Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros pensemos, ni que le toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. La razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es “capaz de Dios.” De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a vivir con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con Dios, es decir, a cada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.
Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la creación del hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno.” Cada uno de nosotros debe llegar a la misma conclusión y decir a Dios: “Por amor me creaste a tu imagen para que yo sea capaz de gustarte para siempre en el cielo.”
La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios. A la petición que Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos al Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre? (Jn 14,8-11).
Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común y es el conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma del hombre es lo que lo hace semejante a Dios.
Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, al redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento de la crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce mejor a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el sufrimiento humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se encarnó, nos redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del evangelio Jesús ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen en nombre de la Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt 28, 19 y ss).
Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor, de toda donación, de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste precisamente en el hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió que las cosas existiesen. "Y vio Dios que era bueno", como se repite 6 veces en Gn 1.
Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es "amigo de la vida" (Sb 11,26).
No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de Dios, pues no existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de su "rostro" al ver a cada hombre, pues, desde que Cristo vino al mundo, todo gesto de amor que hagamos al otro está hecho a Él ("a mí me lo hicisteis", Mt 25,40).
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