiento de Dios es la del sentimiento, es la vía que nos permite antropomorfizar a Dios: «... al Dios vivo, al Dios humano, no se llega por camino de la razón... la razón nos aparta más bien de Él. No es posible conocerle para luego amarle, hay que empezar por amarle, por anhelarle, por tener hambre de Él, antes de conocerle. El conocimiento de Dios procede del amor a Dios, y es un conocimiento que poco o nada tiene de racional... la idea de Dios de la pretendida teodicea racional no es más que una hipótesis, como la idea del éter» (o. c.). De esta forma, Dios puede llegar a convertirse en una realidad inmediatamente sentida, lo que le lleva a decir: «Creo en Él porque tengo de Él experiencia personal, porque lo siento obrar y vivir en mí» (o. c.). Así pues, para Unamuno únicamente cabe una postura ante el conocimiento de Dios: sentirlo como persona viva y como conciencia; todo lo demás, es decir, hablar de que a Dios se puede llegar por la vía del razonamiento, es algo así como un contrasentido en la filosofía de Unamuno, porque equivocadamente piensa que un Dios conocido así no es conciencia ni persona. El Dios que él exige es un Dios que cada hombre se crea porque, como afirma: «La fe... no es creer lo que no vimos, sino crear lo que no vemos» (o. c.) y este crear se confunde con la propia vida, que, por razón de su actividad, está ordenada a este Dios activo y creador como nuestra propia vida; por eso nos dirá: «No hay nada que sea lo mismo en dos momentos sucesivos de su ser. Mi idea de Dios es distinta cada vez que la concibo» (o. c.) y esto es posible porque Dios es vital y lo vital es, para Unamuno, antirracional.
Un agnosticismo más filosófico es el que podemos encontrar en K. Jaspers. Para él, la filosofía se plantea el problema del ser, pero este ser no es algo dado. Ningún ser conocido es el ser, ya que lo que deviene objeto es un ser determinado, y sólo un modo de ser. El ser es como el horizonte que hace visible todas las cosas, pero imposible de alcanzar porque, cuando suponemos haber llegado al límite, el horizonte se ha alejado: el ser está sin cerrar y el horizonte es infinito. El hombre se encuentra siempre en la eterna marcha por apresar al ser, por eso se ha dicho que el hombre de Jaspers es como un cazador frustrado que nunca cobra la pieza. El ser siempre está más allá de nuestras fuerzas pero, sin embargo, también muy cerca, puesto que nos envuelve, es lo envolvente (das Umgreifende).
Un nuevo agnosticismo se plantea en la Teología dialéctica de K. Barth. Nosotros, como teólogos, comenta, debemos hablar de Dios. Pero somos hombres y, como tales, nada podemos decir de Él. Debemos saber lo uno y lo otro, nuestro deber está en reconocer nuestro no poder y dar con esto la gloria a Dios. Es decir, estamos limitados en nuestro entendimiento y nada podemos decir y hablar de Dios, porque es algo superior a nosotros mismos. Con esta posición de Barth entronca, llevándola a extremos frente a los que el propio Barth ha reaccionado, la postura de J. A. T. Robinson, W. Hamilton y los demás representantes de la llamada Teología radical, que encuentra su formulación más neta en la afirmación de la «muerte de Dios», no, claro está, en el sentido de que Dios haya dejado de existir, sino en el que su conocimiento o idea ha desaparecido del horizonte humano y, en ese sentido, ha muerto para nosotros.
En definitiva, se ve cómo el tema del agnosticismo, que, en un principio, surgió como consecuencia del problema de la causalidad fenoménica, ha ido históricamente mostrando sus implicaciones y derivando a otros campos hasta afectar por entero al hecho religioso. Frente a ello, algunos reaccionaron manteniendo el agnosticismo en el plano de la Filosofía, pero pretendiendo superarlo a otro nivel, colocando el acceso a Dios en el plano de la fe o del sentimiento religioso, con sus múltiples formas. Tanto en uno como en otro caso, se dice que es imposible el razonamiento sobre Dios, que o se admite ciegamente o no se admite. Si lo primero, se hace sin discusión, ya que es un sentimiento colocado en el lado práctico de una religión más o menos vivida.
Concepto
En Teología Natural se denomina agnosticismo a la teoría que, aun admitiendo la existencia de Dios, niega la posibilidad de que la razón humana llegue al conocimiento cierto de ella a base de una demostración. En eso radica su diferencia del ateísmo que, a priori, no admite la existencia de Dios, afirmando, por tanto, la invalidez de su demostración. El agnosticismo, en cambio, únicamente suspende el juicio porque ve la imposibilidad, no de su existencia, sino de su demostración.
Este término de agnosticismo fue acuñado por T. H. Huxley con la significación de renuncia a saber, enfrentándolo a la tesis gnóstica de que, gracias al poder casi absoluto de la razón, podemos llegar a un conocimiento total de Dios. Actitud soberbia la de los gnósticos, como señala Huxley, que contrasta con la humilde epojé de lo absoluto, por parte de los agnósticos. Así, pues, en definitiva, la consideración de lo absoluto, del noúmeno, kantianamente hablando, sería poco menos que colocarse a nivel gnóstico y, precisamente, de ese noúmeno no tenemos ciencia cierta ya que permanece extraño a nuestro conocimiento, es algo trascendente y, por tanto, desconocido (agnostos).
Trayectoria histórica
Ya Nicolás de Cusa estableció que frente a Dios la única actitud posible era la de la doctaignorantia. A Dios, para el Cusano, sólo llegamos por la coincidentiaoppositorum y, precisamente, ese máximo y ese mínimo absolutos, aun perteneciendo al orden de la necesidad y de la plena actualidad, se hallan muy lejos del conocimiento humano, que se mueve en el ámbito de la potencialidad y de la posibilidad. Clara influencia, pues, del occamismo y la imposibilidad para el hombre del acceso a la realidad divina que, aun sabiendo su existencia, permanece como quid ignotum para el limitado entendimiento humano. Algo parecido encontramos en J. Reuchlin (1455-1522) que afirma que sólo podemos llegar a Dios a través de la cábala, pero no por la razón. Pero podríamos afirmar que el moderno agnosticismo viene dado por el acercamiento del hombre a la naturaleza y el planteamiento del problema de la causalidad, no como una necesaria relación trascendental del efecto a la causa, sino de una complicación de causa-efecto en un mundo fenoménico. Esto será el nudo gordiano del agnosticismo.
Kant parte de una afirmación: la metafísica no ha entrado por el camino seguro de la ciencia. Es decir, el objeto de la metafísica, en su acepción ontológica, no es el ente en cuanto ente, sino el ser en cuanto existente en la realidad, en tanto ser-en-el-mundo, realizado en un contexto. Consiguientemente, esto lleva consigo el que la ontología no se vea coronada por una teodicea, ya que el objeto de ésta, en cuanto trascendente y no trascendental, cae fuera del ámbito de la intuición sensible, punto capital del conocimiento. Cuanto más, sería objeto de una intuición intelectual, pero de ésta no podemos decir nada. Si queremos saber algo de ese objeto, hay que recurrir al campo de la razón práctica. En definitiva, el agnosticismo kantiano tiene su fundamento en la nueva teoría del conocimiento que el filósofo de Königsberg formula: todo conocimiento comienza en la experiencia; indudablemente, éste es el punto de partida y en esto concuerda con la filosofía tradicional: nada hay en el entendimiento que antes no haya pasado por los sentidos. Pero, ¿todos nuestros conocimientos proceden de ella? Kant afirma que no todos, dejando paso a la producción subjetiva, de ese «yo que debe acompañar todas mis representaciones». Y en esto se diferencia del empirismo prekantiano, que afirma la imposibilidad de plantearse el problema de la causalidad sin remitirlo a una mera sucesión y que apreciamos en la manifestación regular de los fenómenos, pero no en un orden de necesaria relación trascendental del efecto a la causa.
Dentro del tema que tratamos, el pensamiento de Kant vendría a reducirse de la siguiente forma:
• Una concepción ontológica de la existencia: la existencia es la posición absoluta de una cosa. Es decir, existir es ser-en-el-mundo, estar implantado en un contexto de realidad. En el orden del conocimiento hemos de establecer una relación entre conceptos e intuiciones, ya que «pensamientos sin contenidos son vacíos, pero intuiciones sin conceptos son ciegas», es decir, Kant pretende con ello vincular bajo un punto de vista óntico la categoría de concepto, o sea, sensibilizar el concepto, desvinculándolo por tanto del carácter abstracto que poseía en la metafísica que intenta destruir.
• Una concepción noética de la existencia: A grandes rasgos vendría a reducirse a este esquema:
o Necesidad de una intuición empírica: «Nuestras representaciones, nos dice, son sólo representaciones de fenómenos. Para nosotros es completamente desconocido qué sea la cosa en sí independientemente de toda receptividad de nuestra sensibilidad... de las cosas en sí no conocemos más que la forma que tenemos de percibirlas... y, tiempo y espacio son las formas puras de esa percepción y la sensación en general, la materia» (Crítica de la razón pura, 192). Es decir, Dios no es un ser que se nos da en unas coordenadas espaciotemporales, luego es imposible la demostración racional de su existencia, tan sólo cabría una aceptación extrarracional, pero esto ya no es ciencia.
o Existir es estar relacionado con el sujeto, bien con la experiencia real o bien en la experiencia posible.
Así, pues, en Kant, hay una omisión de la absolutez del ser divino, por lo que una teodicea dentro de las coordenadas kantianas es poco menos que imposible e inútil. De Dios no podemos demostrar su existencia, puesto que no es objeto de intuición sensible y no es un ser espaciotemporal. Efectivamente, por ese camino es imposible el llegar a Dios, ya que Éste está absuelto, de ahí su carácter de Absoluto, de relaciones empíricas.
Por otro lado, ese esencial empirismo kantiano que le lleva a imponerse la regla de no traspasar los límites de la experiencia, es lo que le lleva a plantearse el problema de la causalidad a un nivel intramundano. Si existe un ser necesario, tiene que estar temporalizado. Es decir, la causalidad es causalidad fenoménica, no nos remite, por lo menos intencionalmente, a ningún punto trascendente. Pero este poner límites al conocimiento es ya trascenderlo, como afirma N. Hartmann. Así pues, tan sólo desde un punto de vista de una relación trascendental del efecto a la causa es posible plantearse, por lo menos a título de posibilidad, la apertura intencional al ser infinito desde nuestra radical finitud.
Gran influencia kantiana es la padecida por Spencer, quien nos dirá que nosotros, como seres finitos y, por tanto, limitados, no podemos ni afirmar ni negar la personalidad de Dios, sino sólo reducirnos con humildad a los límites de nuestro conocimiento. Spencer no negará a Dios, ya que admite la existencia de un absoluto, de un cierto ideal. Pero, como afirma, mientras nos mantengamos en un punto de vista lógico, si intentamos conocer ese absoluto tenemos que tener en cuenta que no podemos afirmar la existencia de noúmenos fuera de lo fenoménico.
El agnosticismo positivista negará el principio de causalidad, que quedará reducido a una pura costumbre. Antecedentes de este agnosticismo los encontramos en Hume, que, al criticar el principio de causalidad, le llevará a la negación del concepto de sustancia que permanecerá como algo desconocido y, por tanto, trascendente a nosotros.
Vamos a tomar un representante máximo de esta línea: Augusto Comte (1798-1857) y centraremos su estudio en su famosa teoría de los tres estadios. «Todas nuestras especulaciones, nos dice, tienen que pasar sucesiva e inevitablemente, lo mismo en el individuo que en la especie, por tres estadios teóricos diferentes: teológico, metafísico y positivo. El primero es concebido como puramente provisional y preparatorio, el segundo no tiene nunca más que un puro sentido transitorio. Es en el tercero donde radica el régimen definitivo de la razón humana» (Discurso sobre el Espíritu positivo, 1ª p. cap. 1, n° 2).
Comte atribuye importancia definitiva al estadio positivo que, dice, superando a los otros, marca la pauta a seguir en las investigaciones. Es el punto de contacto con la praxis, olvidando los sueños de las etapas teológica y metafísica. Cornelio Fabro dice que, tanto para Comte como para Kant, el entregarse a la investigación de las causas eficientes y finales es lo mismo que querer sacar agua con un cubo sin fondo. Comte nos seguirá diciendo: «El Espíritu humano, en el tercer estadio, renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas que no convenían más que a su infancia y circunscribe sus esfuerzos al dominio de la verdadera observación, única base posible de los conocimientos verdaderamente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras necesidades reales» (o. c. n° 12). Por lo cual, todo aquello que no concuerde con esas necesidades reales de las que habla Comte, deja de tener interés y, en la era positiva, Dios parece no cumplir esos requisitos para la ciencia, quedando relegado, por tanto, a puro sentimentalismo o a una tendencia volitiva, extraña a la concepción científica de los datos y las hipótesis contrastables con la realidad. Y, consiguientemente, es inútil cualquier intento de demostración racional de su existencia, ya que el entendimiento humano no puede traspasar el plano de la experiencia científica.
