Pero, al hablar de tentación, hay que partir de la misma Palabra de Dios, la cual nos dice que Él no tienta a nadie, porque no puede pretender ningún mal. Lo que ocurre es que Dios, sabio y bueno, ordena todos los acontecimientos de tal manera que se convierten en demostración de nuestra fidelidad y de nuestro amor al Señor.
Es un hecho constante en la Iglesia que todos los santos han experimentado grandes pruebas.
El cristiano lo sabe bien, y por eso está siempre alerta.
Un día se le desmorona la salud.
Otro, el negocio se le va a pique.
De la noche a la mañana, ve su fama, siempre intachable, arrastrada por los suelos.
Gozaba feliz del amor y la amistad, y se ve de pronto en el abandono sin saber por qué.
La vida le sonreía siempre y en todas partes, y ahora la vida se divierte enseñándole los colmillos y sus garras de fiera.
Y todo esto, a pesar de que tiene en su conciencia una limpieza inmaculada...
Claro está que estas cosas las puede padecer cualquiera, y no precisamente el cristiano. Pero, mientras que el hombre sin fe se rebela, el cristiano sabe que con ello demuestra a Dios su fidelidad, y sabe también que se hace más y más agradable a su Señor.
Es una equivocación, cuando llegan estas circunstancias, echar la culpa a Dios. Por lo visto, es una cuestión muy vieja eso de decir que Dios es el responsable de todos los males que nos vienen encima. El apóstol Santiago tuvo que salir en defensa de Dios, cuando escribió al principio de su carta:
- ¡Dios no tienta a nadie!
Son las circunstancias de la vida las que nos ponen a prueba. Y son las pasiones que llevamos dentro desatadas y mal sujetas desde la caída de Adán y Eva en el paraíso.
Por no traer casos viejos de la Historia, miremos uno del que todos conservamos un recuerdo muy vivo: el del Papa Juan PabloII.
Aquel 13 de Mayo de 1981, el Papa era atravesado por una bala asesina y se debatía entre la vida y la muerte, ante la angustia de todo el mundo. ¿Era Dios quien había afinado la puntería? ¿Se había puesto Dios en el gatillo de la pistola? ¿Quería Dios la muerte violenta del Papa?...
Resulta casi ridículo proponerse estas cuestiones. No; Dios no quería nada de eso.
Sin embargo, ¿qué significó toda esa aventura criminal?... Fue una tentación, una prueba que demostró ser Karol Woityla un cristiano y un Papa excepcional.
El perdón generoso que otorga al asesino, al cual visita en la cárcel.
La paciencia y humildad que demuestra en toda la enfermedad.
La valentía que no le rinde jamás, a pesar de quedar maltrecho su organismo para siempre.
El espíritu apostólico en tanto y tanto viaje, con sacrificios evaluados sólo por Dios.
El abrazarse con una cruz tan pesada, y, clavado en ella, no dejar de cumplir ni uno solo de sus sagrados deberes...
No; Dios no quería aquel intento de asesinato. Pero probó, demostró y dejó al descubierto el valor inmenso, la fe inconmovible y el amor ardiente a Jesucristo, de un hombre realmente extraordinario.
Al llegar una de esas ocasiones difíciles, ¿el cristiano se rinde y abandona a su Dios, como una per-sona sin fe? Entonces la tentación, la prueba, le ha hecho sucumbir, y ha demostrado no estar tan firme en Dios como él se pensaba.
Muchas veces, sin embargo, con la prueba demuestra la autenticidad de su fe, y es cuando sabe decir más que nunca con el salmo veintisiete:
- El Señor es mi luz, mi salvación, mi defensa, nada ni nadie me hará temblar.
La prueba ha confirmado que está verdaderamente apegado a Dios de manera irrompible.
La tentación o la prueba es la gran maestra de la vida. ¿Qué sabe el que nunca ha padecido una contradicción?
Navegante que nunca ha sorteado una tempestad, ¿qué entiende del mar?...
Atleta sin rival en las olimpíadas, ¿de qué medalla puede gloriarse?...
Soldado que no ha estado en la guerra, ¿qué condecoración merece?...
Las páginas de la Biblia están llenas de recomendaciones para ponernos alerta y estar siempre preparados, pues, si queremos servir a Dios, un día u otro seremos tentados. Y Jesucristo nos previene y amonesta:
- ¡A orar, a rezar para no sucumbir en la tentación!
Y nos hace repetir en su plegaria:
- ¡No nos dejes caer en la tentación!
¡La tentación!... ¡Qué malos ratos que hace pasar! Pero, ¡qué valientes que sabe formar!
Una historia sobre las tentaciones que el diablo nos ofrece
Hace un tiempo atrás Satanás realizó una venta de garaje. Allí estaban, parados en pequeños grupos, todas sus brillantes baratijas. Tenía herramientas que ayudaban a romper, a malograr. También había lentes de aumento para aumentar la propia importancia, y que si mirabas por el otro lado, podías usarlos para disminuir a los demás o incluso a uno mismo.
Contra la pared estaba la usual variedad de implementos de jardinería con la garantía de hacer crecer la soberbia: el rastrillo del desprecio, la lampa de los celos para cavar un abismo entre uno y el prójimo, las herramientas del chisme y la calumnia, de egoísmo y apatía. Todos estos utensilios eran agradables a la vista y venían llenos de promesas y garantías de prosperidad. Lo precios, claro está, no eran muy baratos; ¡pero no había que preocuparse!, tenía grandes facilidades de pago para todos los clientes. "¡Llévelo a casa, úselo, no se preocupe que lo pagará más tarde!" era la frase favorita del Diablo.
El visitante notó dos herramientas desconocidas y muy desgastadas de pie en una esquina. Y sin ser ni cercanamente tan atractiva como los otros objetos, le pareció raro que estas dos herramientas tuvieran un precio más alto que las demás.
Cuando preguntó por qué era esto, Satanás sólo sonrió y dijo: "Bueno, eso es porque yo las uso muchísimo. Si no tuvieran tan mala apariencia la gente las vería como son realmente." El Diablo señaló las herramientas diciendo: "Mira, esa es la propia inseguridad y la otra es la desesperanza, y estas serán las únicas que funcionarán."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario