¿Hemos pensado alguna vez qué habría pasado si María hubiese
dicho que no a la invitación del ángel?
Si en vez de responder con prontitud
¡He aquí la esclava del señor! Hubiese respondido "déjame pensarlo, nunca
he tenido un hijo y además quería consagrarme a Dios. Pero ¿realmente eres un
ángel enviado por Dios?, mira que soy muy joven" y tantas otras objeciones
que tal vez hubiésemos respondido nosotros. Es una pregunta y respuesta utópica
pero que nos ayuda a valorar y a agradecer el sí de María, su aceptación
humilde y llena de fe al plan de Dios sobre su vida y sobre la vida de todos
los que seríamos sus hijos.
Qué afortunados somos los cristianos que contamos con una
madre así. Una madre que nos enseña prácticamente lo que es amar, lo que es
aceptar el plan de Dios sin reticencias. En nuestra vida de cristianos
deberíamos vivir lo mismo que vivió nuestra madre pues, en la medida en que
cumplamos la voluntad de Dios, manifestada de muchas formas, en esa medida
agradaremos a Dios. Una madre y un padre se sienten orgullosos de sus hijos
cuando estos no sólo les dicen que les quieren sino cuando lo manifiestan con sus
obras obedeciéndoles y realizando sus deberes. Nosotros también hagamos
contenta a nuestra madre imitando sus virtudes.
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