Otras formas de agnosticismo
Mencionemos en primer lugar el fideísmo, posición surgida en el siglo XIX que tiene en su base una doctrina noética consistente en la afirmación de que la fe es la primera y única fuente válida de conocimiento. Se trataría de un conocimiento vital. Representantes de esta corriente del pensamiento son Bonald y Lamennais. Las consecuencias de este agnosticismo será la imposibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios con anterioridad e independencia de la Revelación. La existencia de Dios es exclusivamente objeto de fe.
Es también agnóstico el modernismo teológico, movimiento filosófico-religioso de principios del siglo XX que tiene como principios fundamentales el agnosticismo y la inmanencia vital.
Esta corriente, con un inmoderado afán de progresismo, ha socavado las bases de la fe, habiendo sido condenada, en sus múltiples formas, por Pío X en el decreto Lamentabili y en la encíclica Pascendi. Se consideran modernistas aquellas teorías que defienden la consideración de que el dogma no es más que la expresión simbólica objetivada de una necesidad religiosa inmanente en el hombre, haciendo de la teología una cosa del sentimiento. En realidad, el modernismo no es más que un cierto positivismo aplicado al hecho religioso. Es decir, existe un hecho, el religioso, ya que no son sólo hechos únicamente aquellos que caen bajo las coordenadas de espacio-temporalidad. Resultado de todo esto es que la relación hombre-Dios es, para el modernista, una relación con un sentido eminentemente práctico y, por ende, se encuentra una radical negación de la teología especulativa. A Dios, para el modernismo, no podemos llegar por la razón.
Entre los modernistas más destacados se pueden señalar a Loisy, Tyrrell, Pogazzaro, Le Roy, etc., quienes aceptan, en general, el presupuesto kantiano de que Dios no puede ser objeto de ciencia especulativa pura.
Rozando estos puntos se encuentra Miguel de Unamuno, a quien no en vano se le ha llamado modernista (J. M. Cirarda, El modernismo en el pensamiento religioso de Unamuno), y en quien se aprecia, en torno al problema que estamos tratando, la gran influencia ejercida en él por el filósofo danés S. Kierkegaard. Unamuno comienza afirmando que «el Dios lógico, racional, el EnsSummum, el Ser Supremo de la filosofía teológica, no es más que una idea de Dios, algo muerto... El Dios lógico es un Dios sin pena ni gloria, inhumano, y su justicia una justicia racional y matemática, esto es, una injusticia» (Del sentimiento trágico de la vida, 150). Así, pues, en Unamuno, la única salida o la única vía para llegar al conocimiento de Dios es la del sentimiento, es la vía que nos permite antropomorfizar a Dios: «... al Dios vivo, al Dios humano, no se llega por camino de la razón... la razón nos aparta más bien de Él. No es posible conocerle para luego amarle, hay que empezar por amarle, por anhelarle, por tener hambre de Él, antes de conocerle. El conocimiento de Dios procede del amor a Dios, y es un conocimiento que poco o nada tiene de racional... la idea de Dios de la pretendida teodicea racional no es más que una hipótesis, como la idea del éter» (o. c.). De esta forma, Dios puede llegar a convertirse en una realidad inmediatamente sentida, lo que le lleva a decir: «Creo en Él porque tengo de Él experiencia personal, porque lo siento obrar y vivir en mí» (o. c.). Así pues, para Unamuno únicamente cabe una postura ante el conocimiento de Dios: sentirlo como persona viva y como conciencia; todo lo demás, es decir, hablar de que a Dios se puede llegar por la vía del razonamiento, es algo así como un contrasentido en la filosofía de Unamuno, porque equivocadamente piensa que un Dios conocido así no es conciencia ni persona. El Dios que él exige es un Dios que cada hombre se crea porque, como afirma: «La fe... no es creer lo que no vimos, sino crear lo que no vemos» (o. c.) y este crear se confunde con la propia vida, que, por razón de su actividad, está ordenada a este Dios activo y creador como nuestra propia vida; por eso nos dirá: «No hay nada que sea lo mismo en dos momentos sucesivos de su ser. Mi idea de Dios es distinta cada vez que la concibo» (o. c.) y esto es posible porque Dios es vital y lo vital es, para Unamuno, antirracional.
Un agnosticismo más filosófico es el que podemos encontrar en K. Jaspers. Para él, la filosofía se plantea el problema del ser, pero este ser no es algo dado. Ningún ser conocido es el ser, ya que lo que deviene objeto es un ser determinado, y sólo un modo de ser. El ser es como el horizonte que hace visible todas las cosas, pero imposible de alcanzar porque, cuando suponemos haber llegado al límite, el horizonte se ha alejado: el ser está sin cerrar y el horizonte es infinito. El hombre se encuentra siempre en la eterna marcha por apresar al ser, por eso se ha dicho que el hombre de Jaspers es como un cazador frustrado que nunca cobra la pieza. El ser siempre está más allá de nuestras fuerzas pero, sin embargo, también muy cerca, puesto que nos envuelve, es lo envolvente (das Umgreifende).
Un nuevo agnosticismo se plantea en la Teología dialéctica de K. Barth. Nosotros, como teólogos, comenta, debemos hablar de Dios. Pero somos hombres y, como tales, nada podemos decir de Él. Debemos saber lo uno y lo otro, nuestro deber está en reconocer nuestro no poder y dar con esto la gloria a Dios. Es decir, estamos limitados en nuestro entendimiento y nada podemos decir y hablar de Dios, porque es algo superior a nosotros mismos. Con esta posición de Barth entronca, llevándola a extremos frente a los que el propio Barth ha reaccionado, la postura de J. A. T. Robinson, W. Hamilton y los demás representantes de la llamada Teología radical, que encuentra su formulación más neta en la afirmación de la «muerte de Dios», no, claro está, en el sentido de que Dios haya dejado de existir, sino en el que su conocimiento o idea ha desaparecido del horizonte humano y, en ese sentido, ha muerto para nosotros.
En definitiva, se ve cómo el tema del agnosticismo, que, en un principio, surgió como consecuencia del problema de la causalidad fenoménica, ha ido históricamente mostrando sus implicaciones y derivando a otros campos hasta afectar por entero al hecho religioso. Frente a ello, algunos reaccionaron manteniendo el agnosticismo en el plano de la Filosofía, pero pretendiendo superarlo a otro nivel, colocando el acceso a Dios en el plano de la fe o del sentimiento religioso, con sus múltiples formas. Tanto en uno como en otro caso, se dice que es imposible el razonamiento sobre Dios, que o se admite ciegamente o no se admite. Si lo primero, se hace sin discusión, ya que es un sentimiento colocado en el lado práctico de una religión más o menos vivida.
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miércoles, 18 de noviembre de 2015
EL ATEÍSMO
El ateísmo (del griego α = sin, y Θεóς = Dios) significa en filosofía la negación de la existencia de Dios o de su cognoscibilidad. La simple negación de la cognoscibilidad de Dios, que puede distinguirse del ateísmo, es conocida con el nombre de agnosticismo.
Antes del siglo XVIII el ateísmo filosófico o teórico (otra cosa es el indiferentismo práctico) fue un fenómeno socialmente minoritario, que afectó a personas singulares o a algunos grupos filosóficos (atomistas griegos como Demócrito, cínicos postsocráticos y epicúreos, etc.), pero sin que llegara a difundirse sociológicamente. Con el naturalismo de la Ilustración francesa comienza una verdadera ola de ateísmo fundado en los postulados de los más diversos sistemas filosóficos: sensualísmo, positivismo, pragmatismo, evolucionismo, marxismo, existencialismo, que trataremos de analizar por grupos. Puede hablarse de ateísmo con respecto al panteísmo de Spinoza o del idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel), en la medida en que no admiten una verdadera distinción real entre el hombre y el universo por una parte, y el Absoluto por otra.
El ateísmo ha adquirido tales proporciones, que X. Zubiri, aludiendo en esto a la teoría del espíritu objetivo o histórico de Hegel, no duda en llamarlo el pecado histórico de nuestro tiempo: «Es el `poder del pecado´, como factor teológico de la historia, y creo esencial sugerir que este poder recibe formas concretas, históricas, según los tiempos. El mundo está, en cada época, dotado de peculiares gracias y pecados. No es forzoso que una persona tenga sobre sí el pecado de los tiempos, ni, si lo tiene, es lícito que se le impute, por ello, personalmente. Pues bien: yo creo sinceramente que hay un ateísmo de la historia. El tiempo actual es tiempo de ateísmo, es una época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta hoy, primo et per se, a nuestro tiempo y a nuestro mundo».
Las tres formas principales del ateísmo moderno
Algunos autores, y el mismo Concilio Vaticano II, dividen el ateísmo moderno en tres grupos o formas de humanismo: científico, político y moral. Sus características comunes son: a) un ateísmo de desarraigo, que no quiere plantearse siquiera el problema de Dios; prescinde sencillamente de Él, y de ahí parte para construir sus sistemas; b) un humanismo cerrado a toda trascendencia, que pone al hombre como principio y fin de todo.
1) Ateísmo científico. Este ateísmo puede ser definido como la supresión total de la religión, de la fe, en aras de la ciencia de la naturaleza. Ésta –dicen- se rige por unas leyes fijas y experimentables, aún no del todo conocidas, pero que, en cualquier caso, son absolutamente férreas e independientes de todo ser superior. El mundo es así presentado como existente por sí mismo, y Dios y la creación, negados. El Hombremáquina de Offroy de La Mettrie, la Éticahedonística de Adrián Helvecio y el SistemadelaNaturaleza de Dietrich von Holbach expresan ese ateísmo científico, empleado como arma contra Dios y la Iglesia por los enciclopedistas franceses del siglo XVIII: D´Alembert, Maupertuis, Voltaire, Diderot. La filosofía positivista del siglo XIX intensifica esa tendencia con autores como Vogt, Büchner, Moleschott, Haeckel, Comte, Le Dantec, Th. H. Huxley, así como el evolucionista Darwin y sus seguidores, y los precursores y autores del marxismo, según veremos luego. A éstos podrían añadirse otros autores científicos o filósofos, como Nietzsche, Hartmann, Husserl, F. Noelke, B. Russell, J. Dewey, M. P. Berthelot, etc. Dios y la creación son expulsados del cosmos como conceptos extraños, inútiles e ilusorios. Si a esto añadimos el pansexualismo de la escuela de Freud, que conduce a una forma de estructuralismo en el que se niega prácticamente la libertad del individuo, tenemos un cuadro bastante completo de la suplantación de Dios y de la Fe por la Ciencia humana.
2) Ateísmo político: es el ateísmo marxista. En Carlos Marx (m. 1883) se entrecruzan las más diversas tendencias filosófico-políticas, que le llevan a su célebre teoría de la alienación. Depende en primer lugar de Hegel, cuyo método de las contradicciones asume para aplicarlo al análisis de la vida socioeconómica, llegando así a su peculiar tesis de la historia como producto del desarrollo material económico -en el que subsume la entera realidad- regido por el enfrentamiento o lucha de clases. En eso ha sido precedido por L. Feuerbach que, al oponerse al idealismo de Hegel y reducir el pensamiento a las mismas cosas pensadas, concretas, sensibles y materiales, le proporciona las bases de su materialismo dialéctico. Con todo, la explicación de Dios que propone Feuerbach en su obra DasWesendesChristentums (La esencia del cristianismo, 1841), como una mera proyección de la mente humana que sublima las cualidades y perfecciones de la esencia humana o del hombre-especie y las venera como Dios, es considerada por Marx demasiado especulativa y abstracta. Lo mismo cabría decir con respecto a Engels, que puso a Marx en contacto con el movimiento industrial de su tiempo, y que define a la religión como el acto por el cual el hombre se vacía de sí mismo y transfiere la esencia de su humanidad al fantasma de un Dios en el más allá. Marx recogió todas esas tendencias, las ordenó y aplicó a la sociedad industrial moderna, con una filosofía de la praxis, que concibe como omnicomprensiva. El hombre –dice- se conquista y se hace a sí mismo mediante la transformación del mundo con el propio trabajo. Aplicando a esto el método de los contrarios de Hegel, Marx ve lo humano y lo inhumano como dos hechos perennes de la historia. Cuando el hombre coloca fuera de sí sus cualidades, deseos y aspiraciones y los venera o contempla como estructuras ajenas (religión, propiedad privada, Estado) cae en la alienación religiosa, económica, social, jurídica y política. Por eso dice: «La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra parte, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada por la desgracia, el alma de un mundo sin corazón, del mismo modo que es el espíritu de una época sin espíritu. Es un opio para el pueblo».
Se postula así un ateísmo radical y al mismo tiempo combativo: se cae, en efecto, en el error de sostener que la afirmación de Dios impide la realización del hombre, y se hace, por tanto, del ateísmo un momento del proceso de humanización. Por eso, para Marx, «la historia tiene la misión, una vez desvanecida la verdad de la vida futura, de establecer la verdad de la vida presente. Y la primera tarea de la filosofía, que está al servicio de la historia, consiste, una vez desenmascarada la imagen santa que representaba la renuncia del hombre a sí mismo, en desenmascarar esta renuncia en sus formas profanas. La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra: la crítica de la religión, en crítica del derecho, y la crítica de la teología, en crítica de la política. La crítica de la religión conduce a la doctrina de que el hombre es para el hombre el ser supremo». Este mismo materialismo y ateísmo radicales se encuentra, por encima de las diferencias de matiz a otros respectos, en los diversos seguidores de Marx, como Kaustky, Lenin, Stalin, Mao Zsedong, Schaff, Lukács, Marcuse, Garaudy, etc.
3) Ateísmo moral: propio de un sector existencialista. La filosofía existencialista se caracteriza por ser una filosofía de la existencia personal del hombre, sintetizada en la libre elección del propio destino. Entre sus varias direcciones, hay una que se niega a admitir toda trascendencia, y sus representantes más notables son: J. P. Sartre, Simone de Beauvoir, R. Polin, M. Merleau-Ponty, y, en parte, A. Camus. Para Sartre, el hombre es un ser que «está ahí de más», condenado a la libertad, es decir, a elegir su propio destino, sabiendo ya de antemano que esto no le conducirá a nada, porque su fin es la muerte absoluta. El hombre sartriano es un ser incurable y profundamente frustrado, de ahí que, para él, el sentimiento que mejor revela la existencia humana es la náusea, el tedio y la angustia. La tesis de su obra L’ÊtreetleNéant (1943) reaparece sin remedio en su Critique de la raison dialectique (1960). Según él el ateísmo es un presupuesto existencial y debe desarraigar del hombre todo sentimiento de culpabilidad y de pecado, reivindicando la inocencia de la condición humana. Su única responsabilidad será externa, ante los demás, ante la historia. Dios –dice- es inútil; sólo interesa el yo, los otros y el mundo. «Cada uno tiene que elegir su moral, y la presión de las circunstancias es tal que no puede menos de tener que elegir una». M. Merleau-Ponty defiende este mismo ateísmo moral, si bien de un modo más intelectualista. La antropología vuelve a poner el destino del hombre en sus manos. La hipótesis Dios debe ser descartada, porque no es más que un obstáculo para comprender el sentido inmanente de los acontecimientos interhumanos. La humanidad misma tiene la responsabilidad total de su destino, que ella misma irá forjándose libremente. Una antropología sin trascendencia ni esperanza suplanta aquí a Dios y a todo mediador. El hombre es una pasión inútil (Sartre), un absurdo (A. Camus), un ser que debe dedicarse a vencer el terror de la muerte inevitable (Simone de Beauvoir) y que está-en-el-mundo para la muerte, para la nada: Sein zum Tode, sein zum Nichts (Heidegger).
Crítica filosófica del ateísmo
En primer lugar, algunos filósofos cristianos se niegan en absoluto a admitir la posibilidad de un verdadero ateísmo teórico, puesto que, dicen, la misma negación de Dios para constituirse el hombre a sí mismo en una deidad o absoluto implicaría ya de rechazo la afirmación del Absoluto. Esto irrita sobremanera a los ateos, y en realidad se impone la admisión de la existencia de ese ateísmo teórico en el plano consciente. Con todo, estas antropologías cerradas a la trascendencia no explican al hombre en su totalidad, puesto que ninguna de ellas responde de hecho al interrogante de su origen y de sus anhelos, enraizados en la misma estructura ontológico-vital de la naturaleza humana. El hombre ateo se constituye en principio y fin de sí mismo, cuando en realidad ni es principio de sí mismo, aun en el caso de que se considere como un eslabón más en la cadena de la evolución de la materia, ni es fin de sí mismo, ya que la aniquilación por la muerte tampoco depende de su libre elección.
Una crítica filosófica del ateísmo implica poner de manifiesto la inanidad de esa pretendida autosuficiencia del mundo y del hombre, y, en ese sentido, se identifica con la demostración filosófica de la realidad de Dios y de la creación. La crítica filosófica del ateísmo supone entrar de lleno en el campo de la gnoseología o teoría del conocimiento, a fin de poner de manifiesto la posibilidad de un conocimiento metafísico, trascendente, que va más allá de los simples datos de la experiencia para captar el ser de las cosas. Ello implica, en primer lugar, la crítica del empirismo y el positivismo, que reducen el conocimiento a conocimiento sensible y niegan la vida propiamente intelectual, así como del agnosticismo kantiano y del idealismo, que encierran el pensamiento humano en el interior de los estados de conciencia vedándole el acceso a la realidad en sí. En segundo lugar, y ya que negar la verdad del conocimiento es caer en un escepticismo absoluto, la crítica del ateísmo está relacionada con la crítica del escepticismo, según aparece ya en los mismos diálogos agustinianos de Casiciaco. Por eso la prueba agustiniana de la existencia de Dios, que implica a la vez la noción de causalidad eficiente y ejemplar (teoría de la participación), y por tanto el principio de la analogía, pasa a través del hombre y se une a la afirmación de éste como ser abocado al conocimiento y amor de lo universal, que no puede identificarse con el hombre mismo.
Junto a esas posturas filosóficas pueden influir en la aparición del a. otros elementos, pero son más bien factores que explican su génesis psicológica que raíces filosóficas del mismo.
Psicología del ateísmo
Son múltiples las causas que pueden influir en la génesis del ateísmo, además del medio ambiente social y cultural en que transcurre la vida de cada individuo. Éstas pueden ser: un sentido falso de la subjetividad, de la libertad y dignidad personales, que se creen amenazadas ante la admisión de un Creador Absoluto; una desenfocada conciencia provocada por el sentido de autosuficiencia que experimenta al lograr dominar a la naturaleza mediante los éxitos de la técnica; la inmediatez de su afectividad humana, que tiende a rechazar toda limitación o imposición extrínseca; la oscuridad del conocimiento que el hombre tiene de Dios y, a veces, la deficiencia de las representaciones divinas propuestas por muchos creyentes; el problema del mal en el mundo que, si se prescinde del pecado, lleva al maniqueísmo, admitiendo un principio eterno del mal distinto y en eterna lucha con el principio eterno del bien, o a la negación de Dios; entre estos males del mundo, algunos hombres sienten con intensidad especial la sinrazón del mal físico y moral de los individuos (ateísmo moral), y otros la del mal social y económico, o la miseria y la lucha de clases (ateísmo político). Pero, en realidad, todas las formas del ateísmo implican siempre un endiosamiento de la propia vida, aunque no siempre sea culpable en el orden moral. Es la soberbia de la vida de que habla San Juan y que hace exclamar a X. Zubiri: el ateísmo... «es más bien la divinización o el endiosamiento de la vida. En realidad, más que negar a Dios, el soberbio afirma que él es Dios, que se basta totalmente a sí mismo».
Antes del siglo XVIII el ateísmo filosófico o teórico (otra cosa es el indiferentismo práctico) fue un fenómeno socialmente minoritario, que afectó a personas singulares o a algunos grupos filosóficos (atomistas griegos como Demócrito, cínicos postsocráticos y epicúreos, etc.), pero sin que llegara a difundirse sociológicamente. Con el naturalismo de la Ilustración francesa comienza una verdadera ola de ateísmo fundado en los postulados de los más diversos sistemas filosóficos: sensualísmo, positivismo, pragmatismo, evolucionismo, marxismo, existencialismo, que trataremos de analizar por grupos. Puede hablarse de ateísmo con respecto al panteísmo de Spinoza o del idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel), en la medida en que no admiten una verdadera distinción real entre el hombre y el universo por una parte, y el Absoluto por otra.
El ateísmo ha adquirido tales proporciones, que X. Zubiri, aludiendo en esto a la teoría del espíritu objetivo o histórico de Hegel, no duda en llamarlo el pecado histórico de nuestro tiempo: «Es el `poder del pecado´, como factor teológico de la historia, y creo esencial sugerir que este poder recibe formas concretas, históricas, según los tiempos. El mundo está, en cada época, dotado de peculiares gracias y pecados. No es forzoso que una persona tenga sobre sí el pecado de los tiempos, ni, si lo tiene, es lícito que se le impute, por ello, personalmente. Pues bien: yo creo sinceramente que hay un ateísmo de la historia. El tiempo actual es tiempo de ateísmo, es una época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta hoy, primo et per se, a nuestro tiempo y a nuestro mundo».
Las tres formas principales del ateísmo moderno
Algunos autores, y el mismo Concilio Vaticano II, dividen el ateísmo moderno en tres grupos o formas de humanismo: científico, político y moral. Sus características comunes son: a) un ateísmo de desarraigo, que no quiere plantearse siquiera el problema de Dios; prescinde sencillamente de Él, y de ahí parte para construir sus sistemas; b) un humanismo cerrado a toda trascendencia, que pone al hombre como principio y fin de todo.
1) Ateísmo científico. Este ateísmo puede ser definido como la supresión total de la religión, de la fe, en aras de la ciencia de la naturaleza. Ésta –dicen- se rige por unas leyes fijas y experimentables, aún no del todo conocidas, pero que, en cualquier caso, son absolutamente férreas e independientes de todo ser superior. El mundo es así presentado como existente por sí mismo, y Dios y la creación, negados. El Hombremáquina de Offroy de La Mettrie, la Éticahedonística de Adrián Helvecio y el SistemadelaNaturaleza de Dietrich von Holbach expresan ese ateísmo científico, empleado como arma contra Dios y la Iglesia por los enciclopedistas franceses del siglo XVIII: D´Alembert, Maupertuis, Voltaire, Diderot. La filosofía positivista del siglo XIX intensifica esa tendencia con autores como Vogt, Büchner, Moleschott, Haeckel, Comte, Le Dantec, Th. H. Huxley, así como el evolucionista Darwin y sus seguidores, y los precursores y autores del marxismo, según veremos luego. A éstos podrían añadirse otros autores científicos o filósofos, como Nietzsche, Hartmann, Husserl, F. Noelke, B. Russell, J. Dewey, M. P. Berthelot, etc. Dios y la creación son expulsados del cosmos como conceptos extraños, inútiles e ilusorios. Si a esto añadimos el pansexualismo de la escuela de Freud, que conduce a una forma de estructuralismo en el que se niega prácticamente la libertad del individuo, tenemos un cuadro bastante completo de la suplantación de Dios y de la Fe por la Ciencia humana.
2) Ateísmo político: es el ateísmo marxista. En Carlos Marx (m. 1883) se entrecruzan las más diversas tendencias filosófico-políticas, que le llevan a su célebre teoría de la alienación. Depende en primer lugar de Hegel, cuyo método de las contradicciones asume para aplicarlo al análisis de la vida socioeconómica, llegando así a su peculiar tesis de la historia como producto del desarrollo material económico -en el que subsume la entera realidad- regido por el enfrentamiento o lucha de clases. En eso ha sido precedido por L. Feuerbach que, al oponerse al idealismo de Hegel y reducir el pensamiento a las mismas cosas pensadas, concretas, sensibles y materiales, le proporciona las bases de su materialismo dialéctico. Con todo, la explicación de Dios que propone Feuerbach en su obra DasWesendesChristentums (La esencia del cristianismo, 1841), como una mera proyección de la mente humana que sublima las cualidades y perfecciones de la esencia humana o del hombre-especie y las venera como Dios, es considerada por Marx demasiado especulativa y abstracta. Lo mismo cabría decir con respecto a Engels, que puso a Marx en contacto con el movimiento industrial de su tiempo, y que define a la religión como el acto por el cual el hombre se vacía de sí mismo y transfiere la esencia de su humanidad al fantasma de un Dios en el más allá. Marx recogió todas esas tendencias, las ordenó y aplicó a la sociedad industrial moderna, con una filosofía de la praxis, que concibe como omnicomprensiva. El hombre –dice- se conquista y se hace a sí mismo mediante la transformación del mundo con el propio trabajo. Aplicando a esto el método de los contrarios de Hegel, Marx ve lo humano y lo inhumano como dos hechos perennes de la historia. Cuando el hombre coloca fuera de sí sus cualidades, deseos y aspiraciones y los venera o contempla como estructuras ajenas (religión, propiedad privada, Estado) cae en la alienación religiosa, económica, social, jurídica y política. Por eso dice: «La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra parte, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada por la desgracia, el alma de un mundo sin corazón, del mismo modo que es el espíritu de una época sin espíritu. Es un opio para el pueblo».
Se postula así un ateísmo radical y al mismo tiempo combativo: se cae, en efecto, en el error de sostener que la afirmación de Dios impide la realización del hombre, y se hace, por tanto, del ateísmo un momento del proceso de humanización. Por eso, para Marx, «la historia tiene la misión, una vez desvanecida la verdad de la vida futura, de establecer la verdad de la vida presente. Y la primera tarea de la filosofía, que está al servicio de la historia, consiste, una vez desenmascarada la imagen santa que representaba la renuncia del hombre a sí mismo, en desenmascarar esta renuncia en sus formas profanas. La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra: la crítica de la religión, en crítica del derecho, y la crítica de la teología, en crítica de la política. La crítica de la religión conduce a la doctrina de que el hombre es para el hombre el ser supremo». Este mismo materialismo y ateísmo radicales se encuentra, por encima de las diferencias de matiz a otros respectos, en los diversos seguidores de Marx, como Kaustky, Lenin, Stalin, Mao Zsedong, Schaff, Lukács, Marcuse, Garaudy, etc.
3) Ateísmo moral: propio de un sector existencialista. La filosofía existencialista se caracteriza por ser una filosofía de la existencia personal del hombre, sintetizada en la libre elección del propio destino. Entre sus varias direcciones, hay una que se niega a admitir toda trascendencia, y sus representantes más notables son: J. P. Sartre, Simone de Beauvoir, R. Polin, M. Merleau-Ponty, y, en parte, A. Camus. Para Sartre, el hombre es un ser que «está ahí de más», condenado a la libertad, es decir, a elegir su propio destino, sabiendo ya de antemano que esto no le conducirá a nada, porque su fin es la muerte absoluta. El hombre sartriano es un ser incurable y profundamente frustrado, de ahí que, para él, el sentimiento que mejor revela la existencia humana es la náusea, el tedio y la angustia. La tesis de su obra L’ÊtreetleNéant (1943) reaparece sin remedio en su Critique de la raison dialectique (1960). Según él el ateísmo es un presupuesto existencial y debe desarraigar del hombre todo sentimiento de culpabilidad y de pecado, reivindicando la inocencia de la condición humana. Su única responsabilidad será externa, ante los demás, ante la historia. Dios –dice- es inútil; sólo interesa el yo, los otros y el mundo. «Cada uno tiene que elegir su moral, y la presión de las circunstancias es tal que no puede menos de tener que elegir una». M. Merleau-Ponty defiende este mismo ateísmo moral, si bien de un modo más intelectualista. La antropología vuelve a poner el destino del hombre en sus manos. La hipótesis Dios debe ser descartada, porque no es más que un obstáculo para comprender el sentido inmanente de los acontecimientos interhumanos. La humanidad misma tiene la responsabilidad total de su destino, que ella misma irá forjándose libremente. Una antropología sin trascendencia ni esperanza suplanta aquí a Dios y a todo mediador. El hombre es una pasión inútil (Sartre), un absurdo (A. Camus), un ser que debe dedicarse a vencer el terror de la muerte inevitable (Simone de Beauvoir) y que está-en-el-mundo para la muerte, para la nada: Sein zum Tode, sein zum Nichts (Heidegger).
Crítica filosófica del ateísmo
En primer lugar, algunos filósofos cristianos se niegan en absoluto a admitir la posibilidad de un verdadero ateísmo teórico, puesto que, dicen, la misma negación de Dios para constituirse el hombre a sí mismo en una deidad o absoluto implicaría ya de rechazo la afirmación del Absoluto. Esto irrita sobremanera a los ateos, y en realidad se impone la admisión de la existencia de ese ateísmo teórico en el plano consciente. Con todo, estas antropologías cerradas a la trascendencia no explican al hombre en su totalidad, puesto que ninguna de ellas responde de hecho al interrogante de su origen y de sus anhelos, enraizados en la misma estructura ontológico-vital de la naturaleza humana. El hombre ateo se constituye en principio y fin de sí mismo, cuando en realidad ni es principio de sí mismo, aun en el caso de que se considere como un eslabón más en la cadena de la evolución de la materia, ni es fin de sí mismo, ya que la aniquilación por la muerte tampoco depende de su libre elección.
Una crítica filosófica del ateísmo implica poner de manifiesto la inanidad de esa pretendida autosuficiencia del mundo y del hombre, y, en ese sentido, se identifica con la demostración filosófica de la realidad de Dios y de la creación. La crítica filosófica del ateísmo supone entrar de lleno en el campo de la gnoseología o teoría del conocimiento, a fin de poner de manifiesto la posibilidad de un conocimiento metafísico, trascendente, que va más allá de los simples datos de la experiencia para captar el ser de las cosas. Ello implica, en primer lugar, la crítica del empirismo y el positivismo, que reducen el conocimiento a conocimiento sensible y niegan la vida propiamente intelectual, así como del agnosticismo kantiano y del idealismo, que encierran el pensamiento humano en el interior de los estados de conciencia vedándole el acceso a la realidad en sí. En segundo lugar, y ya que negar la verdad del conocimiento es caer en un escepticismo absoluto, la crítica del ateísmo está relacionada con la crítica del escepticismo, según aparece ya en los mismos diálogos agustinianos de Casiciaco. Por eso la prueba agustiniana de la existencia de Dios, que implica a la vez la noción de causalidad eficiente y ejemplar (teoría de la participación), y por tanto el principio de la analogía, pasa a través del hombre y se une a la afirmación de éste como ser abocado al conocimiento y amor de lo universal, que no puede identificarse con el hombre mismo.
Junto a esas posturas filosóficas pueden influir en la aparición del a. otros elementos, pero son más bien factores que explican su génesis psicológica que raíces filosóficas del mismo.
Psicología del ateísmo
Son múltiples las causas que pueden influir en la génesis del ateísmo, además del medio ambiente social y cultural en que transcurre la vida de cada individuo. Éstas pueden ser: un sentido falso de la subjetividad, de la libertad y dignidad personales, que se creen amenazadas ante la admisión de un Creador Absoluto; una desenfocada conciencia provocada por el sentido de autosuficiencia que experimenta al lograr dominar a la naturaleza mediante los éxitos de la técnica; la inmediatez de su afectividad humana, que tiende a rechazar toda limitación o imposición extrínseca; la oscuridad del conocimiento que el hombre tiene de Dios y, a veces, la deficiencia de las representaciones divinas propuestas por muchos creyentes; el problema del mal en el mundo que, si se prescinde del pecado, lleva al maniqueísmo, admitiendo un principio eterno del mal distinto y en eterna lucha con el principio eterno del bien, o a la negación de Dios; entre estos males del mundo, algunos hombres sienten con intensidad especial la sinrazón del mal físico y moral de los individuos (ateísmo moral), y otros la del mal social y económico, o la miseria y la lucha de clases (ateísmo político). Pero, en realidad, todas las formas del ateísmo implican siempre un endiosamiento de la propia vida, aunque no siempre sea culpable en el orden moral. Es la soberbia de la vida de que habla San Juan y que hace exclamar a X. Zubiri: el ateísmo... «es más bien la divinización o el endiosamiento de la vida. En realidad, más que negar a Dios, el soberbio afirma que él es Dios, que se basta totalmente a sí mismo».
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martes, 17 de noviembre de 2015
HISTORIA DE HUMILDAD Y FORTALEZA
Cuentan de un joven noble muy orgulloso que un día pidió entrar de monje en un monasterio, para ello habló con el Abad, que quiso conocer sus aptitudes, hábitos e inclinación a la vida religiosa. El candidato alzó la frente con presunción al decir: voy vestido siempre de blanco, no bebo otra cosa que agua, hago penitencia revolcándome en la nieve en invierno y, porque me parece poco, incluso pongo clavos en mis zapatos y ordeno a mi escudero que me azote cada día
En aquel momento llegó un caballo a beber en un abrevadero y se revolcó luego en la nieve: ves le dijo el Abad- esta criatura es también blanca, no bebe más que agua, se revuelca en la nieve, los clavos le atormentan los pies y recibe también látigos. Y no es más que un caballo
Humildad viene de humus, tierra: nos hace tocar de pies en el suelo recordando lo que decía san Francisco de Asís: cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor. Por eso, decía Santa Teresa de Jesús que humildad es andar en verdad. Y San Josemaría Escrivá de Balaguer veía cómo la humildad se despliega en mil destellos de luz, un abanico multicolor de virtudes de vital relevancia: sencillez, veracidad, sinceridad, transparencia, confianza absoluta en Dios, abandono en sus manos, fe firmísima, esperanza inquebrantable, amor tierno y fortísimo, facilidad para olvidar penas y descubrir alegrías, optimismo, audacia y perseverancia en el pedir... Es la virtud que nos ayuda a conocer, simultáneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza. La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay ninguna que lo sea, como decía también Cervantes.
Desde una perspectiva sobrenatural, el fundamento de la vida espiritual es sentirse hijo de Dios; pero como en las monedas, hay otra cara: desde el punto de vista humano sólo es posible cuando hay humildad. Por ello dice Santo Tomás de Aquino- es necesario que los hombres que progresan de este modo disminuyan su propia estimación, porque cuando más penetra alguien en la grandeza divina tanto más considera pequeña la condición humana.
Dicen, también, que el novelista inglés Arnold Bennet (1867-1931) tratando de demostrar a las gentes de París que el agua que bebían no era la causa de la epidemia de tifus que asolaba la ciudad, bebió públicamente un vaso de aquel agua. Murió de tifus a los pocos días. El orgullo es el gran obstáculo a la felicidad y esto puede llegar hasta el punto de no asombrarnos con las maravillas de la creación. Sino, hacemos de Dios un problema, llegando a creer que nosotros lo hemos inventado, y entonces el hombre se auto-destruye en hacerse Dios: "Sin humildad no puede haber humanidad" (Sir John Buchan).
En cambio, un corazón sencillo y gentil, es camino seguro para llegar al corazón de las personas y también al corazón de Dios. Es necesario no centrarnos en mi carrera, mi prestigio, mi mujer, mis posesiones, mis aficiones o viajes o lo que sea, y el icono de apertura a Dios y vaciamiento interior es la Virgen María: sentirse instrumento dejando obrar al Artista. Esta es la clave de la humildad: hacer y desaparecer; servir a los demás con alegría; así hasta que nuestras flaquezas se convierten en fortaleza.
Humildad viene de humus, tierra: nos hace tocar de pies en el suelo recordando lo que decía san Francisco de Asís: cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor. Por eso, decía Santa Teresa de Jesús que humildad es andar en verdad. Y San Josemaría Escrivá de Balaguer veía cómo la humildad se despliega en mil destellos de luz, un abanico multicolor de virtudes de vital relevancia: sencillez, veracidad, sinceridad, transparencia, confianza absoluta en Dios, abandono en sus manos, fe firmísima, esperanza inquebrantable, amor tierno y fortísimo, facilidad para olvidar penas y descubrir alegrías, optimismo, audacia y perseverancia en el pedir... Es la virtud que nos ayuda a conocer, simultáneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza. La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay ninguna que lo sea, como decía también Cervantes.
Desde una perspectiva sobrenatural, el fundamento de la vida espiritual es sentirse hijo de Dios; pero como en las monedas, hay otra cara: desde el punto de vista humano sólo es posible cuando hay humildad. Por ello dice Santo Tomás de Aquino- es necesario que los hombres que progresan de este modo disminuyan su propia estimación, porque cuando más penetra alguien en la grandeza divina tanto más considera pequeña la condición humana.
Dicen, también, que el novelista inglés Arnold Bennet (1867-1931) tratando de demostrar a las gentes de París que el agua que bebían no era la causa de la epidemia de tifus que asolaba la ciudad, bebió públicamente un vaso de aquel agua. Murió de tifus a los pocos días. El orgullo es el gran obstáculo a la felicidad y esto puede llegar hasta el punto de no asombrarnos con las maravillas de la creación. Sino, hacemos de Dios un problema, llegando a creer que nosotros lo hemos inventado, y entonces el hombre se auto-destruye en hacerse Dios: "Sin humildad no puede haber humanidad" (Sir John Buchan).
En cambio, un corazón sencillo y gentil, es camino seguro para llegar al corazón de las personas y también al corazón de Dios. Es necesario no centrarnos en mi carrera, mi prestigio, mi mujer, mis posesiones, mis aficiones o viajes o lo que sea, y el icono de apertura a Dios y vaciamiento interior es la Virgen María: sentirse instrumento dejando obrar al Artista. Esta es la clave de la humildad: hacer y desaparecer; servir a los demás con alegría; así hasta que nuestras flaquezas se convierten en fortaleza.
P. Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net
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